domingo, marzo 29, 2020

EL CUMPLE DE LEO

El plan empezaba el lunes 23. Tomaríamos un vuelo a París que nos dejaría en Eurodisney y cuatro días después nos moveríamos hasta la ciudad para pasearla un día más. El viernes estaríamos ya de vuelta. Y el domingo, fiesta de cumpleaños con otro niño del cole: 40 chavales juntos saltando y corriendo en un espacio infantil. Pero los niños no están hoy para saltar y correr más que en el pasillo de sus casas y en sus habitaciones, y a nadie se le ocurre ahora pasear, viajar y perderse un par de días en un mundo imaginado tan distinto a este del que ignoramos cómo se recuperará (nos recuperaremos). Celebramos el cumple en casa, con unos pocos regalos que teníamos comprados, vídeos que la familia, compañeros y amigos enviaron para felicitarle a Leo sus 5 años, un par de pizzas, juegos, carreras por el pasillo, goles en el salón, tarta que compartimos con el vecino de la puerta de enfrente y la película que por la noche siempre nos pide que le pongamos en la tele. Escuchamos a muchos de los nuestros desearle que cumpliera muchos más, que siguiera tan feliz como siempre y no dejase de marcar goles en los partidos de hockey. Hoy lo que deseamos todos es cumplir más. Felicidades, mi campeón.

jueves, marzo 26, 2020

VOLUME ONE 529: GIGATON (PEARL JAM)

¿Qué le pedimos a nuestras bandas favoritas, aquellas que durante décadas seguimos adorando, con las que hemos crecido y de las sabemos con seguridad que nunca nos separaremos? Estaréis de acuerdo en que les pedimos que sigan ahí, que no nos falten, que tengan buena salud (física y musical) y que cada vez que nos ofrezcan algo nuevo sigan haciendo que nos rindamos a ellas. Hoy me extenderé un poco a propósito de Gigaton (Virgin EMI, 2020), el undécimo álbum de estudio de Pearl Jam, banda que lleva 30 años a mi lado, y yo al suyo.

Así que, ¿qué le pedimos hoy a Pearl Jam? ¿Cuál es nuestro nivel de exigencia? Ni ellos son los que eran entonces, tanto tiempo atrás, ni nosotros los que fuimos (qué lejos); me refiero al oyente, al fan impulsivo y entregado que fuimos, pues ahora moderamos una fe y una entrega fiel hacia nuestra música preferida que carece de la obsesión que tuvo en el pasado y emite juicios más asentados y con mayor perspectiva.



Ten (1991) y Vs (1993) son dos obras brutales y perfectas que hoy ya no se fabrican (ni ellos ni nadie serían capaces) y Pearl Jam no volverán a estar a aquella altura. ¿Eso es malo? No, para nada. Aquello fue el producto de un momento, de un ambiente, de una furia musical que el grupo ha ido domando a medida que ha sabido mantener el equilibrio entre la fuerza joven con la que había nacido y la templanza madura en la que se encarrilaron. Con calculada inteligencia para saber qué rumbo tomar y evitar convertirse en idiotas, con unión a lo largo de los años, discretos en su manera de asumir las loas y las críticas, sin titulares de efecto o engaño ni sobresaltos. Hoy los veo en un escenario y me parecen personas normales y no estrellas de rock. Eso no es malo, repito, en absoluto.

Desde Ten y Vs el grupo ha grabado álbumes de notable alto y notable bajo (Yield o Pearl Jam unos, Binaural o Lightning Bolt otros) y solo un patinazo (Backspacer); y en unos y otros (y en los no mencionados Vitalogy, No Code y Riot Act) ha encajado canciones formidables y perpetuado una forma sana y liberadora de alimentarse de rock, para, sobre todo, interpretarlo con total entusiasmo ante grandes audiencias. Pearl Jam es un jugoso y lujoso producto que no necesita de fuegos de artificio. El carisma de Eddie Vedder, la estabilidad de sus compañeros, el vigor inquebrantable de himnos como Black, Even Flow, Daughter, Do the evolution o Alive y la conexión electrizante con un público que los venera son motivos que han convertido a Pearl Jam en una irreprochable banda de directo. Si a los Stones y a Springsteen hay que verlos en vivo por obligación al menos una vez en la vida (quizá también a U2 cuando fueron grandes), a Pearl Jam también.


Llegamos pues a Gigaton, siete años después de la anterior parada en el estudio. Digo de entrada que el disco me parece notable, ni alto ni bajo. Y como en el fondo, y tras lo dicho, guardamos nuestras dosis de exigencia, añado que los reproches, que acaban dejándome una leve sensación de decepción, quedan compensados por sus momentos de lucidez, los que hacen de Pearl Jam una banda superior. Hay en el nuevo trabajo, esta vez sin socios a mano como Adam Kasper o Brendan O'Brien y sí con la colaboración de Josh Evans en la producción, una atmósfera ligeramente cambiada.

