El amor por la música y los discos provoca en algunos una serie de ritos rutinarios seguidos con fidelidad, pequeñas manías que estrechan nuestros lazos de unión con los discos, como si fueran personas o mascotas por las que estar preocupados y a las que mantener bien cuidadas. Ahí van unas cuantas:
- Acudir a primera hora del día a la tienda de confianza cuando un disco muy muy esperado va a salir al mercado. A menudo, la mercancía tarda en llegar y el colega que allí trabaja te dice que lo hará a última hora de la mañana o por la tarde. Te preguntas varias veces si vas a otra tienda o a un centro comercial a ver si allí sí ha salido el disco; pero claro, si así es, no lo comprarás en la tienda de siempre y entonces piensas que a tus colegas les parecerá mal porque llevas mucho tiempo insistiendo y ya te han dicho varias veces que te lo van a guardar. Te vence la paciencia porque has leído y oído maravillas de ese super disco que... ¡más le vale salir hoy a la venta en esta ciudad a la que las mercancías llegan tarde o quemo la tienda!
- Cuando al fin el disco está ya en el comercio favorito, miras detenidamente el cd que vas a comprar al quitarlo de la estantería y examinas bien que no tenga ninguna rayadura en el cristal de la caja o arrugas en el cartón del DG pack. Encuentras un pequeño estallido en una esquina que te impide ver unas letras junto al copyright aunque no puedas leerlas ni con lupa, así que le preguntas al dueño si te lo puede cambiar por otro que tenga debajo del mostrador.
- Ya en el coche (porque aunque tienes ya el tesoro en las manos no has perdido la impaciencia) o en casa, desprecintas el cd con cuidado por la fina tira de plástico que bordea la caja para que se abra fácilmente y retiras el resto del plástico procurando arrugarlo poco aunque después no sirva para nada. Ni que fuera el envoltorio de una figurita de cristal que vas a regalar a tu madre.
- Sacas el libreto procurando no arrugar el borde que roza los pivotes alargados o redondos de la caja, y que obstaculizan que se deslice con facilidad hacia afuera. Cuando cuesta sacar el papel tienes que meter las uñas más adentro para empujarlo fuera, pero claro, como te comes las uñas, aún te lleva varios segundos. Eso sí, lo haces muy cuidadosamente porque no quieres que por la presión de tus dedos se vaya a doblar parte del papel y ya te chafe el disco impecable.
- Abres el libreto cuidadosamente, dejando que las páginas se deslicen con el suave roce de la yema de los dedos y hundes dentro las narices para empapártelas del olor a papel nuevo; pero que no se te ocurra pegar la tocha, que deja huellas fácilmente, sobre todo si el color del cuadernillo es negro.
- Vuelves a meter el libreto en la caja evitando que los pivotes gruesos estropeen sus bordes, pero antes te fijas elevando el cristal hacia la luz en que no tenga ninguna huella o marca, o que el DG pack no presente alguna hendidura mínima producto de un leve golpe que haya sufrido durante el traslado.
- Escuchas el disco con atención y con el libreto abierto, incluso sigues alguna canción leyendo la letra. Recorres con la vista todos los detalles del diseño, estudias la tipografía de la letra, los agradecimientos desde el principio hasta el final, incluidos los que se acuerdan de los padres, los hermanos y el gato.
- Llamas a tu amigo íntimo de correrías musicales y le anuncias en tono solemne e intrigante: "Ya he escuchado el disco". "¿Crítica corta o larga?", le preguntas a continuación.
- Colocas el disco en la estantería en el lugar que le corresponde por orden alfabético. Una vez situado entre otros dos discos examinas el impacto visual que produce, si el color de su canto desentona o no entre el color de los demás en esa hilera de cds.
Después hay otras manías y costumbres maravillosas, o ridículas, según se mire:
-Compras una entrada para un concierto y no la doblas en absoluto porque más tarde, tras la actuación, la enmarcas en un álbum exclusivo; por supuesto, le pides al de la puerta de la sala o el pabellón que no te la rompa la esquina de la entrada y te la guardas luego en un plástico que llevas contigo para que siga sin doblarse.
-Durante la primera semana no le dejas un disco recién comprado ni a tu novia porque no quieres que el Dg pack corra el peligro de arrugarse o de que le caiga una gota de agua encima, así que si alguien te pide el disco le haces una copia.
-Actualizas cada día en el ordenador la lista de discos que tienes o tachas de la discografía de un artista o grupo el último disco suyo que has adquirido.
-Te esfuerzas por escribir con buena letra y sin errores el nombre del grupo y el álbum en la superficie del cd virgen en el que te has copiado un disco.
¿Tenéis más?...
domingo, enero 29, 2006
jueves, enero 26, 2006
VOLUME TWO 11: THE TEMPTATIONS
Creía que los Temptations siempre vestían impecables trajes luminosos de chaqueta cruzada y lucían desde el alba hasta el crepúsculo la alargada sonrisa blanca que resplandecía en sus caras negras. Así aparecían en las fotos que conocía. Hasta que no hace mucho, aquella tarde de música en la buhardilla de Rulo, les descubrí menos sonrientes, con chaquetas de pana y cazadoras de cuero y sombreros callejeros de chulo de Harlem en varias fotografías de la época de su disco Psychedelic shack (1970). Años más tarde recuperarían su porte elegante seductor de primeros de los sesenta, aunque ajustados a las modas.
