lunes, octubre 03, 2016

LIVE IN 193: VAN MORRISON. DEJA QUE CANTE

Algo encuentro de significativo en que antes de reescribir el catálogo en su proyecto de duetos del año pasado Van Morrison titulase su álbum anterior 'Nacido para cantar, no hay plan B' y que el disco siguiente lo titule 'Mantenme cantando' (o 'Deja que cante'). La elección responde, me atrevo a pensar, a que a medida que pasan los años y los discos Van Morrison siente que no puede dejar de hacer lo que mejor hace y sabe hacer, cantar.

Me gusta Van Morrison. Mucho. Y me causa orgullo proclamarlo esta admiración ante cualquier recelo o rechazo que pueda suscitar la figura y la obra del autor norirlandés. Imagino que la falta de riesgo en sus trabajos lo ha condenado al rincón de una intrascendencia al que se suele condenar a músicos de largo recorrido acomodados sin disimulo en obras fáciles y cómodas. No niego la acusación, pero me opongo a compartirla.

Morrison ha actuado siempre a su aire, en su corriente. Y lo demás no importa. Ha hecho la música que le ha gustado sin adaptarse a modas ni sucumbir a caprichos. Se puede decir que desde hace dos décadas no se sale de sus patrones predilectos, balanceándose en un columpio que va al soul y vuelve al blues, muy limpio siempre en ese terreno confortable que enlaza el pop y el R&B, a veces con desvíos menos afortunados al country o al folk.

Por eso admito que, sobre todo en estas dos últimas décadas, es muy fácil perder la memoria de sus canciones y de sus discos sin saber qué contienen estos ni a cuál pertenecen aquellas. En este periodo encumbro The healing game (1997) y Born to sing: no plan B (2012), discos con temas memorables; de los demás, más olvidados, recuerdo muy buenos temas, como algunos de los que incluye Down the road (2002) o Keep it simple (2008).

Y ahora nos vemos con Keep me singing (2016), su álbum de estudio número 36. Bueno, bonito, entrañable, relajante. Le faltan momentos altos aunque sí guarda unas cuantas delicias (The pen is mighter then the sword, In Tiburon). No conseguirá devolvernos al enorme Van Morrison de los años setenta (no es necesario), pero seguirá haciendo que tenga ganas de no dejar de escucharlo.

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