La semana pasada repasé las películas que más me gustaron de las 80 que vi en las salas de cine a lo largo del año. Siguiendo el ritual de finales de diciembre ahora le toca el turno a los discos. En concreto han sido 89 los que he escuchado con fecha de producción de 2005 o de muy finales de 2004. Por supuesto que me quedan muchos por escuchar porque la oferta musical es extensa y muy variada, pero ya acabarán llegando más. De momento...
... el año ha deparado sus buenas canciones por parte de artistas clásicos y no tan clásicos, nuevos autores y otros que acaban de consagrarse. Esta es mi selección de discos redondos por orden de preferencia (no se tienen en cuenta discos en directo ni reediciones o recopilatorios):
-1. A BIGGER BANG (The Rolling Stones)
-2. THE ANTIDOTE (Morcheeba)
-3. I’VE GOT MY OWN HELL TO RAISE (Bettye Lavette)
-4. IN THE REINS (Calexico and Iron & Wine)
-5. X&Y (Coldplay)
-6. OUR ENDLESS NUMBERED DAYS (Iron & Wine)
-7. JOE BATAAN (Call my name)
-8. LIFE IN SLOW MOTION (David Gray)
-9. DEVILS & DUST (Bruce Springsteen)
-10. LANGUAGE, SEX, VIOLENCE, OTHER? (Stereophonics)
Y de propina:
SUPER EXTRA GRAVITY (The Cardigans)
AS IS NOW (Paul Weller)
PRAIRIE WIND (Neil Young)
HOWL (Black Rebel Motorcycle Club)
YEAR OF METEORS (Laura Veirs)
OUT OF EXILE (Audioslave)
MIGHTY REARRANGER (Robert Plant & The Strange Sensation)
HABANA BLUES (Varios, BSO)
jueves, diciembre 29, 2005
lunes, diciembre 26, 2005
VOLUME ONE 10: 29 (RYAN ADAMS)
El último disco que comentaré este año será el último de los tres que ha publicado uno de los músicos más activos de 2005, Ryan Adams, a quien en otro post califiqué como un artista muy notable pero un tipo nada aconsejable, un buen músico bobo, vamos. Aunque no parece haber hecho otra cosa los últimos 365 días que componer e interpretar canciones, lo cierto es que no me parece que Ryan Adams haya ofrecido sus creaciones más inspiradas en este tiempo. Insistiré en encumbrar su obra maestra Gold y resaltar otros grandes discos como Rock N Roll y los dos volúmenes Love is hell, porque ninguno de los tres álbumes más recientes llega a la altura de aquellos.
29 es el último, editado hace unos días en España. Su disco más intimista, dicen algunas revistas que le elogian. Puede ser, pero esa intimidad parece vacía, carente de luces y apagada por una nostalgia a veces desnuda. Si el doble Cold roses era demasiado largo y Jacksonville City Nights demasiado soso, 29 es demasiado tristón. Y eso que su tema de apertura se enchufa con una eléctrica reincidente y Adams experimenta con aires flamencos en otra canción más revoltosa, pero los otros siete navegan caprichosamente como piezas desorientadas.
Parece que 29 queda entonces compuesto por los nueve cortes que no pegaban bien en los dos discos anteriores y ahora el músico ha querido desvelar para cerrar el año. No impide ello que 29 contenga un par de preciosos momentos, en especial Strawberry wine, en el que Ryan Adams se disfraza del Neil Young frágil y hondo del Prairie Wind para extender como una sábana agitada por el viento una relajante melodía y una enorme canción.
En 2006, mejor sólo un disco. Y mejor.
Nota: 6/10
29 es el último, editado hace unos días en España. Su disco más intimista, dicen algunas revistas que le elogian. Puede ser, pero esa intimidad parece vacía, carente de luces y apagada por una nostalgia a veces desnuda. Si el doble Cold roses era demasiado largo y Jacksonville City Nights demasiado soso, 29 es demasiado tristón. Y eso que su tema de apertura se enchufa con una eléctrica reincidente y Adams experimenta con aires flamencos en otra canción más revoltosa, pero los otros siete navegan caprichosamente como piezas desorientadas.
Parece que 29 queda entonces compuesto por los nueve cortes que no pegaban bien en los dos discos anteriores y ahora el músico ha querido desvelar para cerrar el año. No impide ello que 29 contenga un par de preciosos momentos, en especial Strawberry wine, en el que Ryan Adams se disfraza del Neil Young frágil y hondo del Prairie Wind para extender como una sábana agitada por el viento una relajante melodía y una enorme canción.
En 2006, mejor sólo un disco. Y mejor.
Nota: 6/10
VOLUME TWO 8: CALEXICO
Grupos o solistas a quienes concedí una segunda oportunidad no la superaron, Franz Ferdinand sin ir más lejos. Otros, por el contrario, pasaron la prueba y lograron hacerme variar mi apreciación. También es cierto que unos casi ni la merecen, los otros sí, te hacen creer que hay algo que no captaste del todo bien y hay que volver a intentarlo. Me pasó con Calexico.
