"Éramos realmente buenos. Qué lastima de banda."
El titular se imprime a raíz del 40 aniversario de aquel filme, aquellos conciertos, que el cineasta Jonathan Demme y el grupo Talking Heads grabaron y montaron para dar como resultado Stop making sense. David Byrne entraba en escena con una guitarra acústica, una percusión electrónica grabada en un magnetófono y comenzaba a cantar Pyscho Killer con el fondo de bambalinas de un teatro a la vista. En los temas siguientes se iba sumando un miembro más del grupo hasta completar la formación de los directos de aquella gira, un total de ocho componentes. Fueron cuatro conciertos seguidos a finales del 83, en Hollywood, en el ecuador, y apogeo, del tiempo que estuvieron unidos los Talking Heads... un grupo que (llámenme lo que quieran) nunca me pareció realmente bueno, y al que sigo sin encontrarle la gracia, con la excepción de tres o cuatro canciones.
Matiz a estas frases: sí, es justo decir que eran buenos, y a mí ni me gustaban ni me gustan; como, digamos, que películas como Oppenheimer o Anatomía de una caída son buenas en realidad, pero a mí no me gustan. Vale la comparación para decir que unas y otros (los Heads, estos con su electrizante batido de funk, pop y art rock, mezcla que dio contornos a la escena new wave) acaban por resultar extenuantes, empachosos. Una película como Stop making sense transmite ese dualidad que a algunos sentimos con este grupo: los TH forman una comunión vibrante y atrevida cuyo pulso acaba por ofrecer una explosión de agotamiento.
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