Merece una canción, una balada triste sin aire para la esperanza, versos que describan la sensación de abandono y soledad que le asalta cuando a su espalda se cierra la sala de billar y el sol de la mañana entra como el ácido en sus ojos cansados. Así un día y otro, a la espera de que algún chanchullo traiga más pasta con la que jugar, más comida que apostar, como si la supervivencia tuviera que liberarse de las ataduras sobre las vías del ferrocarril.
Eddie Felson, Relámpago. Cosido al tapete de la mesa, un taco como tercer brazo, las bolas como éxtasis y el orgasmo en las troneras. Arrogante, engreído, soberbio, provocador, perdedor... El mejor de todos. Lo sabe, pero lo que no sabe es cómo comportarse siendo el mejor. Has nacido para perder, en esta vida no hay lugar para ti. Resiste sin arrojarte del tren.
Nadie actúa ahora como él. Nadie se ríe igual ni arquea la espalda así sin estar cansado. Nadie amenaza con la palma abierta y la voz como un tornado. Nadie abraza así a una inválida por compasión, ni la desprecia con esa furia que no se atreve a ser salvaje. Nadie mira, habla, sonríe o llora como Paul Newman, Eddie Felson en El buscavidas (Robert Rossen, 1961), una obra maestra.
1 comentario:
Me encanta cuando Tom Waits dice ... "I played Minnessota Fats" ... el gran olvidado de esta maravilla. Sobre Newman, no es que nadie arquee una ceja como él. Es que no lo pueden ni soñar. Hay tipos que no deberían irse nunca.
Publicar un comentario