Los primeros 20 minutos son un subidón, con Vedder muy encendido y elocuente, Ament poderoso en las cuatro cuerdas y Cameron contuntende con las baquetas. Los riffs de McCready y Gossard llevan sobre raíles Who ever said y Superblood Wolfmoon y los climas más turbios que salen de la caja de sonidos de Boom Gaspar elevan la contagiosa Dance of the clairvoyants y la zeppeliniana Quick Escape. Haste ese momento crees que Gigaton va a ser un disco gigante. El álbum da muestras de debilidad al desinflarse en el sexto corte, Seven O'clock, de prometedor despegue y discurrir algo desorientado. Alza el vuelo con otros dos cortes de nervio guitarrero marca Gossard-McCready (Never destination y Take the long way); mantiene el tipo con la más relajada y juguetona Buckled up, pero a continuación... ahí reside el bajón del disco: porque en los tres últimos temas Pearl Jam no parecen Pearl Jam, sino un grupo incapaz de sacarle jugo a piezas vacías o que no parecen encajar en el conjunto. Es por eso, por ese cierre mediocre, por lo que queda una sensación de modesto bienestar, de satisfacción incompleta.

Pero en fin, Pearl Jam están aquí, siguen a nuestro lado, y nosotros junto a ellos. Y eso hay que celebrarlo. Por el pasado y por el presente.

Nota: 7,5/10

martes, marzo 24, 2020

LIVE IN 243: EL ROCK CONTADO Y SENTIDO

Enfoquemos la música que más nos gusta a través de un par de libros. Uno, historia oral, cuenta en la voz de unos 250 testimonios el origen, el auge y el modo en que se fue consumiendo la movida musical de Seattle en las décadas de los ochenta y noventa, aquello que puso apellido (grunge) al rock duro surgido de una lluviosa y anodina ciudad del noroeste de los Estados Unidos. Otro, un híbrido de ensayo y memorias, ubica en la aridez apartada de Dakota del Norte, anclada en las monótonas tradiciones rurales, la pasión de su autor por el heavy metal de los ochenta. Historia y sentimiento al servicio de rock.


Todo el mundo adora nuestra ciudad es el laborioso resultado de recopilar entrevistas con recuerdos de aquello que dio forma y sentido al rock de Seattle bautizado como grunge. Aquí se explica por qué de allí creció una ola musical que captó la atención de todo el mundo hasta que la burbuja de su popularidad y la fiebre de su éxito estallaron para romperse en pedazos y causar daños irreparables a la mayoría de los miembros de su comunidad. El periodista Mark Yarm es su esmerado autor. Ante su grabadora hablan componentes de bandas, promotores musicales, managers, críticos musicales, amigos de músicos o novias para trazar una cronología meticulosa de la gloria y el declive de los diversos protagonistas de Seattle y de aquella movida en su conjunto, de Green River a Pearl Jam, de Mudhoney a Nirvana, de Tad a Screaming Trees... A casi todos aquellos tipos les costó digerir que los focos los apuntaran y que el desalmado circo del rock, con sus contratos tramposos, sus caprichos, sus manipuladores sin escrúpulos y sus drogas, les hiciera salir indemnes de la aventura.


Fargo Rock City es la reunión de entretenidísimas reflexiones de otro periodista, Chuck Klosterman, sobre su devoción por el heavy metal desde que estudiaba Secundaria en un pequeño pueblo donde la música era quizá la última de las distracciones. Pero el pequeño Chuck quedó fascinado por aquellas guitarras de fuego, el cuero apretado, los cardados imposibles, las chicas de vicio en los videoclips y el grito de chulería que un amplio puñado de bandas proferían para conquistar el mundo en los años ochenta. Del glam rock al heavy metal, de Mötley Crüe a Iron Maiden, de Lita Ford a Ozzy Osbourne, de 1984 a Appetite for destruction. Precisas y divertidas cada una de las reseñas, breves o largas, de los álbumes y artistas mencionados, textos que dan en el clavo sobre la huella que dejaron en el género músicos y álbumes y el peso (y la justicia) que tuvieron en los resortes de la cultura musical. Imprescindible libro para cualquier melómano, aunque no seas de los de agitar la melena y abrir las piernas para tirarte a tu guitarra.

domingo, marzo 22, 2020

BOOTLEG SERIES 84: BLACK AMERICA SINGS OTIS

Los discos tributo, en general, sirven para reafirmar la grandeza creativa del homenajeado, altura a la que no suelen estar gran parte de los homenajeadores. El trabajo que hoy comentamos es más una colección de canciones ajenas interpretadas por autores que un tributo póstumo o tardío a un artista capital y referencial, aunque no deja de ser tributo al mismo tiempo, habida cuenta de que nos referimos a Otis Redding, genial intérprete y no menos genial compositor, del que en vida (hasta su triste muerte en 1967) vio interpretados sus temas por grupos que se movían en la misma esfera. Hablamos de uno de los gigantes del soul, un tipo difícil de comparar, que prestó sus canciones a contemporáneos (igualmente notables algunos) para que ofreciesen versiones y actuaciones excelentes.

