Muchas veces me sorprende la pureza de lo tradicional, de lo arcaico o primitivo, la sencillez con que transmite una autenticidad que conmueve. Un viejo instrumento que suena a trompicones o con una delicadeza que no parece de este mundo, unas voces antiguas que esconde la tierra. De alguna manera siento ese asombro al escuchar este tema. Me fascinó en cuanto supe de su existencia, cuando la vida se le echaba encima al personaje que Russell Crowe interpretaba en el film The Insider. Su autor, Gustavo Santaolalla, compondría un año después su primera banda sonora, para el monumental latigazo que es Amores perros. Pero aquel Iguazú de cuerdas titubeantes, frágil y escalofriante, le abrió el camino para componer para el cine, que le brindaría poco después al músico y productor argentino dos Oscars. Ver y oír al maestro rozar el ronroco, sus cinco cuerdas dobles y su vibración relajante, todavía me parece irreal, una medicina para la añoranza.
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