In the reins, un Ep de siete canciones y menos de media hora de duración publicado hace muy poco, une a Iron & Wine y a Calexico, buenos amigos que también han compartido escena desde hace unos meses. Este breve álbum me congratula tanto con el barbudo de voz miedosa Sam Beam como con la versátil banda de Joey Burns y John Convertino.
Procedentes de Los Angeles pero cultivados musicalmente en Tucson, Arizona, Burns y Convertino salieron de las cenizas de Giant Sand, otro grupo que ha ido ganando mis simpatías aunque con más cautela. La condición de multiinstrumentistas de sus dos portavoces y la variada riqueza musical de sus cuatro miembros restantes y otros colaboradores convierte a Calexico en una coctelera que agita el country folk con la música de mariachis, el jazz con el rock de raíces, y los acompaña de matices psicodélicos y sonidos procedentes de otras culturas. Demasiadas pistas y géneros para describir al grupo, sí, pero suficientes para que con cada escucha de sus canciones se descubran llenas de giros y gestos musicales ingeniosos y hechizantes.
La música de Calexico suena a frontera y desierto, sabe a tequila y mezcal, desprende calor y transmite soledad mientras el sol de verano se pone para dar paso a la noche misteriosa. Desde mediados de los 90 han regalado algunos trabajos magníficos como Hot rail o Feast of wire, un retorcido y visual directo titulado Scraping y ahora mismo aún suenan delicados los pocos temas que comparten con Iron & Wine como aperitivo de otro disco anunciado para el año tan próximo a empezar.
In the reins, un Ep de siete canciones y menos de media hora de duración publicado hace muy poco, une a Iron & Wine y a Calexico, buenos amigos que también han compartido escena desde hace unos meses. Este breve álbum me congratula tanto con el barbudo de voz miedosa Sam Beam como con la versátil banda de Joey Burns y John Convertino.
Procedentes de Los Angeles pero cultivados musicalmente en Tucson, Arizona, Burns y Convertino salieron de las cenizas de Giant Sand, otro grupo que ha ido ganando mis simpatías aunque con más cautela. La condición de multiinstrumentistas de sus dos portavoces y la variada riqueza musical de sus cuatro miembros restantes y otros colaboradores convierte a Calexico en una coctelera que agita el country folk con la música de mariachis, el jazz con el rock de raíces, y los acompaña de matices psicodélicos y sonidos procedentes de otras culturas. Demasiadas pistas y géneros para describir al grupo, sí, pero suficientes para que con cada escucha de sus canciones se descubran llenas de giros y gestos musicales ingeniosos y hechizantes.
La música de Calexico suena a frontera y desierto, sabe a tequila y mezcal, desprende calor y transmite soledad mientras el sol de verano se pone para dar paso a la noche misteriosa. Desde mediados de los 90 han regalado algunos trabajos magníficos como Hot rail o Feast of wire, un retorcido y visual directo titulado Scraping y ahora mismo aún suenan delicados los pocos temas que comparten con Iron & Wine como aperitivo de otro disco anunciado para el año tan próximo a empezar.
miércoles, diciembre 21, 2005
LAS PELÍCULAS DE 2005
En la llegada al final de año o temporada es costumbre que junto a alguno de mis allegados haga repaso de los mejores momentos que el cine y la música me han deparado. Toca hacer recuento y recuerdo, volver a ver películas o a escuchar discos y conceder notas a cuanto, con fecha de este año, ha pasado por nuestros ojos y oídos. Como es normal, faltan trabajos por conocer, pero no siempre se tiene acceso a todo y una buena parte de lo que sale al mercado no interesa y ya ni se le concede la oportunidad.
Estas son mis notas de 2005 (en orden de preferencia) sobre las PELÍCULAS que he visto en cine. Algunos de los estrenos los he visto en otro formato, casi siempre en compañía de mis amigos Red Stovall y Yojimbo, pero sólo tendré en cuenta las 80 películas (otros años han sido más) vistas en salas comerciales.
