Me dejo
llevar por la euforia. El cine es capaz de darme un meneo emocionante como
estos, sí señor, sobre todo cuando refleja su propia magia y grandeza. Desde
que vi Hitchcock, la película. Termina el film, te conmueves, echas una
carcajada, una lagrimita incluso, y te abrazas a todos esos momentos en los que
gritas muy fuerte que no hay nada tan maravilloso como el cine.
La vida
de Alfred Hitchcock es tan interesante como sus películas. Y Hitchcock, el film
estrenado estos días con un sensacional Anthony Hopkins en el cuerpo y el alma
del genial director, no pretende contar la vida de Hitchcock sino cómo se
originó su obra maestra Psicosis. Sin embargo, en los apuntes concisos sobre su
personalidad, en los trazos breves pero precisos de sus vicios, debilidades,
fobias o arrebatos, en su relación peculiar y trascendental con su esposa Alma
(perfecta Helen Mirren), y en los episodios que describen la preparación y el
rodaje de Psicosis nos encontramos con un retrato entrañable de su propia vida.
No hace falta más. Lo que hay en 90 minutos es más que suficiente. Esa imagen
del maestro con la que juega con mucho talento y cariño el director Sacha
Gervasi ensalza la figura portentosa de este artista único y su irrepetible
huella en la historia del cine.
Todavía
hoy pienso que no hay ninguna otra película que me produzca el mismo miedo que Psicosis.
Y esa angustia disfrutable se la debo a Hitchcock.
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