La prolífica e infatigable carrera de Neil Young, con sus pros y contras, cimas y pozos, tiene entre sus riesgos el de dejar en el olvido trabajos que son elogiables, perdidos entre tantos arrebatos de su autor, un año amansado en clave acústica y al siguiente enfurecido con las cuerdas enchufadas. Los seguidores del maestro que busquen cada uno el suyo, su buen disco escondido, inadvertido y merecedor de una justa reivindicación. A mí hoy se me ocurre Silver & gold (2000), un álbum encajado entre dos grabaciones en vivo. ¿Por qué ensalzar esta obra? Young suena pacífico y delicioso en este disco, desde un retiro rural en el que mira hacia el pasado (su padre, una de sus primeras bandas, la mujer que ama) a través de canciones delicadas y evocadoras. Es un lujo la formación que lo acompaña: Ben Keith y Spooner Oldham en la steel guitar y los teclados; Duck Dunn en las cuatro cuerdas; Jim Keltner con las baquetas. Escuchas el álbum al calor de una hoguera o desde un porche al que le cae la luz de la tarde mientras descansas en una mecedora y te derrites de placer (Razor love, Buffalo Springfield again, Silver & Gold). De las obras (olvidadas) que hacen muy grande a Neil Young.
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