En marzo de 2020 escucho Apple, el legado escaso que dejaron Mother Love Bone, un disco grabado hace ya ¡30 años!, pieza clave, y cumbre, de lo que fue la escena musical de Seattle en los años ochenta y noventa. Tres décadas después, volver a escuchar álbumes creados en aquellos años
cambia algunas impresiones firmes que teníamos entonces y entierra el
buen recuerdo que guardábamos de una música que nos había hipnotizado.
No pasa con todo, por suerte, y hay discos de aquel tiempo a los que no se les ha escapado nada de su nervio y su magia; uno de esos discos es la única obra grabada por el grupo que una
vez formaron Andrew Wood, Jeff Ament, Bruce Fairweather, Stone Gossard y
Greg Gilmore. Con la prematura muerte del insensato showman que fue Wood, Seattle descubrió el
veneno despiadado que la música le había administrado y vio cómo se esfumaba gran parte de su buen rollo, pero se abrieron puertas hacia nuevas aventuras musicales que supieron mantener firme y sana la entrega al éxtasis del rock.
Apple llegó después de la explosión y generó nuevos terremotos en el
entorno agitado de una ciudad que vio nacer y morir bandas atrevidas y afligidas, ambiciosas y destructivas, unas engullidas por los remolinos del éxito y el exceso y otras con músicos capaces de sacar la cabeza a flote entre las mareas para permanecer unidos o explorar nuevos terrenos. Mother Love Bone procedían de otros grupos de corta vida y acabaron también como una estación de paso. Grabaron el disco en San Francisco y lo publicaron unos días después de la muerte de Wood en marzo de 1990. Treinta años después guarda la jovialidad de su vocalista y resiste bien empaquetado por la solidez de unos instrumentistas en fase de lucidez, cosa que no se puede decir de otros discos de aquellos años de quienes fueron sus colegas y amigos. Oíd de nuevo Stardog champion, Holly roller, Stargazer, Gentle groove y el díptico electrizante que forman Chloe dancer y Crown of thorns para rejuvenecer 30 años.
Hoy todos detestan oír aquella palabra tan unida al sonido de la ciudad que definió aquel rock mugriento y duro que convirtió Seattle en el centro de atención del mundo musical y en un horno de historias cargadas de éxito, drogas, envidias y ambiciones en torno al sello Sub Pop y las hambrientas multinacionales, pero que en el fondo era una música que bebía de la dureza rockera con la que se expresaban multitud de bandas rock, punk y heavy desde hacía veinte años. Probad a reencontraros con discos de Soundgarden, Mudhoney, Alice in Chains o los mismos Nirvana y veréis que mal envejecen. Apple dura sin arrugas.
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