Muchos llamarán cursi, ñoña o blandengue a la canción My girl, pero cada vez que la escucho transcurren por mi cabeza ferias en el campo, suburbios americanos de familias de clase media, jardines regados en verano, parques de atracciones, primeros amores... Su entrañable melodía, firmada por el gran Smokey Robinson, recrea unos años irrecuperables que las películas de Hollywood y las series de televisión han hecho inmortales.
De la fértil Detroit y derivadas de dos bandas, The Primes y The Distants, germinaron las cinco voces cantarinas de los Temptations, fichadas por la gigante Motown para un sello filial primero y después llamados a primera línea. La formación cambió varias veces con el paso de los años y deserciones y fallecimientos fueron adaptando a los Temptations a los tiempos. Tras una inocente pero deliciosa era inicial plagada de decenas de éxitos soul, la mayoría compuestos por Norman Whitfield y Barry Holland (Ain't too proud to beg) y también Robinson (Get ready, The way you do the things you do, Baby, I need you), que cantaba algunas, los cinco jóvenes de Detroit, que alternaban voces según el tono de cada canción, entraron en un ciclo más funky y psicodélico, cuyos pilares son los excelentes discos Cloud Nine (1969), Puzzle People (1969), Psycheledic Shack (1970) y All directions (1972), que contiene la conocida pieza de Strong y Whitfield Papa was a Rolling Stone. En los setenta siguieron trabajando con distinto personal y saltaron también al sello Atlantic; a finales de esa década y en la siguiente tocaron la música disco, pero compuesta con una elegancia natural e e inmediata envidiables, de la que carecían otras formaciones que envejecieron peor.
Existen varias recopilaciones, algunas bastante completas, de canciones fundamentales de los Temptations. Cualquiera es recomendable si su música te contagia y comienzas a abrirle un espacio más grande en la estantería.
Muchos llamarán cursi, ñoña o blandengue a la canción My girl, pero cada vez que la escucho transcurren por mi cabeza ferias en el campo, suburbios americanos de familias de clase media, jardines regados en verano, parques de atracciones, primeros amores... Su entrañable melodía, firmada por el gran Smokey Robinson, recrea unos años irrecuperables que las películas de Hollywood y las series de televisión han hecho inmortales.
De la fértil Detroit y derivadas de dos bandas, The Primes y The Distants, germinaron las cinco voces cantarinas de los Temptations, fichadas por la gigante Motown para un sello filial primero y después llamados a primera línea. La formación cambió varias veces con el paso de los años y deserciones y fallecimientos fueron adaptando a los Temptations a los tiempos. Tras una inocente pero deliciosa era inicial plagada de decenas de éxitos soul, la mayoría compuestos por Norman Whitfield y Barry Holland (Ain't too proud to beg) y también Robinson (Get ready, The way you do the things you do, Baby, I need you), que cantaba algunas, los cinco jóvenes de Detroit, que alternaban voces según el tono de cada canción, entraron en un ciclo más funky y psicodélico, cuyos pilares son los excelentes discos Cloud Nine (1969), Puzzle People (1969), Psycheledic Shack (1970) y All directions (1972), que contiene la conocida pieza de Strong y Whitfield Papa was a Rolling Stone. En los setenta siguieron trabajando con distinto personal y saltaron también al sello Atlantic; a finales de esa década y en la siguiente tocaron la música disco, pero compuesta con una elegancia natural e e inmediata envidiables, de la que carecían otras formaciones que envejecieron peor.
Existen varias recopilaciones, algunas bastante completas, de canciones fundamentales de los Temptations. Cualquiera es recomendable si su música te contagia y comienzas a abrirle un espacio más grande en la estantería.
lunes, enero 23, 2006
VOLUME ONE 11: MELALCOHOLIC (SEVIGNY)
Siempre me agrada descubrir talentos escondidos, bien músicos de bagaje a los que conozco un poco tarde, bien noveles creadores que dan a conocer sus primeras propuestas, sobre todo si hacen gala de personalidad propia aunque no tapen inevitablemente sus referencias. Uno de ellos es Sevigny, bonito nombre tras el que se halla Lucía Rolle, joven coruñesa que acaba de fabricar su primer disco, de título no menos precioso y descriptivo, Melalcoholic, producido por Arturo Vaquero y la propia Rolle y editado por el sello gallego Falcatruada.
Más melancólico que alcohólico, el álbum de despegue de Sevigny, se digiere como un elixir sabroso cuantas más escuchas merece para acabar dejando un regusto agradable y duradero. Se intuyen modelos de inspiración pop como Laura Veirs, Ani DiFranco o incluso Marlango, cubiertos por una capa de añoranza en las letras y sonidos relajantes que tienden a excitarse. Predomina la acústica y los arreglos electrónicos, pero la guitarra eléctrica de Luis Moro (en faceta de colaboración) enchufa un par de canciones, sobre todo Before the morning comes, para conducirlas a terrenos rockeros. Y la voz inofensiva de Lucía guía los paisajes que nacen de cada tema de forma seductora y parsimoniosa, como si pidiera permiso para tomar parte de su viaje.
Un leve defecto sería la falta de continuidad en la sucesión de canciones: Waiting for this look la escogería Cameron Crowe para la banda sonora de su próxima película; Moon’s Romance se dejaría oír en una playa caribeña; Collapse nace junto al piano de un club de jazz en la hora del cierre y dibuja incluso el recuerdo de Tom Waits; Rebirth se apoya en hipnóticos sintetizadores; y hasta aparece en Melacoholic un saludo a Ryan Adams con una refrescante y tierna versión de When the stars go blue. Demasiados desvíos para un trabajo de debut que, no obstante, se acoge con el calor que merecen las brillantes ideas de artistas inquietos.
