Una vez, hace varios años, escuché una canción en la radio que no me pude quitar de la cabeza en días. Recordaba sus compases, su estribillo, la voz lastimera de la mujer que cantaba, la transparencia de su guitarra acústica y el murmullo quejumbroso de la eléctrica, y la sensación que me transmitía el comienzo del tema, como cuando arrancas el motor del coche para alejarte varios días de tu hogar para perderte; pero me había olvidado del título y del nombre de la chica, sólo recordaba una ‘o’ inicial en el apellido. Meses después volví a ‘cazar’ la misma canción en la radio y ya no se me olvidó. Escuché el disco antes de comprarlo y el conjunto no me gustó tanto como el tema inicial, así que me guardé el dinero en el bolsillo o lo invertí en otro disco. Pero unos años más tarde, en una fase de exploración de la música de muchas solistas variadas, conocidas unas, desconocidas las más, y gracias a la generosidad del maestro José Luis, volvió a caer en mis manos aquel disco. Mi valoración cambió. Aquel me parece el mejor disco de Beth Orton, se titula Central Reservation, y Stolen Car, su tema de despegue, su canción más admirable, la mejor de su carrera.
En diez años tiene esta solista británica cuatro álbumes, el más reciente aún caliente en las estanterías de las tiendas, Comfort of Strangers (2006). Son curiosas las inquietudes de Beth Orton: su primer proyecto musical fue un dúo con el productor William Orbit, un tipo más allegado a la música electrónica y al baile, a las mezclas sobre todo; también la chica ha intervenido en trabajos de los agitables, pegadizos pero machacantes Chemical Brothers; pero bajo la manta electrónica que cubre algunas de sus primeras canciones, así como los elaborados mixes de temas más reconocibles, descansan sustancias que acercan o sitúan su música en el terreno de los autores de pop folk. Así, Nick Drake y Joni Mitchell podrían ser la inspiración creativa de Beth Orton y Aimee Mann, Mazzy Star o Tindersticks serían contemporáneas de estilo.
Trailer Park (1996) la dio a conocer. Es un debut algo espeso, al que los arreglos electrónicos, samplers y ritmo bailables no le hacen favor. Fue muy bien acogido por la crítica y alguna pieza esencialmente pop luce entre un contenido cansino que parece sostenerse como quien lo hace tras ingerir una pastilla estimulante en un garito sospechoso y se mantiene minutos flotando. Central Reservation mejoró su progresión, quizá en parte por el efecto de los acompañantes de estudio, Dr. John, Ben Harper y Terry Callier incluidos. Además del inicial y soberbio tema, Stolen car, el álbum contiene armonías sosegadas como la de Stars all seem to weep, algunas intrigantes, y un conmovedor dueto con el gran Callier, Pass in time. Este segundo disco hizo ganar a Beth
Orton premios a uno y otro lado del Atlántico y le ayudó a establecer provechosos contactos para futuras creaciones. Así, Daybreaker (2002) completó la primera trilogía de su obra con la intervención de músicos como Emmylou Harris, Johnny Marr, Ryan Adams y el mítico Jim Keltner en la batería. El tercer disco prosigue los caminos emprendidos en su anterior trabajo, aunque las vías de tránsito electrónico quedan más cerradas y el resultado es más contenido, un producto de pop-rock con brisas folk y melancolía en la interpretación. Es la voz quebrada de Beth Orton, palabras y quejidos débiles que tienen miedo a romperse, su huella imborrable, una señal que la identifica y que empezaba a echarse en falta.Comfort of Strangers tiene menos presencia estelar en su reparto. Produce Jim O’Rourke, hombre ligado a sonoridades más agresivas como las de Wilco y sobre todo Sonic Youth. Su efecto, junto a las composiciones todavía tranquilas de Beth Orton, da como resultado un disco sin florituras, bello, de canciones cortas y líricas, contenidos y cuidados pianos, voces para descansar... en la carretera a muchas millas de casa.

El listón quedó muy alto para el grupo estelar de la función. Sí, pero los Drive-By Truckers se lo habrían puesto también por los cielos a Mother Superior si el orden de conciertos hubiera sido distinto. Tres rugosas guitarras unidas en armonía, consignas y recuerdos del estilo de vida sureña y unos cuantos lingotazos a morro de botellas de Jack Daniels sacaron a los Lynyrd Skynyrd a flote. El grandullón Patterson Hood lidera a los ‘camioneros’ con dramatismo contenido en sus versos y una sonrisa siempre dispuesta, pero la sequedad (y el acento casi incomprensible) del veterano Mike Cooley y la tardía energía del jovencito Jason Isbell consiguen convertir su directo en una experiencia acogedoramente familial. Los DBT acaban de publicar disco, el más relajado A blessing and a curse, del que no faltaron cortes de enganche fácil que ganan fuerza en vivo; una hora y media larga dejó sitio a grandes piezas de la megalómana Southern Rock Opera, del más alegre Decoration day y del impresionante The dirty South. Faltaron algunas de sus mejores melodías, un mal menor, inapreciable, tras un concierto que regaló asombrosos solos repartidos entre sus guitarristas, sentidas interpretaciones vocales de Hood, Cooley e Isbell y canciones crepusculares bendecidas con emotivos estribillos. El torbellino del Sur.














Hay canciones gigantescas que empiezan en lo alto de una montaña rusa y nunca bajan de la cumbre. Son canciones que despegan con un orgasmo que dura cuatro o cinco minutos. Es el alcohol que circula por las venas sin límite de velocidad. Otra lengua en tu garganta. You could be mine, de los Guns, ¿os dais cuenta?


