Duró más de tres días, una
semana en la que rompimos con el guión y nos liberamos de las rutinas, salimos
de un mundo y entramos en otro. La lluvia, el barro, las caminatas, los ferrys,
los autobuses en el piso de arriba, el té en una terraza, las compras, las
calles, los parques, las fotos, las habitaciones, la madrugada y el amanecer en
Ryde, Londres, ‘escoitar o noso idioma lonxe da nosa terra’, las risas, Tom,
Eddie, Bruce, la música, el amor.
Yo no estuve en Woodstock…
estuve en el festival de la Isla de Wight… contigo.
Nos vemos otra vez, tío.
Estás en plena forma, vaya, por ti no pasan los años. Ya sé qué me vas a
contar, qué me vas a ofrecer: tu voz subiéndonos al escenario o llevándonos a las
nubes, tu sudor resbalando por la cara y salpicando tu guitarra, tu alegría
gritándonos, tus carreras contra la fatiga desde el primer minuto hasta casi
tres horas después, tus manos que tocan las nuestras en primera línea, tus
huevos y tus entrañas. Cincuenta, sesenta o setenta mil almas que estamos
delante de ti absorbidos por tu música. Ahí estoy yo en éxtasis con el solo de
Nils en Because the night, con la nostalgia que perdura cuando cantas No
surrender, con tus berridos callejeros en Spirit in the night, con el saxo
fresco del heredero de Big Man en Dancing in the dark, con vuestras voces en Wrecking
ball haciendo que broten mis lágrimas, abrazándonos los unos a los otros… con
tu felicidad. Eres un fiera jefe, un bestia, un monstruo, un amigo. We love
you.
La cuarta
vez ya no sientes exactamente lo mismo que la primera. Además, estás otra vez
lejos, no como cuando casi rozabas la barba de Eddie la primera de las veces, aunque
por suerte las pantallas son grandes y, salvo algún desliz, recogen bien lo que
sucede en el escenario. Allí están. De vuelta (¿en realidad se marcharon?) con sus
veinte años a cuestas. Seguimos gritando entre la multitud.
¿Con cuál
van a empezar?, te preguntas otra vez. Arrancan el motor despacio, con Unthought
known, que no te esperabas, y cogen velocidad con Last exit y Hail hail hasta
The fixer. Eddie se enciende, la banda se espabila, se emociona con Better man,
lleva el concierto al éxtasis. Otra vez Pearl Jam, saltando y haciéndote volar todavía
cuando alargan Porch o Even flow y se preparan para la despedida con Alive. Gracias
por estar ahí.
Llueve, tienes
que esperar a coger el autobús, no paras de caminar, te indican mal el camino
los muy palurdos de esta isla y estás cubierto de barro hasta los huevos
(bueno, no tanto). “La mierda más grande…” gritamos. No importa. Hemos vuelto a
estar con Pearl Jam y hoy llegamos antes a casa.
Fue la
razón principal por la que ponerse en marcha, buscar alojamiento y encontrar
vuelos con cinco meses de antelación. Venía a Europa, y si no aterrizaba en
España, daba igual hacer acto de presencia en cualquier parte del extranjero. La
isla de Wight, por ejemplo, donde tendría excepcional compañía. El viernes,
el primer día, después de Elbow, irregulares pese a su buena
voluntad. Please welcome, Tom Petty & The Heartbreakers. Al fin!!!
Sabía lo que iban a tocar, el mismo repertorio de
sus últimos conciertos en USA y Europa: 19 temas, un bis, Listen to her heart
para empezar y American girl para terminar. Y me encontré lo que imaginaba. Ese
sonido de limpia pureza, esa cercanía natural, esos musicazos que son Mike
Campbell y Benmont Tench, el bueno de Tom al frente, un poco viejo y algo
cansado. Muy correctos, desde luego, les faltó espontaneidad y un poco más de empatía,
pero no oficio ni rigor, tampoco grandeza.
Dios,
los tenía ahí delante, lejos pero bien colocado. Tom Petty y sus chicos. Canto,
bailo, me abrazo, guitarreo, desgasto las palmas. Esta es una experiencia única.
Vuelvo a los podios: bronce para Mary Jane’s last dance, plata para Something
big, oro para It’s good to be king. Duermo tranquilo y feliz, y no solo porque los
he visto.
Yo no estuve en Woodstock… estuve en la Isla de
Wight.
Ocurrió en
el 2012, en el undécimo año de la reactivación del festival de rock and roll
aquel que había nacido en el 68 y se había interrumpido tras la edición del 70.
Cuando Tom Petty y sus Heartbreakers, Pearl Jam y Bruce Springsteen y su banda
cerraron cada una de las noches del fin de semana del 22 al 24 de junio.
Sucedió en Seaclose Park, a pocas millas de Newport llegando desde Ryde
por serpenteantes carreteras estrechas acompañadas por casas unifamiliares a ambos
lados del asfalto, prados húmedos, un par de posadas, otro par de pubs, una
gasolinera, un canal y su embarcadero y el cielo abierto.
