El ala oeste de la Casa Blanca. Así funciona el día a día del presidente
de los Estados Unidos y su equipo más directo de asesores: la secretaria de
prensa, el jefe de gabinete, el director de comunicaciones, los ayudantes de
los jefes o el asistente personal del presidente. Así se aprueban leyes, se
eligen jueces o se discuten reformas. Así se dirige una invasión militar o se
despacha un conflicto diplomático. Así se resuelven asuntos leves o se debaten
complejos dilemas. Con la profesionalidad que las vidas humanas y la relación
entre las naciones requieren y la cordial pero exigente cercanía que asuntos
más mundanos merecen.
Siete
temporadas, entre 1999 y 2006, duró The West Wing, surgida de la pluma y el
talento perspicaz de Aaron Sorkin. Se bañó en premios y aclamación crítica y
popular. En 22 episodios de su primera etapa yo me he sentido no solo un
testigo más de la rutina vertiginosa y capital que se vive en esa parte de la Casa Blanca que convive con el hombre más poderoso
de la Tierra, sino un trabajador implicado como el que más en cada
uno de sus argumentos. Y me he entregado a sus incontables virtudes, de las que
subrayo su ejemplar facilidad para reflejar las dificultades que entraña cada
tarea o situación originada en torno al presidente, y la admirable credibilidad
de cada actor para transmitir las complejidades y rigores de sus personajes
(Rob Lowe, Allison Janney, Bradley Whitford, Richard Schiff, John Spencer, Dule
Hill, Moira Kelly y por encima de todos un entrañable Martin Sheen en la piel del
ficticio presidente demócrata Jed Bartlet).
Hace años,
cuando empezaba cada episodio de esta serie de madrugada en la segunda cadena
de TVE (o la primera, ya no me acuerdo) me retiraba a la cama. Más tarde, surgió
mi interés selectivo por las series de televisión y fui dejando a un lado el
momento de empezar The West Wing pese a la insistencia en su brillantez que
recibía de uno y otro lado. No encontraba la hora justa para meterme de lleno
en el ambiente de una serie que me intuía me iba a atrapar. No hay ahora mejor
momento que este para meterse en el ala oeste de la Casa Blanca y hacer un hogar confortable cada
noche antes de irse a la cama.
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