En los ochenta todos dábamos la vida por ver a U2, y a (casi) todos nos llegó el día, en esa década o en la siguiente, o en la siguiente, o una después. En la gira de Joshua Tree o en la berlinesa, en el Elevation Tour o el de la bomba atómica. En aquellos ochenta, a muchos de los que nos volvían loco U2 también nos gustaba mucho Simple Minds, a quienes la prensa y los fans comparaban siempre, pero quizá no deseábamos tanto verlos en directo. Ese capítulo, el de las comparaciones entre irlandeses y escoceses, merece más líneas, pero hoy nos detenemos en la noche en que, cuatro décadas después, vemos por primera vez en vivo a Simple Minds. En el Coliseum de A Coruña.
A uno, al final, le invade la nostalgia. Por el sonido grandilocuente que tenían los himnos de la banda de Jim Kerr; por el tono épico que alcanzaban en directo, en aquel fabuloso álbum, Live in the city of light; por el poderío instrumental que elevaba los temas más conocidos, los éxitos que sonaban en la radio o de los que había videoclip cuando dejaron atrás la new wave y el caldo de pop, disco y progresivo. Kerr y Charlie Burchill son los únicos supervivientes de un grupo que hoy completan miembros que podrían ser sus hijos. Escucharlos entregados, vitales, intensos y agradecidos mientran tocan Alive and kicking, See the lights, Someone somewhere in summertime, Waterfront, Mandela day, Sanctify yourself o Don't you (forget about me), canciones revestidas de fuerza contemporánea... ilusiona tanto como el primer día.
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