Nota: 7/10
Melalcoholic se puede comprar en discos Portobello (A Coruña) y a través de Internet en: www.trastenda.com y www.muzikalia.com.
Para más información: http://www.sevigny.ws/ y http://www.falcatruada.com/.
Más melancólico que alcohólico, el álbum de despegue de Sevigny, se digiere como un elixir sabroso cuantas más escuchas merece para acabar dejando un regusto agradable y duradero. Se intuyen modelos de inspiración pop como Laura Veirs, Ani DiFranco o incluso Marlango, cubiertos por una capa de añoranza en las letras y sonidos relajantes que tienden a excitarse. Predomina la acústica y los arreglos electrónicos, pero la guitarra eléctrica de Luis Moro (en faceta de colaboración) enchufa un par de canciones, sobre todo Before the morning comes, para conducirlas a terrenos rockeros. Y la voz inofensiva de Lucía guía los paisajes que nacen de cada tema de forma seductora y parsimoniosa, como si pidiera permiso para tomar parte de su viaje.
Un leve defecto sería la falta de continuidad en la sucesión de canciones: Waiting for this look la escogería Cameron Crowe para la banda sonora de su próxima película; Moon’s Romance se dejaría oír en una playa caribeña; Collapse nace junto al piano de un club de jazz en la hora del cierre y dibuja incluso el recuerdo de Tom Waits; Rebirth se apoya en hipnóticos sintetizadores; y hasta aparece en Melacoholic un saludo a Ryan Adams con una refrescante y tierna versión de When the stars go blue. Demasiados desvíos para un trabajo de debut que, no obstante, se acoge con el calor que merecen las brillantes ideas de artistas inquietos.
Nota: 7/10
Melalcoholic se puede comprar en discos Portobello (A Coruña) y a través de Internet en: www.trastenda.com y www.muzikalia.com.
Para más información: http://www.sevigny.ws/ y http://www.falcatruada.com/.
viernes, enero 20, 2006
VOLUME TWO 10: GREG DULLI
El soul man que lleva dentro Greg Dulli, su alma negra anclada en otras décadas, se vislumbra entre el rugoso rock evocador de sus aventuras musicales. No le falta un aire gangsteril a su rostro redondo de gamberro de barrio, a su porte robusto de crooner fumador y trasnochado. Me cae bien Greg Dulli, escondido tras sus gafas oscuras. Vomita pasión cuando grita, también cuando deja que las palabras le resbalen y con ellas seduce a las babies que pueblan sus canciones. Lo ha hecho en Afghan Whigs y en Twilight Singers. Siempre.
Como ahora, que firma Amber Headlights con su nombre solo, un trabajo que abre un paréntesis en el recorrido de Twilight Singers y se pinta de homenaje a su amigo Ted Demme, el director de cine (Beautiful girls) fallecido de un ataque al corazón hace tres años. Dulli tenía nueve canciones guardadas, en las que vuelve a descargar tanta sensualidad como lujuria.
La disolución de una banda que aprecio me produce tristeza y decepción (por razones luctuosas también lamenté la defunción de Blind Melon ya hace años y el fin de la carrera de Jeff Buckley). La desaparición de Afghan Whigs también fue una mala noticia allá por 1999, sobre todo después de que el grupo de Cincinatti publicase un año antes el magistral disco 1965. Yo supe de ellos con Black love (1996) y fui saboreándolos hacia atrás, con Gentlemen (1993) y el primerizo Congregation (1992). Mi grado de satisfacción tomó un camino inverso. El inicial poso punk que Dulli arrastró de sus formaciones previas se deja notar en los dos primeros álbumes de Afghan Whigs, agresivos en sus guitarras caóticas pero provistos de una sábana melancólica en sus arreglos y en el elocuente torrencial de voz de Dulli. No canta bien Greg, su garganta resacosa no llega nunca a la cima, se ahoga antes, por eso gana más fuerza su mecánica de seducción mediante susurros y voces al oído. Aparece todo este encanto en el mejor aderezado Black love y se refuerza en 1965, una obra casi perfecta por la que transitan los espíritus aún vivos de Marvin Gaye y Nina Simone. Es un disco ideal para seducir y dejarse conquistar, para después acariciar y luego...
Pero ahí acabó, qué pena, Afghan Whigs. Aunque no Greg Dulli. Convenció a amigos y levantó Twilight Singers, una suerte de prolongación de su grupo anterior, no tan empañado de soul, algo viciado de psicodelia en su discreto disco de debut (Twilight), e incluso experimental en sus mejores siguientes entregas, Blackberry Belle (2002) y She loves you (2004). El primero transpira soledad y derrocha energía con canciones que se hacen imborrables cuanto más se escuchan; el segundo transforma en buen grado temas de artistas tan dispares como Billie Holiday, John Coltrane, Fleetwwod Mac o Bjork hasta hacerlos merecedores de llevar el copyright de un Dulli que les añora. En ambos trabajos colaboró el gran Mark Lanegan, cuya siniestra voz oscurece aœn más el denso paisaje musical del ex líder de Afghan Whigs (ambos se han hecho llamar Gutter Twins en esporádicas actuaciones conjuntas).
Con quien quiera que estés, keep on rockin', Greg!!!
Como ahora, que firma Amber Headlights con su nombre solo, un trabajo que abre un paréntesis en el recorrido de Twilight Singers y se pinta de homenaje a su amigo Ted Demme, el director de cine (Beautiful girls) fallecido de un ataque al corazón hace tres años. Dulli tenía nueve canciones guardadas, en las que vuelve a descargar tanta sensualidad como lujuria.
