Ocurrió en
el 2012, en el undécimo año de la reactivación del festival de rock and roll
aquel que había nacido en el 68 y se había interrumpido tras la edición del 70.
Cuando Tom Petty y sus Heartbreakers, Pearl Jam y Bruce Springsteen y su banda
cerraron cada una de las noches del fin de semana del 22 al 24 de junio.
Cayó un
diluvio el jueves y embarró todo el lugar. Atasco, caos. Pero la gente siguió
adelante. Se juntaron miles de campistas, miles de automóviles, miles y más
miles de personas llegadas del continente, familias con sus abuelos y los críos
más pequeños que extienden sus manteles y despliegan sus sillas del domingo para
tragar comida china, hamburguesas, platos picantes y cerveza. Así pasan el fin
de semana, en compañía, sin tener ni idea de quién toca en el gran escenario allá
a lo lejos. Un hippismo familiar. Flores en el pelo. Muslos al descubierto. Chubasqueros
y gorros. Atracciones de feria.
Un frío
de la hostia, la lluvia que resbala, el barro en el que nos enterramos, un
colapso en la salida, qué inútiles, cabreos, algún llanto, cansancio un día y
otro y el último. La música que más nos gusta. Y bien que mereció la pena.
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