Se aceptan con gusto vuestras propias listas:
5 sobresalientes:
-1. LARGO DOMINGO DE NOVIAZGO (Jean Pierre Jeunet)
-2. LA VIDA SECRETA DE LAS PALABRAS (Isabel Coixet)
-3. LA GUERRA DE LOS MUNDOS (Steven Spielberg)
-4. MATCH POINT (Woody Allen)
-5. EL AVIADOR (Martin Scorsese)
5 notables:
-1. BROKEN FLOWERS (Jim Jarmusch)
-2. CLOSER (Mike Nichols)
-3. EL JARDINERO FIEL (Fernando Meirelles)
-4. CINDERELLA MAN (Ron Howard)
-5. BATMAN BEGINS (Christopher Nolan)
5 suspensos:
-1. CUATRO HERMANOS (John Singleton)
-2. LLAMADA PERDIDA (Takashi Miike)
-3. BE COOL (F. Gary Gray)
-4. LA SEÑAL 2 (Hideo Nakata)
-5. SIN CITY (Robert Rodriguez y Frank Miller)
Estas son mis notas de 2005 (en orden de preferencia) sobre las PELÍCULAS que he visto en cine. Algunos de los estrenos los he visto en otro formato, casi siempre en compañía de mis amigos Red Stovall y Yojimbo, pero sólo tendré en cuenta las 80 películas (otros años han sido más) vistas en salas comerciales.
Se aceptan con gusto vuestras propias listas:
5 sobresalientes:
-1. LARGO DOMINGO DE NOVIAZGO (Jean Pierre Jeunet)
-2. LA VIDA SECRETA DE LAS PALABRAS (Isabel Coixet)
-3. LA GUERRA DE LOS MUNDOS (Steven Spielberg)
-4. MATCH POINT (Woody Allen)
-5. EL AVIADOR (Martin Scorsese)
5 notables:
-1. BROKEN FLOWERS (Jim Jarmusch)
-2. CLOSER (Mike Nichols)
-3. EL JARDINERO FIEL (Fernando Meirelles)
-4. CINDERELLA MAN (Ron Howard)
-5. BATMAN BEGINS (Christopher Nolan)
5 suspensos:
-1. CUATRO HERMANOS (John Singleton)
-2. LLAMADA PERDIDA (Takashi Miike)
-3. BE COOL (F. Gary Gray)
-4. LA SEÑAL 2 (Hideo Nakata)
-5. SIN CITY (Robert Rodriguez y Frank Miller)
lunes, diciembre 19, 2005
VOLUME TWO 7: FRANZ FERDINAND
Como el aventajado canterano que en el día de su debut con el primer equipo logra el gol de la victoria con un título en juego, desata la fiebre en la hinchada, sus pasos empiezan a ser seguidos por la prensa a todas partes y las marcas le persiguen para que le sirva de imagen y reclamo... así ha entrado Franz Ferdinand en el circo musical desde 2004 hasta la fecha. Las revistas especializadas se han rendido a su álbum de estreno, una gran parte de las que no son tan prestigiosas ni referentes también. Las canciones de su primer álbum han sonado en locales rockeros y poperos, en discotecas y en anuncios. El grupo ha teloneado a bandas de primera fila y las flores que le han llovido le han llevado de nuevo al estudio para repetir una fórmula exitosa en su segundo disco, de nuevo bien acogido por la pluma de la crítica.
Algo tendrá de especial y diferente Franz Ferdinand que pone tan de acuerdo a tantas voces. Yo no lo encuentro por ninguna parte.
Aunque llegó a mis oídos pronto la pegadiza melodía de su primer sencillo, Take me out, tardé en escuchar su primer trabajo. No me convencía esa imagen tan fashion que el grupo vendía o que de él vendían para convertirlo en algo cool, tan inmediatamente próximo y popular. En cuanto tuve el disco le presté la atención suficiente que precisa la virtud de no caer enseguida en prejuicios perezosos. Por ejemplo, no me esperaba nada positivo de Keane y me agrada bastante. No fue el caso de los escoceses Franz Ferdinand.
El baile de etiquetas que se utilizó para clasificar el sonido de la banda no me pareció buena señal. Se combinaban los términos pop, art, punk, hard, rock, soft... para orientar al seguidor o al interesado y con todo eso el grupo crea quizá un producto machacón y cansino, indefinido y redundante, canciones que agitan sobre bases sucias pero ‘limpiadas’. Entiendo el éxito que ha logrado, sobre todo por su facilidad para hacer recordables unos cuantos estribillos, pero su aparente radicalidad me parece tan pobre y cargante como la que también ofrecen unos más insoportables White Stripes o The Hives.
Sí, supongo que le daré una oportunidad al segundo y también aplaudido disco, nada modesto en su título, You could have it so much better with... (Podrías tenerlo mucho mejor con Franz Ferdinand). No sé, no creo.
Algo tendrá de especial y diferente Franz Ferdinand que pone tan de acuerdo a tantas voces. Yo no lo encuentro por ninguna parte.
Aunque llegó a mis oídos pronto la pegadiza melodía de su primer sencillo, Take me out, tardé en escuchar su primer trabajo. No me convencía esa imagen tan fashion que el grupo vendía o que de él vendían para convertirlo en algo cool, tan inmediatamente próximo y popular. En cuanto tuve el disco le presté la atención suficiente que precisa la virtud de no caer enseguida en prejuicios perezosos. Por ejemplo, no me esperaba nada positivo de Keane y me agrada bastante. No fue el caso de los escoceses Franz Ferdinand.
