El soul y el funk han entrado bien temprano en mi universo musical en el nuevo año, pero antes de deleitarme con una serie de apetecibles recopilaciones, los primeros discos que he escuchado en 2006 vienen firmados el año anterior por tres mujeres tan distintas como Gemma Hayes, Cindy Bullens y Tori Amos. Los resultados han sido desiguales.
Gemma Hayes, una guapa y delgada irlandesa de 27 años, ha tardado tres años en publicar su segundo álbum largo, The roads don’t love you. Tras sus prometedores eps de 2001 y el debutante Night on my side de 2002, la chica vivió varias alegrías y ciertas amarguras de un éxito prematuro. La prensa inglesa aplaudió su primer trabajo, que le llevó a recorrer escenarios por Gran Bretaña y Europa durante el año y medio siguiente. Después se colapsó, no supo darle avance a su carrera y buscó la inspiración en Estados Unidos, donde encontró buenas compañías (el batería Joey Waronker, entre otros) para dar forma a su segundo trabajo. Hayes se mueve entre esencias acústicas y aromas folk bañados con leves y agradables matices electrónicos. Con esta propuesta triunfó hace tres años, ahora la repite pero carente de frescura y de inmediatez espontánea y crea un producto más calculado, bonito por momentos, pero falto de alma.
Cindy Bullens representa otro tipo bastante distinto de cantaautora (lo que se llama una singer/songwriter). Su biografía está plagada de atributos llamativos desde la mitad de los años 70, cuando fue vocalista de Elton John en varias giras y obtuvo dos nominaciones al Grammy, una de ellas por una interpretación vocal en la banda sonora de Grease. Publicó sus primeros discos como solista, pero se retiró unos años sin dejar de alejarse por completo de la música y prestó canciones a otras cantantes como Irma Thomas o las Dixie Chicks. Volvió a los estudios a finales de los noventa y en 2005 completó su sexto álbum, Dream 29. La música de Cindy Bullens sigue la estela de la de Steve Earle y Lucinda Williams. A ellos recuerdan sus canciones nuevas, menos enérgicas y más académicas, bien acompañadas con el bajista de la E Street Band Garry Tallent y con la especial colaboración del propio Elton John y el bluesman texano Delbert McClinton. El resultado es digno, pero una pizca cansino.
Tori Amos no se cansa de producir música y en 2005 ha sido fértil y ambiciosa. Porque ni más ni menos que 19 canciones en 80 minutos contiene su álbum The beekeeper. La sensual y también erótica pianista de Carolina del Norte transmite estas mismas cualidades una vez más con su voz inconfundible y su piano inseparable a lo largo de su octavo disco desde los primeros 90. Sin la desnudez de sus primeros trabajos, pero con el gancho que en 1994 tenían singles estupendos como Past the mission o Cornflake girl en el disco Under the pink, The beekeeper es una obra larga, sí, pero para nada agotadora, sino relajante y de disfrute trasnochador. La prodigiosa formación musical de la pelirroja Tori se hace notar con la recreación de ambientes sosegados, brisas soul (Sweet the sting) y aire jazzístico (Witness). Un regalo para gozar.
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