Allen la rodó dos veces. Descontento con la primera filmación, cambió algunos actores y volvió a empezar. Los encerró en un estudio que se convirtió en una casa de campo de la que nadie sale, en la que del exterior sólo se oyen los pájaros, los grillos o las cigarras cuando el verano llega a su fin y se aproximan los días de septiembre, el salto de la estación y los cambios en nuestras vidas. Carlo Di Palma hace un genial trabajo de fotografía. Seis personajes conviven con sus dramas: se han estancado en sus vidas sin saber qué dirección tomar, aman pero no son correspondidos, no aman y son pretendidos, guardan secretos oscuros y han perdido contacto con sus allegados necesitados o simplemente se han acostumbrado al conformismo.
Ah, qué agradable sensación me deja este desolador drama a la espera del próximo trabajo del maestro, Whatever works, su regreso a Nueva York y, ojalá, una nueva historia que nos limpie el decepcionante recuerdo de su anterior película, Vicky Cristina Barcelona. Te esperamos con paciencia.
1 comentario:
La trilogía bergmaniana precisa (por mi parte) una revisión, que ahora no se va a hacer esperar.
un saludo.
Publicar un comentario