Dejo caer
la cabeza sobre la madera de un escritorio, me gusta percibir el mundo unos
segundos en perpendicular mientras me penetra el calor del lugar sobre el que
fluye la escritura a mano, una invitación al viaje de una ilusión compartida.
Cada vez
que me pierdo unas horas en el interior de una librería me abruma la magnitud
de sus palabras. Me llevaría pilas de tomos y novelas aunque no pudiese leerlas
todas. Me compraría un modesto piso para llenarlo solo con libros.
Me
escondo a la vista bajo la luz que cubre una esquina, junto a una ventana veo
pasar a la gente y siento la vida de la calle. Me acompaña una taza de café, un
libro abierto y una postal con la que marcar la última página leída.
Cada día
escribimos renglones de nuestra biografía, despertares risueños y retiradas agotadas.
Podríamos amontonar libretas escritas con las cosas que nos decimos. Habría que
ser selectivos y crear una historia atractiva.
Mi
placer es tan sencillo como abrir libros y olerlos. Rozar sus contornos.
Colocarlos en una estantería y observar su canto. Traerlos a casa o regalárselos
a alguien. ¿De qué me suena todo esto? Fanático y maravilloso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario