Roma es progresivamente seductora. Su maquinación política, sus intrigas sentimentales, su brutalidad, su puntual ternura, aparecen retratados con lujosos recursos formales y un dechado de vigor interpretativo. Esa entrañable relación que une a los soldados de la decimotercera legión Tito Pullo (un salvaje pero humano Ray Stevenson) y Lucio Voreno (un atormentado Kevin McKidd) hila después las tramas circundantes a ritmo de obra coral en la que no hay lugar para el descanso ni el aburrimiento y las escenas se enlazan con la duración justa como para no despegar al espectador de la pantalla ni para tirar de la cisterna.
A medida que avanza la serie cada personaje va cobrando una credibilidad más intensa, desde el maquiavélico Julio César (Ciaran Hinds) hasta la pérfida Atia (Polly Walker), sin olvidar a los vacilantes Pompeyo, Marco Antonio, Bruto, Servilia, Octavio y ese inquietante germen de villano que es Octavio. El honor y las pruebas a las que debe someterse el amor son otros aspectos temáticos que enriquecen la calidad de Roma.
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