El baile de etiquetas que se utilizó para clasificar el sonido de la banda no me pareció buena señal. Se combinaban los términos pop, art, punk, hard, rock, soft... para orientar al seguidor o al interesado y con todo eso el grupo crea quizá un producto machacón y cansino, indefinido y redundante, canciones que agitan sobre bases sucias pero ‘limpiadas’. Entiendo el éxito que ha logrado, sobre todo por su facilidad para hacer recordables unos cuantos estribillos, pero su aparente radicalidad me parece tan pobre y cargante como la que también ofrecen unos más insoportables White Stripes o The Hives.
Sí, supongo que le daré una oportunidad al segundo y también aplaudido disco, nada modesto en su título, You could have it so much better with... (Podrías tenerlo mucho mejor con Franz Ferdinand). No sé, no creo.
LIVE IN 6: MARLANGO
Marlango no es sólo Leonor Watling. Pero sin Leonor Watling, ¿habría Marlango? La actriz española, consagrada de la mano de una serie de cineastas mediáticos (que no elogiables) como Pedro Almodóvar o Bigas Luna entre ellos, y gracias a una acertada elección de películas y compañías, sirve de escaparate infalible para un grupo sugerente y agradecido en el ámbito nacional como es Marlango. Pero, ¿alguien conocería a los músicos Óscar Ibarra y Alejandro Pelayo si no fuera porque Leonor es el rostro del grupo y su hada madrina?
El trío respira noche y decadencia, espacios solitarios y garitos cubiertos del humo de los cigarrillos con una femme fatale en la esquina de la barra y un pianista esquelético en el escenario. Tom Waits es su inspiración. Aunque me atrae ese entorno, no es Marlango objeto de mi devoción. Aprecio a la actriz que es Leonor Watling, pero no me agrada demasiado su vacilante registro vocal delante del micrófono; cada tema de un disco del grupo parece cantado por una mujer diferente. Me aburre su primer trabajo, Marlango, aunque me gusta bastante más el segundo, Automatic imperfection, fechado en este año.
Pero el jueves pasado rectifiqué mi impresión respecto a Marlango. A veces basta con presenciar a un artista en vivo para comprender y apreciar su valor. El grupo ofreció concierto en la sala Capitol de Santiago, que agotó las entradas para la ocasión. En contra de lo que me esperaba, Marlango eludió el tono hipnótico que tiñe buena parte de sus temas en estudio y se entregó a media docena de piezas de cada uno de sus dos discos mejorados en directo, animados y atrayentes, beneficiados además con el acompañamiento de un guitarrista, bajista y batería de rodaje. El tono y el ritmo de la actuación fue in crescendo, presentó algún inesperado pasaje de distorsión y llegó a su cierre con emotivas y encendidas versiones de Bertold Brecht y Harry Nilsson. Y Leonor ofreció una imagen divina sin ser diva; calló bastante y dejó hablar a Pelayo, se movió flotante sobre el escenario, cubierta de negro con el cabello recogido en coleta, la cara limpia y bella, entregada cuando alzaba la voz, seductora en los susurros. El complemento ideal para una banda más que decente.
Hay mujeres bonitas y mujeres cachondas, espectaculares. Y luego, en otra dimensión, está Leonor.
El trío respira noche y decadencia, espacios solitarios y garitos cubiertos del humo de los cigarrillos con una femme fatale en la esquina de la barra y un pianista esquelético en el escenario. Tom Waits es su inspiración. Aunque me atrae ese entorno, no es Marlango objeto de mi devoción. Aprecio a la actriz que es Leonor Watling, pero no me agrada demasiado su vacilante registro vocal delante del micrófono; cada tema de un disco del grupo parece cantado por una mujer diferente. Me aburre su primer trabajo, Marlango, aunque me gusta bastante más el segundo, Automatic imperfection, fechado en este año.
Pero el jueves pasado rectifiqué mi impresión respecto a Marlango. A veces basta con presenciar a un artista en vivo para comprender y apreciar su valor. El grupo ofreció concierto en la sala Capitol de Santiago, que agotó las entradas para la ocasión. En contra de lo que me esperaba, Marlango eludió el tono hipnótico que tiñe buena parte de sus temas en estudio y se entregó a media docena de piezas de cada uno de sus dos discos mejorados en directo, animados y atrayentes, beneficiados además con el acompañamiento de un guitarrista, bajista y batería de rodaje. El tono y el ritmo de la actuación fue in crescendo, presentó algún inesperado pasaje de distorsión y llegó a su cierre con emotivas y encendidas versiones de Bertold Brecht y Harry Nilsson. Y Leonor ofreció una imagen divina sin ser diva; calló bastante y dejó hablar a Pelayo, se movió flotante sobre el escenario, cubierta de negro con el cabello recogido en coleta, la cara limpia y bella, entregada cuando alzaba la voz, seductora en los susurros. El complemento ideal para una banda más que decente.
