Los Fisher me han invitado a compartir las experiencias con las que conviven, mecidos de un lado a otro por los golpes y las caricias que producen el amor y el sexo. La soledad de los miembros de esta familia y de sus seres más cercanos ha sido también mía, como su indecisión, su vacilación y, por supuesto, su incertidumbre imposible de sortear. Salvo algún esporádico sobresalto, esta segunda temporada se ha centrado en los detalles, o si cabe, en el modo en cómo los personajes han ido dando brazadas por diferentes estados de euforia o de desánimo.
La muerte, cómo no, sigue rondando por la funeraria de Fisher e Hijos. La muerte es su negocio, también el vecino que viene a pedir azúcar en el momento más inoportuno. La muerte los hace mirar al pasado y aventurar el futuro, porque su presente no es más que una capa imprecisa de confusión. Nate (mítico) camina en el borde del precipicio, David (enternecido) no sabe bien si sus pasos resistirán, Claire (adorable) no encuentra ningún camino, Ruth (entrañable) espera sin saber qué o a quién, y Brenda (venenosa) apuesta al rojo sabiendo que el negro es el color ganador. No es una familia perfecta, claro que no, pero es maravillosa.
Sensacional.
1 comentario:
Maravillosa
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