Cayó un
diluvio el jueves y embarró todo el lugar. Atasco, caos. Pero la gente siguió
adelante. Se juntaron miles de campistas, miles de automóviles, miles y más
miles de personas llegadas del continente, familias con sus abuelos y los críos
más pequeños que extienden sus manteles y despliegan sus sillas del domingo para
tragar comida china, hamburguesas, platos picantes y cerveza. Así pasan el fin
de semana, en compañía, sin tener ni idea de quién toca en el gran escenario allá
a lo lejos. Un hippismo familiar. Flores en el pelo. Muslos al descubierto. Chubasqueros
y gorros. Atracciones de feria.
Un frío
de la hostia, la lluvia que resbala, el barro en el que nos enterramos, un
colapso en la salida, qué inútiles, cabreos, algún llanto, cansancio un día y
otro y el último. La música que más nos gusta. Y bien que mereció la pena.
Me bajo
del tren unos días, lo que dura una semana y un poquito más. Subo a otro vagón
que me conduce a mejores destinos. Me esperan Tom, Eddie y Bruce, un gran
reencuentro, las calles que patear, el césped en que tumbarse, la cerveza que saborear,
la isla que conquistar, la música que sentir, las personas que amar, el pasado
y el futuro. Salud y hasta pronto.
Cuando me
encontré con esta canción me abracé a ella sin soltarme en cada vaivén. Por sus
venas navega una melancolía etérea y evocaciones paradisíacas que me empujaban
a escucharla un día sí y otro también. Conviene darle un largo reposo a cada
una de estas piezas magistrales para reencontrarse con su inquebrantable autoridad
tiempo después y comprobar que su poder de fascinación sigue siendo el mismo. Estos
tipos son así de buenos. Impossible Germany, un tema mayúsculo.
La letra
al margen. Lo que me importa un bledo es todo ese discurso visual e interior que
encierra la obra de Patti Smith, discos que hermanan la música y la poesía de
un modo místico y un tanto arrogante. Le sobran esos versos, unos cuantos, a su
último trabajo, descripciones recitadas que entran y salen… claro que entonces
no estaríamos hablando ni escuchando a Patti Smith. Banga (Columbia, 2012), de
todos modos, es un buen trabajo cargado con música de lo más sugerente,
homenajes diversos y esa retorcida familiaridad que desprende su autora. Transcurre
por terrenos cambiantes: se ofrece amable, crece denso y esquivo y se cierra onírico
y crepuscular en el albor de un nuevo amanecer. Comienza y finaliza cercano,
con la artista en una dimensión terrenal de entrada, que a medida que se
acomoda en los temas se apodera de ellos y los convierte en lienzos introspectivos
que transforman toda la obra en un conjunto artístico y conceptual inquietante.
Esta vez
quería el primer plano y conseguí plaza a un palmo de la barrera, al frente de
la comunidad. Quería comprobar lo buenos que son, lo poco que necesitan comunicarse
entre sí para que les salgan actuaciones perfectas, una canción detrás de otra.
Desde el apabullante arranque con Art of almost hasta el sentimental final con The
late greats. Wilco en su grandeza, los espasmos ruidosos de Nels Cline, el
asombroso poderío rítmico de Glenn Kotche y el carisma reservado de John
Stirratt y ese hobo al que se parece Jeff Tweedy. Concierto redondo: sublimes
Impossible Germany y A shot in the arm, y para la galería Jesus etc, Via
Chicago o I’m the man who loves you. Un festival sí, el Primavera Sound de
Oporto, citas que añoran la intimidad pero que nos reconcilian con la magia de
la música que tanto amamos.
Otros
envejecen mejor. Ahora ya no se tiñe el pelo, despeja arrugas y presume de
nieve en las entradas. El cuerpo lo conserva robusto, como ese vozarrón, este
tigre, este león. Tom Jones está pletórico, sin baile, sin cachondas de cuero a
sus pies, más meditativo y espiritual ahora, de vuelta a raíces bluseras y
rockeras. Sus últimos dos discos son fantásticos, formados por versiones de John
Lee Hooker y otros oradores de antaño en Praise & blame y de Simon, Cohen,
McCartney o Waits en Spirit in the room (Island, 2012). Ethan Johns produce
ambos trabajos, así que la música suena reposada y limpísima. En el último Jones
se hermana con el Johnny Cash
crepuscular de las grabaciones americanas. Sigue riéndose, pero desde los
altares del recogimiento. Un glorioso superviviente.
Pues sí,
que está en horas bajas, solo o con los suyos, da igual. Después de aquella
horrible etapa entre el 81 y el 87, ahora pasa por su peor periodo, porque
desde Living with war no levanta cabeza el tío Neil. Da igual que ahora coja
las viejas canciones de la guardería, los modelos de la tradición, el sentimiento
de las raíces, Gallows pole, Clementine, Oh Susannah, This land is your land y
toda esa pompa absorbida por la aspereza guitarrera de su furia testaruda. Que
no, que todo es un coñazo difícil de aguantar hasta el final, Americana
(Reprise, 2012). Si todo fuera como el penúltimo tema, la versión tranquila de
Wayfair stranger, otra cosa sería, y bien que nos alegraríamos. Una pena.
Volveré
a esperar a que el disco esté a 5 euros para llevarlo a la estantería.