Por un momento, cada vez que empiece a recordar, voy a creer que la música es una bendición celestial, quizá de dios. O de Dios. Del Dios en el que cree Mavis con devoción, el que la ilumina para vivir, que le da fuerzas para cantar propagando su voz desde las entrañas, para moverse graciosa junto a sus músicos por el escenario, para amar a su parroquia con la entrega de una oradora espiritual desde el púlpito. Yo me he unido a esa parroquia y he recuperado la fe. Abrazo la religión de Mavis porque anoche me convirtió y me llamó a su congregación.
He perdido la cuenta de los conciertos que he visto, aunque tampoco puedo presumir de que haya sido una incalculable barbaridad. Y quizá el que guarde en el recuerdo como el más entrañable de todos sea el de Mavis Staples en Camden, en el Jazz Café Venue de Londres, una lluviosa noche de noviembre en el año en el que esta adorable señora ha cumplido 71 años. Mavis es pequeña, regordeta, se mueve y camina ya cansada pero se enciende como una colegiala con ganas de vicio cuando entra en escena. Conserva en su cara sonriente y maciza la belleza que tuvo en su juventud, la que tienen todavía sus manos de dedos cálidos y delgados. Y el buen humor, una alegría que parece en ella innata, nunca lo pierde.
Apareció media hora tarde, retraso que le perdonamos. Bajó las escaleras detrás de su banda, cubierta de negro y con el peinado y los pendientes que luce en su último disco. Dejó una toalla y una botella de agua sobre un taburete. Saludó al público, unos quinientos que éramos ya entusiasmados sin que empezara aún a cantar. Y sonrió con el encanto de las abuelas. Empezó la ceremonia con el primer cántico gospel. “I am His, He is mine”, proclamó. Él es el señor, claro, el dios que tan presente estuvo en la velada. Nos unió a su banda, a su propia iglesia. “Ninguno de nosotros está solo”, dijo después de susurrar entre hermosos lamentos la mejor canción de este año, You’re not alone; “pero ahora llega mi momento de estar sola”, dijo antes de entonar Losing you, el tema que le tomó prestado a Randy Newman en su último disco. Destripó casi entero este álbum, una joya cada día más resplandeciente. A su padre Pops lo recordó con Freedom Highway y con I’ll take you there, el colofón imprescindible e insuperable para un concierto inolvidable y una experiencia religiosa. Los que allí estuvimos, lo juro, nos movimos y cantamos como si asistiéramos a esas misas de negros gritando hallelujah como si dios los poseyese que hemos visto en las películas americanas.
Mavis nos dio la mano, chocó los puños y se dejó besar, nos habló a todos como una sacerdotisa. Cantó y habló cuanto quiso, se lo pasó en grande porque ha nacido para esto, para meternos en sus canciones. Recordó anécdotas, abrazó a sus músicos (“no es un buen bajista… no es un buen batería… no es un buen guitarrista”, dijo al presentar a Jeff Turmes, Stephen Hodges y Rick Hollstrom), se acordó de viejos amigos, como el Reverendo Gary Davis o los miembros de The Band tras cantar The Weight, fingiendo olvidarse de Garth Hudson, “el que tenía aquella barba larga”), bromeó con el apellido del productor de su último disco, Jeff Tweedy (“creo que el chico hizo un buen trabajo”) y cuando dejó que su grupo se deleitase en una jam de dos fantásticas piezas, se echó a un lado en el pequeño escenario y se sentó junto a su hermana Yvonne, uno de los tres integrantes de su coro, como si escuchase el ruido de las luciérnagas desde un porche cuando el sol de la tarde se empieza a esconder.
Allí estaba ella, Mavis Staples, mirándonos y sonriendo, regalando amor. “Oh yeah”, alabando a su banda. Oh yeah. Inmensa. Hasta siempre. We love you.
3 comentarios:
Oh yeah!
Un saludo
Gracias por la crónica, yo también opino que You are not alone es la canción del año. Un saúdo desde Oregon.
Me alegra esta coincidencia. El disco también acabará siendo el disco del año, por razones tan obvias como la de haber sido tan afortunado de ver a Mavis en directo. Un saludo desde Londres.
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