Hay mujeres bonitas y mujeres cachondas, espectaculares. Y luego, en otra dimensión, está Leonor.
miércoles, diciembre 14, 2005
GREATEST HITS 5: REMEDY (THE BLACK CROWES)
En un templo de rock como el Tribeca siempre se respira como una bendición el alma rockera que desprende la música de los Black Crowes. Y aunque no recuerdo que demasiadas canciones de la banda de los Robinson Brothers hayan sido pinchadas desde el rincón por el Maestro (Hard to handle y Soul singing, seguro), una de ellas, si no la mejor, brota con toda su furia en noches y momentos especiales: Remedy.
Versión de estudio o en directo, es lo mismo... Remedy, una de las cabezas de serie de ese álbum perfecto que es el The Southern Harmony & Musical Companion, te desplaza al corazón de un escenario ardiente en el que Chris Robinson se retuerce abrazado al micro, agita sus huesos y vomita su espíritu poseído cual James Brown en plena fiebre, como el caballo loco Neil Young, como todo Led Zeppelin al mismo tiempo en su propia carne.
Remedy crece en cada segundo, en su arranque implacable, en el rasgueo vicioso de cuerdas de Rich Robinson previo a cada entrada de su memorable riff. Hasta que la música llega al puente donde las voces femeninas preceden al orgasmo prolongado de Chris, que grita mientras no para de saltar y girar sobre sí mismo ("remedy, remedy, remedy, remedy..."). El Tribeca se parece entonces al cielo. O al infierno.
Versión de estudio o en directo, es lo mismo... Remedy, una de las cabezas de serie de ese álbum perfecto que es el The Southern Harmony & Musical Companion, te desplaza al corazón de un escenario ardiente en el que Chris Robinson se retuerce abrazado al micro, agita sus huesos y vomita su espíritu poseído cual James Brown en plena fiebre, como el caballo loco Neil Young, como todo Led Zeppelin al mismo tiempo en su propia carne.
Remedy crece en cada segundo, en su arranque implacable, en el rasgueo vicioso de cuerdas de Rich Robinson previo a cada entrada de su memorable riff. Hasta que la música llega al puente donde las voces femeninas preceden al orgasmo prolongado de Chris, que grita mientras no para de saltar y girar sobre sí mismo ("remedy, remedy, remedy, remedy..."). El Tribeca se parece entonces al cielo. O al infierno.
VOLUME ONE 9: LIVIN’ IN THE CITY (FUN LOVIN’ CRIMINALS)
Y en esto que, poco visible, tapado por otras dos novedades del mercado, me encuentro Livin’ in the city, título para un nuevo disco de Fun Lovin’ Criminals. Nada sabía de otra entrega de la banda de New York y deduje por el nombre que este año le tocaba álbum en vivo. Pues no.
Bien simpáticos me han caído desde que los conozco los amantes criminales y mucho más les puedo admirar en este año mío, insisto, de negroides vicios musicales. De negro no hay rastro en la piel de Huey y Fast (ahora acompañados por un nuevo y orondo batería), pero sí la ropa que visten y los sonidos que crean están teñidos de negro oscuro. Malabaristas de la fusión sutil de géneros, FLC han puesto banda sonora a los temibles barrios neoyorkinos como si fueran portavoces de la mafia urbana. A lo largo y ancho de discos han logrado que convivieran en paz y con elegancia gamberra funk, soul, groove, lounge y rock and roll.
Su producción reúne más trabajos notables (Loco, Welcome to Poppy’s) que mediocres (Mimosa). Livin’ in the city entra en la discografía criminal como un capítulo más de su recorrido urbano por New York, algo más exhibicionista en las guitarras de Huey y tan visual como siempre en los teclados de Fast. El nuevo disco hace incursiones en el reggae y rap hardrockero y regala la tradicional seducción vocal de Huey para un par de magníficos temas en forma de baladas como Ballad of NYC (que se apoya con acierto a un sampler del leit motiv de la película Love Story) y Girl with the scar, un tema para disfrutar sobre la arena de una playa desierta, bien acompañado, claro.
Nota: 8/10
Bien simpáticos me han caído desde que los conozco los amantes criminales y mucho más les puedo admirar en este año mío, insisto, de negroides vicios musicales. De negro no hay rastro en la piel de Huey y Fast (ahora acompañados por un nuevo y orondo batería), pero sí la ropa que visten y los sonidos que crean están teñidos de negro oscuro. Malabaristas de la fusión sutil de géneros, FLC han puesto banda sonora a los temibles barrios neoyorkinos como si fueran portavoces de la mafia urbana. A lo largo y ancho de discos han logrado que convivieran en paz y con elegancia gamberra funk, soul, groove, lounge y rock and roll.
