Me pregunto, de nuevo en la vorágine que adquiere este tema según avanza, a qué grita malhumorado Jim Morrison, por qué se retuerce extasiado confesando cómo ha cambiado, cómo cambia, cambios, cambios... Cierto, sus versos han dejado de ser seductores, su voz se agrieta y envejece, ahí la escucho cansada y esforzándose por no parecerlo con su dueño sentado en el retrete desde donde grababa su último álbum. La banda tenía ya fisuras, era la crónica de una muerte anunciada, que Morrison sellaría pocos meses después de dar carpetazo al fantástico L.A. Woman. El disco se abría con este torrente blusero que crece hasta el estallido cuyo eco se pierde en la lejanía. The changeling... que viene a mí en la noche que se agota en la barra de un bar.
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