jueves, marzo 26, 2020

VOLUME ONE 529: GIGATON (PEARL JAM)

¿Qué le pedimos a nuestras bandas favoritas, aquellas que durante décadas seguimos adorando, con las que hemos crecido y de las sabemos con seguridad que nunca nos separaremos? Estaréis de acuerdo en que les pedimos que sigan ahí, que no nos falten, que tengan buena salud (física y musical) y que cada vez que nos ofrezcan algo nuevo sigan haciendo que nos rindamos a ellas. Hoy me extenderé un poco a propósito de Gigaton (Virgin EMI, 2020), el undécimo álbum de estudio de Pearl Jam, banda que lleva 30 años a mi lado, y yo al suyo.

Así que, ¿qué le pedimos hoy a Pearl Jam? ¿Cuál es nuestro nivel de exigencia? Ni ellos son los que eran entonces, tanto tiempo atrás, ni nosotros los que fuimos (qué lejos); me refiero al oyente, al fan impulsivo y entregado que fuimos, pues ahora moderamos una fe y una entrega fiel hacia nuestra música preferida que carece de la obsesión que tuvo en el pasado y emite juicios más asentados y con mayor perspectiva.



Ten (1991) y Vs (1993) son dos obras brutales y perfectas que hoy ya no se fabrican (ni ellos ni nadie serían capaces) y Pearl Jam no volverán a estar a aquella altura. ¿Eso es malo? No, para nada. Aquello fue el producto de un momento, de un ambiente, de una furia musical que el grupo ha ido domando a medida que ha sabido mantener el equilibrio entre la fuerza joven con la que había nacido y la templanza madura en la que se encarrilaron. Con calculada inteligencia para saber qué rumbo tomar y evitar convertirse en idiotas, con unión a lo largo de los años, discretos en su manera de asumir las loas y las críticas, sin titulares de efecto o engaño ni sobresaltos. Hoy los veo en un escenario y me parecen personas normales y no estrellas de rock. Eso no es malo, repito, en absoluto.

Desde Ten y Vs el grupo ha grabado álbumes de notable alto y notable bajo (Yield o Pearl Jam unos, Binaural o Lightning Bolt otros) y solo un patinazo (Backspacer); y en unos y otros (y en los no mencionados Vitalogy, No Code y Riot Act) ha encajado canciones formidables y perpetuado una forma sana y liberadora de alimentarse de rock, para, sobre todo, interpretarlo con total entusiasmo ante grandes audiencias. Pearl Jam es un jugoso y lujoso producto que no necesita de fuegos de artificio. El carisma de Eddie Vedder, la estabilidad de sus compañeros, el vigor inquebrantable de himnos como Black, Even Flow, Daughter, Do the evolution o Alive y la conexión electrizante con un público que los venera son motivos que han convertido a Pearl Jam en una irreprochable banda de directo. Si a los Stones y a Springsteen hay que verlos en vivo por obligación al menos una vez en la vida (quizá también a U2 cuando fueron grandes), a Pearl Jam también.


Llegamos pues a Gigaton, siete años después de la anterior parada en el estudio. Digo de entrada que el disco me parece notable, ni alto ni bajo. Y como en el fondo, y tras lo dicho, guardamos nuestras dosis de exigencia, añado que los reproches, que acaban dejándome una leve sensación de decepción, quedan compensados por sus momentos de lucidez, los que hacen de Pearl Jam una banda superior. Hay en el nuevo trabajo, esta vez sin socios a mano como Adam Kasper o Brendan O'Brien y sí con la colaboración de Josh Evans en la producción, una atmósfera ligeramente cambiada.

Los primeros 20 minutos son un subidón, con Vedder muy encendido y elocuente, Ament poderoso en las cuatro cuerdas y Cameron contuntende con las baquetas. Los riffs de McCready y Gossard llevan sobre raíles Who ever said y Superblood Wolfmoon y los climas más turbios que salen de la caja de sonidos de Boom Gaspar elevan la contagiosa Dance of the clairvoyants y la zeppeliniana Quick Escape. Haste ese momento crees que Gigaton va a ser un disco gigante. El álbum da muestras de debilidad al desinflarse en el sexto corte, Seven O'clock, de prometedor despegue y discurrir algo desorientado. Alza el vuelo con otros dos cortes de nervio guitarrero marca Gossard-McCready (Never destination y Take the long way); mantiene el tipo con la más relajada y juguetona Buckled up, pero a continuación... ahí reside el bajón del disco: porque en los tres últimos temas Pearl Jam no parecen Pearl Jam, sino un grupo incapaz de sacarle jugo a piezas vacías o que no parecen encajar en el conjunto. Es por eso, por ese cierre mediocre, por lo que queda una sensación de modesto bienestar, de satisfacción incompleta.

Pero en fin, Pearl Jam están aquí, siguen a nuestro lado, y nosotros junto a ellos. Y eso hay que celebrarlo. Por el pasado y por el presente.

Nota: 7,5/10

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