Su producción reúne más trabajos notables (Loco, Welcome to Poppy’s) que mediocres (Mimosa). Livin’ in the city entra en la discografía criminal como un capítulo más de su recorrido urbano por New York, algo más exhibicionista en las guitarras de Huey y tan visual como siempre en los teclados de Fast. El nuevo disco hace incursiones en el reggae y rap hardrockero y regala la tradicional seducción vocal de Huey para un par de magníficos temas en forma de baladas como Ballad of NYC (que se apoya con acierto a un sampler del leit motiv de la película Love Story) y Girl with the scar, un tema para disfrutar sobre la arena de una playa desierta, bien acompañado, claro.
Nota: 8/10
lunes, diciembre 12, 2005
LIVE IN 4: 100 DISCOS...
Otra recomendación. Lectura y consulta esta vez para variar. Hoy mismo acabo de encontrar en las estanterías de una librería cinco pequeños volúmenes de una colección de libros que repasan "Los 100 discos más vendidos" de las últimas décadas completas. Bajo este título aparecen por tanto ese centenar de álbumes del rock y del pop de mayor éxito comercial desde los años cincenta hasta el umbral del siglo XXI. Edita Libsa.
Nunca me he dejado convencer por títulos recopilatorios como el que ahora comento, fundamentalmente por la subjetividad particular de cada firmante o recopilador, que a menudo lleva al lector a estar más en desacuerdo que a coincidir. Pero el bonito y cómodo diseño de esta manejable colección me ha animado a comprármela al atractivo precio de 6 euros cada tomo. Y en este caso la lista responde a las fiables (es de suponer) cifras de la British Phonographic Industry y la Recording Industry Association of America.
En algo más de 200 páginas y firmado cada libro por autores distintos, la lista presenta cada disco con su portada original, acompañado de un breve y útil comentario, así como los datos de producción, los músicos que intervienen y el listado de las canciones. Ni abulta ni pesa. Un pequeño regalo.
viernes, diciembre 09, 2005
BONUS TRACK 3: TEN & VS (PEARL JAM)
Esta fue la pregunta: ¿Ten o Vs? Hombre... los dos, claro, pero... (¿los Beatles o los Rolling?, qué fácil me vino a la memoria).
La soltó Jose Pepe Guns durante un pequeño viaje de media hora en coche aquel sábado por la tarde. Tiene un ritual, escuchar dos temas del Vs de Pearl Jam antes de cada partido. Le sirve de inspiración. Quitamos el marchoso disco de Joe Bataan y pusimos el clásico segundo álbum de Pearl Jam. No sólo escuchamos de principio a fin Animal y Leash, las dos piezas de su acostumbrado rito, sino Go, Daughter, W.M.A., Indifference.
El grunge lleva años muerto, como tantas corrientes, sonidos o etiquetas efímeras y después rebautizadas. Por eso Pearl Jam dejaron de ser grunge después de unirse a Neil Young en el enorme Mirror Ball. Vale, me siguen gustando Alice in Chains, Screaming trees, Soundgarden (Mudhoney no) y Nirvana y Pearl Jam como banderas, pero ya me cuesta seguir de cabo a rabo sus discos (¡tantos los han tapado!). Menos Ten y Vs.
El primero presenta a los melenudos de Seattle crudos como si aún no hubieran dejado la década ochenta. En Ten (1991) recorren el puente que les entra en los 90 con descargas excitadas como Why go, Even flow, Alive o Jeremy. Aún se cantan con la vista en el techo y la copa en la mano. Es rock desnudo y adrenalítico, un grito de miedo y furia para un disfraz, el de la generación sin futuro y sin ganas de avanzar. Se le dio demasiada importancia a una actitud, nihilista, pasajera.
Vs (1993) suda la misma pose malhumorada y llora otro sonido, el que el productor Brendan O’Brien fabrica con el mismo estruendo más inmaculado. El segundo álbum tiene otros tantos himnos, el mismo desencanto arrebatado de Eddie Vedder al micrófono, el torbellino sin freno de Mike McCready al mástil y la nerviosa precisión de Dave Abbruzzese en la batería. Empieza con un terremoto (Go) y termina con una caricia poco cariñosa (Indifference).
Después Pearl Jam perdió sus melenas, Ament dejó de vestir bermudas, Gossard se puso gafas, McCready ganó kilos, desfilaron dos baterías y a Vedder se le apagaron los gritos de angustia, rabia y dolor. Hicieron buenos discos, pero no grandes, no obras maestras como Ten y Vs, trabajos imperecederos con fecha de hace casi quince años. Otros parecen muertos desde hace sólo un par o poco más...