La disolución de una banda que aprecio me produce tristeza y decepción (por razones luctuosas también lamenté la defunción de Blind Melon ya hace años y el fin de la carrera de Jeff Buckley). La desaparición de Afghan Whigs también fue una mala noticia allá por 1999, sobre todo después de que el grupo de Cincinatti publicase un año antes el magistral disco 1965. Yo supe de ellos con Black love (1996) y fui saboreándolos hacia atrás, con Gentlemen (1993) y el primerizo Congregation (1992). Mi grado de satisfacción tomó un camino inverso. El inicial poso punk que Dulli arrastró de sus formaciones previas se deja notar en los dos primeros álbumes de Afghan Whigs, agresivos en sus guitarras caóticas pero provistos de una sábana melancólica en sus arreglos y en el elocuente torrencial de voz de Dulli. No canta bien Greg, su garganta resacosa no llega nunca a la cima, se ahoga antes, por eso gana más fuerza su mecánica de seducción mediante susurros y voces al oído. Aparece todo este encanto en el mejor aderezado Black love y se refuerza en 1965, una obra casi perfecta por la que transitan los espíritus aún vivos de Marvin Gaye y Nina Simone. Es un disco ideal para seducir y dejarse conquistar, para después acariciar y luego...
Pero ahí acabó, qué pena, Afghan Whigs. Aunque no Greg Dulli. Convenció a amigos y levantó Twilight Singers, una suerte de prolongación de su grupo anterior, no tan empañado de soul, algo viciado de psicodelia en su discreto disco de debut (Twilight), e incluso experimental en sus mejores siguientes entregas, Blackberry Belle (2002) y She loves you (2004). El primero transpira soledad y derrocha energía con canciones que se hacen imborrables cuanto más se escuchan; el segundo transforma en buen grado temas de artistas tan dispares como Billie Holiday, John Coltrane, Fleetwwod Mac o Bjork hasta hacerlos merecedores de llevar el copyright de un Dulli que les añora. En ambos trabajos colaboró el gran Mark Lanegan, cuya siniestra voz oscurece aœn más el denso paisaje musical del ex líder de Afghan Whigs (ambos se han hecho llamar Gutter Twins en esporádicas actuaciones conjuntas).
Con quien quiera que estés, keep on rockin', Greg!!!
lunes, enero 16, 2006
BONUS TRACK 4: WHAT COLOR IS LOVE (TERRY CALLIER)
Dos volúmenes de una colección titulada Folk Funk Flavours & Ambient Soul han entrado estos días en mi discoteca. En una de ellas aparece un tema del veterano músico de Chicago Terry Callier, a quien descubrí hace pocos años y del que poseo tres discos sensacionales, el más antiguo What color is love, magistral legado de 1973.
La música serena y bondadosa, exquisita y humana de Terry Callier combina perfectamente el funk y el folk con el soul y el jazz. Parece complejo, ¿verdad?; la voz y los sonidos de Callier consiguen enlazar cada género de una manera sencilla y armoniosa, con las cuerdas acústicas con protagonismo principal, bien complementadas por la dulzura vocal de Terry y la suavidad de los instrumentos de viento. Curtis Mayfield y él fueron amigos de infancia. No me extraña su buen gusto ni sus habilidades.
What color is love irradia caricias y calor en siete canciones y 40 minutos. Títulos tan bonitos como Chica bailarina, Vas a echar de menos a tu hombre encantador, De qué color es el amor o Preferiría estar contigo merecen preciosos temas como los de este tercer trabajo en la carrera de Callier, cumbre que rozan sus dos álbumes más recientes, Speak your peace (2002) y Lookin’ out (2004), pacíficos regalos de un artista mayúsculo.
La música serena y bondadosa, exquisita y humana de Terry Callier combina perfectamente el funk y el folk con el soul y el jazz. Parece complejo, ¿verdad?; la voz y los sonidos de Callier consiguen enlazar cada género de una manera sencilla y armoniosa, con las cuerdas acústicas con protagonismo principal, bien complementadas por la dulzura vocal de Terry y la suavidad de los instrumentos de viento. Curtis Mayfield y él fueron amigos de infancia. No me extraña su buen gusto ni sus habilidades.
What color is love irradia caricias y calor en siete canciones y 40 minutos. Títulos tan bonitos como Chica bailarina, Vas a echar de menos a tu hombre encantador, De qué color es el amor o Preferiría estar contigo merecen preciosos temas como los de este tercer trabajo en la carrera de Callier, cumbre que rozan sus dos álbumes más recientes, Speak your peace (2002) y Lookin’ out (2004), pacíficos regalos de un artista mayúsculo.
LIVE IN 8: DEBATE DESDE EL GÓTICO
Entre canciones y cervezas surgió de madrugada entre amigos una pregunta sin respuesta: si existe el llamado rock gótico y a veces te cruzas por la calle con tipos de aspecto gótico, como decimos de esos jóvenes pálidos vestidos por completo de negro, con maquillaje y adornos en la cara, ¿a qué sonaría entonces el rock rococó (o rockockó, según quien dé el bautismo)?, ¿o el rock renacentista?, ¿o el modernista?...
