La marca Dan Auerbach no se detiene, es una continua fábrica de música bajo el techo del sello Easy Eye. Ahí la mitad más activa de los Black Keys, con el respaldo fiable de maestros de sesión, nos ha dejado descubrir un buen puñado de sabrosos artistas en la última década: de prometedores talentos necesitados de impulso (Yola, Marcus King) a inesperados chamanes salidos del anonimato. En esta categoría entra Robert Finley, ya por el tercer álbum avalado por Auerbach. Finley está a punto de ser un septuagenario, y hace diez años perdió la vista. Su biografía lo ubica en trabajos modestos, en desgracias familiares que lo han convertido en personaje de profundo Sur americano. A eso suenan sus discos en el invierno de su vida: a soul pantanoso, blues turbio, funk-rock grasiento. Así es Black Bayou (2023), el más inmediato, sensible y despiadado, crudo y seductor. Como un viejo sabio.
Nota: 7,5/10