Desde
que abrió en 1999, la sala Mardi Gras de mi ciudad, A Coruña, ha
programado 2.000 conciertos. Pop, blues, funk, soul, indie, variedad
de fusiones estilísticas y, sobre todo, mucho rock and roll nacional
e internacional han sonado en su escenario y hecho sudar las paredes
del local, cubiertas por los carteles de muchos de esos bolos. El
concierto número 2.000 fue el que la noche del domingo ofreció Marc
Ford y dos de los miembros de su banda, la Neptune Blues Club.
Fenomenal coincidencia. Velada ideal para quienes hemos disfrutado
tanto en la Mardi estos 18 años con grandes conciertos de rock, para
quienes ya no nos dejamos ver tanto.
Ford ha estado otras dos veces
en la ciudad. Esta vez, la primera que lo veo, agitó magistralmente
un espumoso cóctel de rock y blues e hizo hervir vibrantes canciones
de caldeados ambientes. Marc, más delgado y con aspecto algo frágil,
entró en el concierto con parsimonia, manejando habilidoso su
ardiente guitarra sobre las envolventes capas rítmicas de sus
músicos, y avanzó por densos pasajes instrumentales que combinó
con piezas más directas. Por momentos parecían transformarse en los
Neil Young y Crazy Horse de las mejores obras de los años setenta
tocando temas como Tonight's the night o Cortez the Killer, o los Led
Zeppelin que alargaban y retorcían Since I've been loving you o
Dazed and confused. El ex ‘black crowe’ demostró su completa
destreza como guitarrista rítmico y virtuoso solista, jugando con
riffs, ritmos, efectos y lucimientos. Así se trabajó un fantástico
concierto que me hacía falta y me sentó muy bien.
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