Las canciones de Jackson Browne parecen vestirse con ropas ligeras. Tienen una plácida profundidad, versos sabios, irrebatibles sentencias. Sus primeros cuatro álbumes no admiten discusión, son casi impolutos. The pretender (1976), el cuarto, se cerraba con la canción de título homónimo: no sé bien cuánto fingía el bueno de Jackson, pero cada vez que lo escucha cantar el tema (aquí, tan joven aún veinte años después) me fío de lo que dice sin dudarlo y me entrego a sus palabras.
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