Veamos: el repertorio que contiene Hard to handle. Black America sings Otis Redding, reunido en el sello Ace, cae en manos de voces sublimes como Etta James, The Staples Singles, Clarence Carter o Aretha Franklin (con la inmortal Respect); pero también se adapta al talento vocal de otros nombres de menor entidad dignos de recuerdo como Lou Rawls, Arthur Conley, Patti Drew o James Carr. Y todo, todo, se disfruta por igual.

jueves, marzo 19, 2020

FATHER'S DAY

Hoy juntos pero dentro. Otro día, otro año, estaremos fuera juntos, el sol nos calentará la cara y tú me ganarás una carrera. Vacaciones frente a un cielo que se apaga, los pies descalzos en la orilla y una canción que nos una para siempre.

martes, marzo 17, 2020

GREATEST HITS 238: CLOSE TO ME (THE CURE)

En algún momento del confinamiento no he podido evitar recordar (lo admito) historias apocalípticas: novelas de ciencia ficción que hoy se nos presentan reales como la vida que tenemos delante, películas en las que un futuro impreciso nos obliga a adaptarnos a una realidad inimaginable... Soy leyenda, La hora final, La carretera, 28 días después... Veo por algún lado que algún cineasta sugiere su particular banda sonora para el aislamiento. Si me pongo a pensar... En otro momento. Pero también me viene a la memoria esta canción y sobre todo este vídeo claustrofóbico con el que hace mucho tiempo descubrí a The Cure. Hoy tenemos a alguien cerca, necesitamos a alguien cerca. Tú.

jueves, marzo 12, 2020

UN NUEVO AMANECER PARA SENTIRSE BIEN

... lo que dure la espera...

Alicia & Kelly.


domingo, marzo 08, 2020

VOLUME ONE 528: DIXIE BLUR (JONATHAN WILSON)

En los músicos que más te gustan (viejos o nuevos, de masas o de culto) te detienes más que en otros de tu agrado. Cuando despachan un nuevo disco le dedicas más atención para advertir matices y encontrar hallazgos, o lees más sobre esa última obra que han compuesto, y que comparas con las que la preceden tratando de encontrarte, por un momento, en la mente del creador. Jonathan Wilson está para mí en esta categoría de músicos. Le encaja muy bien esa denominación de creador. Así que vamos con Dixie Blur (Bella Union, 2020), un álbum que supone un ligero desvío en la dirección que iba tomando su música.

Wilson nació y creció en Carolina del Norte y en su tercera década de vida se trasladó a Los Ángeles, a la zona de Topanga y Laurel Canyon. En ese apartado enclave que entre finales de los sesenta y mediados de los setenta juntó a una dispar comunidad cultivada en el rico folk rock americano de aquellos tiempos Wilson ha creado -y producido para otros músicos (Father John Misty, Dawes, Karen Elson)- un rock de texturas resbaladizas al que ha barnizado con brochazos psicodélicos sin desechar viejas brisas folk. En su música en cambio destaca más el lustre de una producción prodigiosa con espacio para las extravagancias que envuelve algunas canciones en polvo cósmico. Con esa fórmula ha grabado dos sensacionales álbumes como Gentle spirit (2011) y Fanfare (2013) y el más ambicioso Rare birds (2018), en el que recursos electrónicos, variados instrumentos y no pocos juegos de efectismo sonoro crean extrañas atmósferas. Ahora con Dixie Blur, Wilson no solo cambia de estudio base para sacudirse ropaje y purpurina, también viaja a su pasado para buscarse en emociones y añoranzas.

En sociedad con Pat Sansone, miembro de Wilco, nuestro protagonista se traslada a Nashville, y en el Cowboy Jack Clement's Sound Emporium Studio junto a una brigada de veteranos músicos de sesión echa mano de pedal steel guitars, violines, armónicas y guitarras acústicas como si con estos instrumentos y en otra clave tratase de recuperar raíces. El cambio de vestuario no es radical, aún afloran en las piezas livianas de Dixie Blur modestos trucos sonoros que no olvidan Topanga ni los privilegiados talentos de Jonathan Wilson.

Nota: 7,5/10
 

sábado, marzo 07, 2020

RESISTENCIA Y ADICCIÓN

Se nos va uno de la comunidad. Uno más. Un vecino longevo que podría haber perdido la cuenta de sus escritos sobre la música que adora; pero no, no es su caso, la repasa en su último post. ¡Madre mía! Sentimos el vacío que deja, ya resuena perdiéndose en la distancia el eco de la voz que compartía con nosotros, una pasión que era (y es) parte de su organismo. 