La soltó Jose Pepe Guns durante un pequeño viaje de media hora en coche aquel sábado por la tarde. Tiene un ritual, escuchar dos temas del Vs de Pearl Jam antes de cada partido. Le sirve de inspiración. Quitamos el marchoso disco de Joe Bataan y pusimos el clásico segundo álbum de Pearl Jam. No sólo escuchamos de principio a fin Animal y Leash, las dos piezas de su acostumbrado rito, sino Go, Daughter, W.M.A., Indifference.
El grunge lleva años muerto, como tantas corrientes, sonidos o etiquetas efímeras y después rebautizadas. Por eso Pearl Jam dejaron de ser grunge después de unirse a Neil Young en el enorme Mirror Ball. Vale, me siguen gustando Alice in Chains, Screaming trees, Soundgarden (Mudhoney no) y Nirvana y Pearl Jam como banderas, pero ya me cuesta seguir de cabo a rabo sus discos (¡tantos los han tapado!). Menos Ten y Vs.
El primero presenta a los melenudos de Seattle crudos como si aún no hubieran dejado la década ochenta. En Ten (1991) recorren el puente que les entra en los 90 con descargas excitadas como Why go, Even flow, Alive o Jeremy. Aún se cantan con la vista en el techo y la copa en la mano. Es rock desnudo y adrenalítico, un grito de miedo y furia para un disfraz, el de la generación sin futuro y sin ganas de avanzar. Se le dio demasiada importancia a una actitud, nihilista, pasajera.
Vs (1993) suda la misma pose malhumorada y llora otro sonido, el que el productor Brendan O’Brien fabrica con el mismo estruendo más inmaculado. El segundo álbum tiene otros tantos himnos, el mismo desencanto arrebatado de Eddie Vedder al micrófono, el torbellino sin freno de Mike McCready al mástil y la nerviosa precisión de Dave Abbruzzese en la batería. Empieza con un terremoto (Go) y termina con una caricia poco cariñosa (Indifference).
Después Pearl Jam perdió sus melenas, Ament dejó de vestir bermudas, Gossard se puso gafas, McCready ganó kilos, desfilaron dos baterías y a Vedder se le apagaron los gritos de angustia, rabia y dolor. Hicieron buenos discos, pero no grandes, no obras maestras como Ten y Vs, trabajos imperecederos con fecha de hace casi quince años. Otros parecen muertos desde hace sólo un par o poco más...
viernes, diciembre 02, 2005
BONUS TRACK 2: SUPERFLY
Me pregunto a qué bandas sonoras debemos referirnos para tratar de seleccionar unas cuantas que más nos agraden, las que consideremos las mejores nunca oídas. Ahora prefiero evitar las colecciones de temas de grupos musicales de diferentes épocas, también los scores con orquestas o con una generosa reunión de músicos bajo la batuta de un compositor, pero no dejaré de pensar en músicas originales compuestas para una película, con piezas instrumentales y alguna que otra canción que por primera vez sonó como parte del celuloide. Algún ejemplo: las grandiosas Pat Garrett & Billy the Kid de Bob Dylan, Shaft de Isaac Hayes y otra que cada vez que vuelvo a pinchar me impacta y enamora, me traslada a otra dimensión: Superfly de Curtis Mayfield.
El gran Curtis tiene razones de sobra para ocupar una página de oro en la historia de la música, incluso por su desgraciada muerte, pero el líder entrañable de los Impressions, paradigma de la escuela Curtom, el pacífico rey negro del falsete, maestro de la seducción funky con ese fino romance que tenía con su guitarra, no podrá tampoco ser olvidado por haber puesto música al clásico del (sub)género blaxploitation de 1972 Superfly.
A otros temas tan magníficos a lo largo de su carrera como Move on up, Mighty Mighty o el archiconocido y multiversioneado People get ready, hay que unir las obras maestras que pueblan el universo de Superfly. Las calles violentas de Harlem, las chaquetas de cuero, las mujeres maquilladas, las persecuciones de coches, los antros del crimen y los barrios urbanos negros asoman entre las notas de Pusherman, Little child runnin’ wild, No thing on me (cocaine on me) y sobre todo, del insuperable Freddie’s dead.
Fabuloso, sí, y aún me falta ver algún día la película, que intuyo no estará a la altura de su música. Siempre quedará Curtis Mayfield.
El gran Curtis tiene razones de sobra para ocupar una página de oro en la historia de la música, incluso por su desgraciada muerte, pero el líder entrañable de los Impressions, paradigma de la escuela Curtom, el pacífico rey negro del falsete, maestro de la seducción funky con ese fino romance que tenía con su guitarra, no podrá tampoco ser olvidado por haber puesto música al clásico del (sub)género blaxploitation de 1972 Superfly.
A otros temas tan magníficos a lo largo de su carrera como Move on up, Mighty Mighty o el archiconocido y multiversioneado People get ready, hay que unir las obras maestras que pueblan el universo de Superfly. Las calles violentas de Harlem, las chaquetas de cuero, las mujeres maquilladas, las persecuciones de coches, los antros del crimen y los barrios urbanos negros asoman entre las notas de Pusherman, Little child runnin’ wild, No thing on me (cocaine on me) y sobre todo, del insuperable Freddie’s dead.
