“¡Viva la noche! ¡Viva la
fiesta! ¡Vivan los djs! What the fuck! What the fuck!”… Así una y otra vez, venga y venga. El ritmo incesante
y monótono. Grita una joven cabalgando por el machaque de la música… del ruido,
seamos justos… atentado industrial y exhibición insultante, bochornosa. No se
atreve a ensalzar “¡Viva la coca! ¡Dame una anfeta!” Quién escucha esto, dios
mío, quién nos tortura de esta manera. La crisis no es solo financiera,
laboral, moral. La crisis, la decadencia, es total.
Ya no podemos ni entrar en
una tienda a probarnos ropa, ni pasear por entre las estanterías de un almacén
de segunda mano. Por las tiendas me paso para renovar vestuario una o dos veces
al año, a los segundos acudo más a menudo para llevarme a casa libros usados en
buen estado a precios de ensueño, y por los pasillos me entretengo echando un
vistazo a tomos, pasando las páginas de revistas antiguas o tratando de
encontrar un disco decente del que alguien ha preferido desprenderse. Pero tan
relajante paisaje se perturba y la depresión se expande con el estruendo del
hilo musical, y al poco de llegar me doy la vuelta y salgo por donde he entrado.
What the fuck!
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