En el entorno en que respira este blog parece que vamos quedando menos. Unos se han ido y han vuelto; otros se lo piensan un mes y al siguiente y continúan, resisten; otros abandonan. Y aquellos entre los que me incluyo nos preguntamos a menudo por qué, después de más de 15 años y casi 2.000 escritos, seguimos en esta extraña comunidad de melómanos adictos.

¿Por qué? Un día te diría que porque me da pena perder a mi criatura, con la que hemos crecido ella y yo, cada uno en su dimensión. Otro día respondería que siento la necesidad de que en algún lugar perdido de la realidad intangible quede constancia de lo que un día (o siempre) pensé sobre un disco, un grupo musical, una película o una serie de televisión. También podría decirte que no quiero perder, con la renuncia a este blog humilde, una gran parte de mí.

jueves, marzo 05, 2020

VOLUME ONE 527: BRAVADO (ROSE COUSINS)


Esta mujer que nos mira entre la relajación y la ausencia como si la hubiera fotografiado Sven Nykvist para un film de Ingmar Bergman no es sueca sino canadiense, tierra que guarda muchos músicos dignos de ser alumbrados. Rose Cousins merece altavoces para su música frágil pero elegante, próxima en su esmerado porte, con deslizante electricidad bajo capas de precisos pianos y ricos arreglos. Bravado (Outside Music, 2020) sucede tres años después al sensacional álbum Natural conclusion, esta vez al calor de músicos de Toronto en sesiones que respiran sencillez y pureza, como cuando Elton John o Jackson Browne daban forma a sus mejores discos. Cada título, acompañado de un subtítulo adicional explicativo, es tan directo como El retorno, El nadador, El fraude, El acuerdo o ese principio tan enviable como Los beneficios de estar solo, fantástico arranque para un hermoso trabajo.

Nota: 8/10
 

lunes, marzo 02, 2020

BONUS TRACK 221: APPLE (MOTHER LOVE BONE)

En marzo de 2020 escucho Apple, el legado escaso que dejaron Mother Love Bone, un disco grabado hace ya ¡30 años!, pieza clave, y cumbre, de lo que fue la escena musical de Seattle en los años ochenta y noventa. Tres décadas después, volver a escuchar álbumes creados en aquellos años cambia algunas impresiones firmes que teníamos entonces y entierra el buen recuerdo que guardábamos de una música que nos había hipnotizado. No pasa con todo, por suerte, y hay discos de aquel tiempo a los que no se les ha escapado nada de su nervio y su magia; uno de esos discos es la única obra grabada por el grupo que una vez formaron Andrew Wood, Jeff Ament, Bruce Fairweather, Stone Gossard y Greg Gilmore. Con la prematura muerte del insensato showman que fue Wood, Seattle descubrió el veneno despiadado que la música le había administrado y vio cómo se esfumaba gran parte de su buen rollo, pero se abrieron puertas hacia nuevas aventuras musicales que supieron mantener firme y sana la entrega al éxtasis del rock.


Apple llegó después de la explosión y generó nuevos terremotos en el entorno agitado de una ciudad que vio nacer y morir bandas atrevidas y afligidas, ambiciosas y destructivas, unas engullidas por los remolinos del éxito y el exceso y otras con músicos capaces de sacar la cabeza a flote entre las mareas para permanecer unidos o explorar nuevos terrenos. Mother Love Bone procedían de otros grupos de corta vida y acabaron también como una estación de paso. Grabaron el disco en San Francisco y lo publicaron unos días después de la muerte de Wood en marzo de 1990. Treinta años después guarda la jovialidad de su vocalista y resiste bien empaquetado por la solidez de unos instrumentistas en fase de lucidez, cosa que no se puede decir de otros discos de aquellos años de quienes fueron sus colegas y amigos. Oíd de nuevo Stardog champion, Holly roller, Stargazer, Gentle groove y el díptico electrizante que forman Chloe dancer y Crown of thorns para rejuvenecer 30 años.

Hoy todos detestan oír aquella palabra tan unida al sonido de la ciudad que definió aquel rock mugriento y duro que convirtió Seattle en el centro de atención del mundo musical y en un horno de historias cargadas de éxito, drogas, envidias y ambiciones en torno al sello Sub Pop y las hambrientas multinacionales, pero que en el fondo era una música que bebía de la dureza rockera con la que se expresaban multitud de bandas rock, punk y heavy desde hacía veinte años. Probad a reencontraros con discos de Soundgarden, Mudhoney, Alice in Chains o los mismos Nirvana y veréis que mal envejecen. Apple dura sin arrugas.