Me gusta encontrarme de vez en cuando con sensaciones de desconcierto, y también asombro, como las que me produce este disco. Mientras lo escucho no acierto a saber si me gusta o no, si puedo catalogarlo o ponerle un adjetivo. Necesito volver a escucharlo, hay algo en la música que atrae, que me empuja con misterioso interés pero sin la suficiente convicción. Y tras la segunda o tercera escucha veo más claras mis impresiones, más definida la explicación, generalmente, de por qué me gusta. Hoy el protagonista de este último capítulo peculiar de conexiones con los discos es Ben Sollee, un hombre con aspecto de buen hombre del que muy poco sabía y al que ahora debo tener presente.
Sollee es violoncelista, de Kentucky, pero este instrumento no es dominante en Long haul (SonaBlast, 2024), más bien no lo parece. En la primera década del siglo formó parte de Sparrow Quartet, una formación acústica donde figuraba también Béla Fleck. Allí cultivó un caldo de folk y bluegrass cuyos aromas permanecen en su último álbum, para el que dejó pasar siete años desde el anterior. Pero en el brebaje caliente que empapa sus surcos hay salpicaduras de pop, blues y gospel que lo convierten en un impredecible y sugerente experimento, de esos que, como digo, te descolocan con el ingenio innato que acabas descubriendo.
Nota: 7,5/10
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