Al día siguiente hice unas consultas. El término gótico encontró su espacio como etiqueta musical a comienzos de los ochenta con el nacimiento, sobre todo en Inglaterra, de una serie de bandas derivadas del punk y el glam rock que prefirieron mostrar actitudes más moderadas que destructivas, bucearon en literatura antigua y aportaron matices dramáticos y novelescos a sus composiciones y fueron cultivando un sonido siniestro y depresivo, de guitarras densas y bases electrónicas, con bajos machacantes y golpes de batería reiterativos. También en Australia, Alemania, Bélgica o Estados Unidos aparecieron nuevas formaciones rockeras a las que el calificativo ‘gótico’ les sentó bien y con este término fueron creciendo algunas, las que no tomaron otros rumbos ni se fueron pegando otras etiquetas. Joy Division, Bauhaus, Christian Death, Echo & The Bunnymen, Siouxsie & The Banshees, Sisters of Mercy y The Cure son algunos de los grupos o precursores góticos más conocidos que tanto han seducido y continúan seduciendo a grupúsculos de jóvenes generaciones cubiertas de ropajes negros, largos abrigos de cuero, prendas en forma de red y rayas y contornos oscuros en sus caras.
Vamos, que vas por la calle, te cruzas con un ‘espécimen’ así y dices: "ahí va un gótico". Nos seguimos preguntando: ¿y un rococó vestiría también de negro?, ¿un renacentista iría más iluminado?, ¿la música modernista se parecería más al pop?, si el gótico siguió al románico en la historia del arte, ¿qué bandas románicas hubo antes de Bauhaus?... Pensamos que entre el cada vez más extenso catálogo de etiquetas y estilos musicales, hay o habrá rococó, modernismo y demás.
Por favor, lectores y redactores, iluminados, ideólogos y mandamases de Rolling Stone, Ruta 66, Mondo Sonoro, Popular 1... ¿tiene alguna respuesta que nos sirva de ayuda para enriquecer este imprevisto debate?
jueves, enero 12, 2006
GREATEST HITS 6: COMFORTABLY NUMB (PINK FLOYD)
Algunos clásicos de Pink Floyd como Money, Wish you were here o Another brick in the wall (en su versión de Tom Morello para el film The Faculty también) han desfilado por la pasarela musical del Tribeca desde hace años. Pero recientemente otro gran tema de la monumental banda se está ganando los galones de 'gran éxito' del templo: Comfortably Numb. Creo que la revisitación efectuada por el propio grupo de la canción en el concierto Live 8 de Londres ha destapado tan impresionante himno del baúl de las joyas aparcadas.
Waters, Gilmour, Wright y Mason volvieron a compartir escenario el pasado verano tras varios años de enfados y litigios. Un reencuentro tan histórico merecía una cita de la misma dimensión y eso ocurrió en el multitudinario concierto celebrado al mismo tiempo en varias ciudades del planeta. Con la noche sobre Hyde Park comenzaron a sonar las apacibles notas de Speak to me unidas con Breath y los cuatro 'fluidos rosas' recuperaron enseguida más de un tiempo perdido. Waters sonreía, Gilmour desconfiaba. Sus ojos no se cruzaban. Acabado el primer corte, entró Money y la música, la banda y la audiencia se encendió. Gilmour parecía más suelto y Waters se mecía en su salsa. La entrada acústica de Wish your were here aplacó la adrenalina y encendió los mecheros, fue la melodía de la reconciliación. Comfortably Numb puso fin a su set. Gilmour aprendió a reir y Waters ya encontró en él su mirada. Así escondieron (¿para siempre?) el hacha de guerra.
A lo grande, a lo gigante. Pink Floyd renacido llevó su último tema de la función al éxtasis. Los dioses nunca se olvidan de sonar juntos como la gloria. Las voces de Waters y Gilmour recrearon la atmósfera destructiva de The Wall y la guitarra de Gilmour recobró en el solo final alargado toda la gozosa ferocidad de una obra maestra de canción.
José Luis recurre a menudo últimamente a Comfortably Numb para aplacar el ruido de elecciones musicales previas y relajar a su oyente clientela. Como cuando escogió el tema sublime de Pink Floyd entre la áspera sesión de Nuggets que una noche propuso el mítico Quiroga. Una vez más, el solo de Gilmour (el cuarto en el ranking que los expertos de la revista Guitar World ha elaborado, por detrás de Page, Van Halen y Rossington) alcanzó el firmamento.
Waters, Gilmour, Wright y Mason volvieron a compartir escenario el pasado verano tras varios años de enfados y litigios. Un reencuentro tan histórico merecía una cita de la misma dimensión y eso ocurrió en el multitudinario concierto celebrado al mismo tiempo en varias ciudades del planeta. Con la noche sobre Hyde Park comenzaron a sonar las apacibles notas de Speak to me unidas con Breath y los cuatro 'fluidos rosas' recuperaron enseguida más de un tiempo perdido. Waters sonreía, Gilmour desconfiaba. Sus ojos no se cruzaban. Acabado el primer corte, entró Money y la música, la banda y la audiencia se encendió. Gilmour parecía más suelto y Waters se mecía en su salsa. La entrada acústica de Wish your were here aplacó la adrenalina y encendió los mecheros, fue la melodía de la reconciliación. Comfortably Numb puso fin a su set. Gilmour aprendió a reir y Waters ya encontró en él su mirada. Así escondieron (¿para siempre?) el hacha de guerra.
A lo grande, a lo gigante. Pink Floyd renacido llevó su último tema de la función al éxtasis. Los dioses nunca se olvidan de sonar juntos como la gloria. Las voces de Waters y Gilmour recrearon la atmósfera destructiva de The Wall y la guitarra de Gilmour recobró en el solo final alargado toda la gozosa ferocidad de una obra maestra de canción.