Fabuloso, sí, y aún me falta ver algún día la película, que intuyo no estará a la altura de su música. Siempre quedará Curtis Mayfield.
LIVE IN 4: COLDPLAY
¿Más Coldplay? Calma, no más coñazo con Coldplay. Sólo un minuto, minuto y medio, lo que lleva leer estas líneas. Poco más se puede aportar que no se sepa, que irrite a unos y deleite a otros, y que a la prensa, en general, siga provocando ese aprecio comedido que ni enciende cohetes ni despierta la pereza.
Los cuatro estudiantes estrecharon su amistad entre canciones e instrumentos, escuchando los discos con los que habían crecido. No eran de los que devoraban música ni se prestaban viejos discos de blues mientras esperaban el tren, tenían unos pocos grupos de referencia, temas preferidos y ganas de tocar juntos. Lo hacían mal al principio, pero fueron superando su torpeza, mejorando hasta pulir y culminar sus primeras canciones propias. Entre exámenes y deportes universitarios quisieron compartir su música y empezaron a pisar la escena. Cuatro mocosos muy serios, con granos en la cara y melodías más bien tristonas.
Escucharon aplausos. Alguien les prestó atención, percibió una voz de impacto, unos ritmos seguros, sonidos que recordaban a alguien, a otras bandas que acabaron bañadas en éxito. Corrieron riesgos: si gustamos, bien, si no, pues flor de un día, o de dos. Gustó, ni ellos se lo esperaban. Las radios latían con ellos media docena de veces al día y los canales de vídeos musicales programaban los suyos cada hora. Empezaron su primera gran gira, salieron del país. Se preguntaban si aquello era cierto.
Descansaron. Pero estaban inspirados y volvieron al estudio. Parecía más fácil componer y repitieron el método, pero con música para reposar mucho tiempo en el recuerdo. Los conciertos en salas pasaron a ser actuaciones en polideportivos, en estadios grandes. Llovían entrevistas, reportajes... triunfaban y gustaban tanto que ya se les podía atacar, menospreciar. Se zambulleron en la piscina del éxito, sin excesos, sin broncas, como buenos chicos que no destrozan habitaciones de hotel. Emocionaron a seguidores que no podían ir a verles a un concierto, también a las masas que se abrazaban unidas en aquellos conciertos. Hablaron de ellos como los herederos de aquellos que habían marcado época. Siguieron creando canciones, muy buenas canciones.
Pero no quieren marcar época... todavía serios en el escenario, llenos de una música que conmueve, hiere y nunca muere.
(Dedicado a todos los músicos, en especial a los que tienen sueños)
Los cuatro estudiantes estrecharon su amistad entre canciones e instrumentos, escuchando los discos con los que habían crecido. No eran de los que devoraban música ni se prestaban viejos discos de blues mientras esperaban el tren, tenían unos pocos grupos de referencia, temas preferidos y ganas de tocar juntos. Lo hacían mal al principio, pero fueron superando su torpeza, mejorando hasta pulir y culminar sus primeras canciones propias. Entre exámenes y deportes universitarios quisieron compartir su música y empezaron a pisar la escena. Cuatro mocosos muy serios, con granos en la cara y melodías más bien tristonas.
Escucharon aplausos. Alguien les prestó atención, percibió una voz de impacto, unos ritmos seguros, sonidos que recordaban a alguien, a otras bandas que acabaron bañadas en éxito. Corrieron riesgos: si gustamos, bien, si no, pues flor de un día, o de dos. Gustó, ni ellos se lo esperaban. Las radios latían con ellos media docena de veces al día y los canales de vídeos musicales programaban los suyos cada hora. Empezaron su primera gran gira, salieron del país. Se preguntaban si aquello era cierto.
Descansaron. Pero estaban inspirados y volvieron al estudio. Parecía más fácil componer y repitieron el método, pero con música para reposar mucho tiempo en el recuerdo. Los conciertos en salas pasaron a ser actuaciones en polideportivos, en estadios grandes. Llovían entrevistas, reportajes... triunfaban y gustaban tanto que ya se les podía atacar, menospreciar. Se zambulleron en la piscina del éxito, sin excesos, sin broncas, como buenos chicos que no destrozan habitaciones de hotel. Emocionaron a seguidores que no podían ir a verles a un concierto, también a las masas que se abrazaban unidas en aquellos conciertos. Hablaron de ellos como los herederos de aquellos que habían marcado época. Siguieron creando canciones, muy buenas canciones.
Pero no quieren marcar época... todavía serios en el escenario, llenos de una música que conmueve, hiere y nunca muere.
(Dedicado a todos los músicos, en especial a los que tienen sueños)
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