José Luis recurre a menudo últimamente a Comfortably Numb para aplacar el ruido de elecciones musicales previas y relajar a su oyente clientela. Como cuando escogió el tema sublime de Pink Floyd entre la áspera sesión de Nuggets que una noche propuso el mítico Quiroga. Una vez más, el solo de Gilmour (el cuarto en el ranking que los expertos de la revista Guitar World ha elaborado, por detrás de Page, Van Halen y Rossington) alcanzó el firmamento.
lunes, enero 09, 2006
SOUNDTRACK 8: GUSTAVO SANTAOLALLA
Mantengo viva mi curiosidad por la música en las películas, no sólo la escogida mediante canciones para acompañar a la acción, sino el score compuesto de forma exclusiva para un film. Gracias a algunas de mis charlas con Yojimbo he vuelto a repasar las creaciones de apreciados compositores contemporáneos como Mark Isham, James Newton Howard o Thomas Newman. Uno de mis recientes descubrimientos es el argentino Gustavo Santaolalla, de quien podremos escuchar música suya en la película de próximo entreno Brokeback Mountain.
Mi primer contacto con Santaolalla se debe a la obra maestra de Michael Mann, The Insider (El dilema), en cuya banda sonora aparecía una breve pieza de Santaolalla titulada Iguazu, apoyada en el sonido metálico y punzante de las cuerdas de una mandolina y un ligero pero emotivo uso de los teclados. Temas de estilo parecido, envueltos en capas muy atmosféricas, aparecían también con las imágenes de otras dos grandes películas, Amores perros y 21 gramos, ambas del mexicano Alejandro González Iñárritu. Entonces quise saber más de Gustavo Santaolalla.
Este músico y productor ha trabajado con diversos artistas y grupos latinoamericanos en Buenos Aires, Los Ángeles y Mexico D.F., los más conocidos, Caifanes, Café Tacuba, Bersuit, Aterciopelados y Molotov, con quien vendió varios cientos de miles de discos. Legendario y prestigioso en su país, Santaolalla hace primar en su música y labor de producción, sobre todo, el choque de culturas y sonidos, una amalgama de ritmos y esencias que enlaza el rock con las ráices musicales de países como México, Perú, Brasil y Argentina. Esa inquietud y riqueza musical fue quizá lo que más sedujo a Michael Mann para utilizar una pieza del músico argentino en un dramático momento de The Insider. Iñárritu también acertó para reforzar la opresiva desesperación presente en sus películas con la música de Santaolalla.
He escuchado hasta ahora sólo un corte del trabajo de Santaolalla para Brokeback Mountain (que podéis oír gracias a Yojimbo en www.7samurais.com) y me ha gustado mucho. He notado que su música traslada muy bien al oyente a los paisajes abiertos de la historia y al mismo tiempo de ella brota una melancolía trágica que al parecer nace de la historia que viven los personajes de la película. No descarto una nominación de Oscar y ya ansío escuchar el score entero.
Mi primer contacto con Santaolalla se debe a la obra maestra de Michael Mann, The Insider (El dilema), en cuya banda sonora aparecía una breve pieza de Santaolalla titulada Iguazu, apoyada en el sonido metálico y punzante de las cuerdas de una mandolina y un ligero pero emotivo uso de los teclados. Temas de estilo parecido, envueltos en capas muy atmosféricas, aparecían también con las imágenes de otras dos grandes películas, Amores perros y 21 gramos, ambas del mexicano Alejandro González Iñárritu. Entonces quise saber más de Gustavo Santaolalla.
Este músico y productor ha trabajado con diversos artistas y grupos latinoamericanos en Buenos Aires, Los Ángeles y Mexico D.F., los más conocidos, Caifanes, Café Tacuba, Bersuit, Aterciopelados y Molotov, con quien vendió varios cientos de miles de discos. Legendario y prestigioso en su país, Santaolalla hace primar en su música y labor de producción, sobre todo, el choque de culturas y sonidos, una amalgama de ritmos y esencias que enlaza el rock con las ráices musicales de países como México, Perú, Brasil y Argentina. Esa inquietud y riqueza musical fue quizá lo que más sedujo a Michael Mann para utilizar una pieza del músico argentino en un dramático momento de The Insider. Iñárritu también acertó para reforzar la opresiva desesperación presente en sus películas con la música de Santaolalla.
He escuchado hasta ahora sólo un corte del trabajo de Santaolalla para Brokeback Mountain (que podéis oír gracias a Yojimbo en www.7samurais.com) y me ha gustado mucho. He notado que su música traslada muy bien al oyente a los paisajes abiertos de la historia y al mismo tiempo de ella brota una melancolía trágica que al parecer nace de la historia que viven los personajes de la película. No descarto una nominación de Oscar y ya ansío escuchar el score entero.
VOLUME TWO 9: GEMMA, CINDY Y TORI
El soul y el funk han entrado bien temprano en mi universo musical en el nuevo año, pero antes de deleitarme con una serie de apetecibles recopilaciones, los primeros discos que he escuchado en 2006 vienen firmados el año anterior por tres mujeres tan distintas como Gemma Hayes, Cindy Bullens y Tori Amos. Los resultados han sido desiguales.
Gemma Hayes, una guapa y delgada irlandesa de 27 años, ha tardado tres años en publicar su segundo álbum largo, The roads don’t love you. Tras sus prometedores eps de 2001 y el debutante Night on my side de 2002, la chica vivió varias alegrías y ciertas amarguras de un éxito prematuro. La prensa inglesa aplaudió su primer trabajo, que le llevó a recorrer escenarios por Gran Bretaña y Europa durante el año y medio siguiente. Después se colapsó, no supo darle avance a su carrera y buscó la inspiración en Estados Unidos, donde encontró buenas compañías (el batería Joey Waronker, entre otros) para dar forma a su segundo trabajo. Hayes se mueve entre esencias acústicas y aromas folk bañados con leves y agradables matices electrónicos. Con esta propuesta triunfó hace tres años, ahora la repite pero carente de frescura y de inmediatez espontánea y crea un producto más calculado, bonito por momentos, pero falto de alma.
Cindy Bullens representa otro tipo bastante distinto de cantaautora (lo que se llama una singer/songwriter). Su biografía está plagada de atributos llamativos desde la mitad de los años 70, cuando fue vocalista de Elton John en varias giras y obtuvo dos nominaciones al Grammy, una de ellas por una interpretación vocal en la banda sonora de Grease. Publicó sus primeros discos como solista, pero se retiró unos años sin dejar de alejarse por completo de la música y prestó canciones a otras cantantes como Irma Thomas o las Dixie Chicks. Volvió a los estudios a finales de los noventa y en 2005 completó su sexto álbum, Dream 29. La música de Cindy Bullens sigue la estela de la de Steve Earle y Lucinda Williams. A ellos recuerdan sus canciones nuevas, menos enérgicas y más académicas, bien acompañadas con el bajista de la E Street Band Garry Tallent y con la especial colaboración del propio Elton John y el bluesman texano Delbert McClinton. El resultado es digno, pero una pizca cansino.
Tori Amos no se cansa de producir música y en 2005 ha sido fértil y ambiciosa. Porque ni más ni menos que 19 canciones en 80 minutos contiene su álbum The beekeeper. La sensual y también erótica pianista de Carolina del Norte transmite estas mismas cualidades una vez más con su voz inconfundible y su piano inseparable a lo largo de su octavo disco desde los primeros 90. Sin la desnudez de sus primeros trabajos, pero con el gancho que en 1994 tenían singles estupendos como Past the mission o Cornflake girl en el disco Under the pink, The beekeeper es una obra larga, sí, pero para nada agotadora, sino relajante y de disfrute trasnochador. La prodigiosa formación musical de la pelirroja Tori se hace notar con la recreación de ambientes sosegados, brisas soul (Sweet the sting) y aire jazzístico (Witness). Un regalo para gozar.
Gemma Hayes, una guapa y delgada irlandesa de 27 años, ha tardado tres años en publicar su segundo álbum largo, The roads don’t love you. Tras sus prometedores eps de 2001 y el debutante Night on my side de 2002, la chica vivió varias alegrías y ciertas amarguras de un éxito prematuro. La prensa inglesa aplaudió su primer trabajo, que le llevó a recorrer escenarios por Gran Bretaña y Europa durante el año y medio siguiente. Después se colapsó, no supo darle avance a su carrera y buscó la inspiración en Estados Unidos, donde encontró buenas compañías (el batería Joey Waronker, entre otros) para dar forma a su segundo trabajo. Hayes se mueve entre esencias acústicas y aromas folk bañados con leves y agradables matices electrónicos. Con esta propuesta triunfó hace tres años, ahora la repite pero carente de frescura y de inmediatez espontánea y crea un producto más calculado, bonito por momentos, pero falto de alma.
Cindy Bullens representa otro tipo bastante distinto de cantaautora (lo que se llama una singer/songwriter). Su biografía está plagada de atributos llamativos desde la mitad de los años 70, cuando fue vocalista de Elton John en varias giras y obtuvo dos nominaciones al Grammy, una de ellas por una interpretación vocal en la banda sonora de Grease. Publicó sus primeros discos como solista, pero se retiró unos años sin dejar de alejarse por completo de la música y prestó canciones a otras cantantes como Irma Thomas o las Dixie Chicks. Volvió a los estudios a finales de los noventa y en 2005 completó su sexto álbum, Dream 29. La música de Cindy Bullens sigue la estela de la de Steve Earle y Lucinda Williams. A ellos recuerdan sus canciones nuevas, menos enérgicas y más académicas, bien acompañadas con el bajista de la E Street Band Garry Tallent y con la especial colaboración del propio Elton John y el bluesman texano Delbert McClinton. El resultado es digno, pero una pizca cansino.
Tori Amos no se cansa de producir música y en 2005 ha sido fértil y ambiciosa. Porque ni más ni menos que 19 canciones en 80 minutos contiene su álbum The beekeeper. La sensual y también erótica pianista de Carolina del Norte transmite estas mismas cualidades una vez más con su voz inconfundible y su piano inseparable a lo largo de su octavo disco desde los primeros 90. Sin la desnudez de sus primeros trabajos, pero con el gancho que en 1994 tenían singles estupendos como Past the mission o Cornflake girl en el disco Under the pink, The beekeeper es una obra larga, sí, pero para nada agotadora, sino relajante y de disfrute trasnochador. La prodigiosa formación musical de la pelirroja Tori se hace notar con la recreación de ambientes sosegados, brisas soul (Sweet the sting) y aire jazzístico (Witness). Un regalo para gozar.
jueves, enero 05, 2006
LIVE IN 7: RULO Y JOSEPH
Si tuviera más tiempo, dinero y paciencia, apuesto a que me gustaría coleccionar vinilos.
Una de mis últimas experiencias musicales de 2005 fue pasar parte de la lluviosa tarde de fin de año en la buhardilla de Rulo escuchando vinilos y viendo carpetas de discos, conocidos unos y más raros otros, algunos muy difíciles de conseguir. Ya me había invitado tiempo atrás, pero nunca me venía bien un sábado por la tarde para compartir unas horas tranquilas con él y con su buena música. Esta vez sí. Tiene un cuarto junto a su habitación dedicado sólo a almacenar y escuchar discos. Allí reúne unos 2.000 vinilos (sí, muchos tienen bastantes más), distintas ediciones de un mismo disco, ejemplares que mantiene plastificados y sin abrir desde hace décadas, reliquias que muy pocas personas poseen... Y todos los tiene bien cuidados, guardados en su plástico y dispuestos de tal modo que no le dañe el polvo; posee además una lavadora de vinilos y material específico de limpieza de discos que invierte minuciosamente para conservarlos en el estado más perfecto posible.
Con placer en sus explicaciones y emoción si cabe a la hora de enseñarme alguno de sus tesoros, Rulo me fue enseñando revistas con miles de portadas de discos de músicos de los que no sabía nada, maravillosas fundas originales o alternativas de los Who, Faces, Big Brother & The Holden Company, Led Zeppellin, MC5; discos de Joe Tex y los Temptations; extraños trabajos de Pete Townshend junto a Ronnie Lane y homenajes suyos a Meher Baba; el primer album de The Hombres, otro de XIT, el grupo de indios americanos; temas de bandas inglesas de los sesenta y setenta que nunca llegaron a publicar su primer disco...
La aguja bajó muchas veces para recorrer los surcos de sus discos y crujió sobre el vinilo rodante. La música parecía desnuda y viva como nunca, como si naciera de las entrañas de sus autores, sin artificios ni lavados, auténtica. Como la de Joseph, un grupo desconocido de los primeros años setenta que sólo publicó un disco del que existen apenas referencias (cierto, porque mis búsquedas en internet no lograron encontrar datos del tal Joseph Longoria que firma casi todos los temas de su extraño disco). Rulo lo adquirió hace tiempo a un precio elevado, como muchos de los que se manejan en el mercado de coleccionistas de vinilos que él conoce bien. Pero ¡qué bien sonaba aquello!, ¡ese rock bluesero espeso y pantanoso, ahogado y de gritos desesperados! "Ya estoy comprando un cassette después de mucho tiempo y te pido que me lo grabes", le dije.
Mi contacto recuperado con los vinilos despertó el placer por tocarlos, por apreciar como obra artística el trabajo, el diseño o la concepción de las ideas visuales. Valoré, en definitiva, la grandeza del continente y olvidé el contenido, la música. Entendí incluso a los detractores del cd cuando llaman "posavasos" al soporte digital. No, no compraré vinilos, pero su encanto me parece mágico, como el que encuentran los coleccionistas cuando miman las piezas de su museo.
Una de mis últimas experiencias musicales de 2005 fue pasar parte de la lluviosa tarde de fin de año en la buhardilla de Rulo escuchando vinilos y viendo carpetas de discos, conocidos unos y más raros otros, algunos muy difíciles de conseguir. Ya me había invitado tiempo atrás, pero nunca me venía bien un sábado por la tarde para compartir unas horas tranquilas con él y con su buena música. Esta vez sí. Tiene un cuarto junto a su habitación dedicado sólo a almacenar y escuchar discos. Allí reúne unos 2.000 vinilos (sí, muchos tienen bastantes más), distintas ediciones de un mismo disco, ejemplares que mantiene plastificados y sin abrir desde hace décadas, reliquias que muy pocas personas poseen... Y todos los tiene bien cuidados, guardados en su plástico y dispuestos de tal modo que no le dañe el polvo; posee además una lavadora de vinilos y material específico de limpieza de discos que invierte minuciosamente para conservarlos en el estado más perfecto posible.
Con placer en sus explicaciones y emoción si cabe a la hora de enseñarme alguno de sus tesoros, Rulo me fue enseñando revistas con miles de portadas de discos de músicos de los que no sabía nada, maravillosas fundas originales o alternativas de los Who, Faces, Big Brother & The Holden Company, Led Zeppellin, MC5; discos de Joe Tex y los Temptations; extraños trabajos de Pete Townshend junto a Ronnie Lane y homenajes suyos a Meher Baba; el primer album de The Hombres, otro de XIT, el grupo de indios americanos; temas de bandas inglesas de los sesenta y setenta que nunca llegaron a publicar su primer disco...
La aguja bajó muchas veces para recorrer los surcos de sus discos y crujió sobre el vinilo rodante. La música parecía desnuda y viva como nunca, como si naciera de las entrañas de sus autores, sin artificios ni lavados, auténtica. Como la de Joseph, un grupo desconocido de los primeros años setenta que sólo publicó un disco del que existen apenas referencias (cierto, porque mis búsquedas en internet no lograron encontrar datos del tal Joseph Longoria que firma casi todos los temas de su extraño disco). Rulo lo adquirió hace tiempo a un precio elevado, como muchos de los que se manejan en el mercado de coleccionistas de vinilos que él conoce bien. Pero ¡qué bien sonaba aquello!, ¡ese rock bluesero espeso y pantanoso, ahogado y de gritos desesperados! "Ya estoy comprando un cassette después de mucho tiempo y te pido que me lo grabes", le dije.
Mi contacto recuperado con los vinilos despertó el placer por tocarlos, por apreciar como obra artística el trabajo, el diseño o la concepción de las ideas visuales. Valoré, en definitiva, la grandeza del continente y olvidé el contenido, la música. Entendí incluso a los detractores del cd cuando llaman "posavasos" al soporte digital. No, no compraré vinilos, pero su encanto me parece mágico, como el que encuentran los coleccionistas cuando miman las piezas de su museo.
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