lunes, junio 03, 2019

BOOTLEG SERIES 74: DOUG SEEGERS

Los acordes de la música country guardan historias dolientes, caídas al abismo y, a veces, resurrecciones a tiempo, antes del desgarro final. En las canciones del género reposa una melancolía universal de los crepúsculos a los que llegan nuestras vidas, asociada por costumbre a los paisajes y arquetipos de la cultura americana: desierto, soledad, huida, perdedores ahogados en la barra del bar... La historia de Doug Seegers encaja en argumentos que explora el country. 

Músico callejero, trovador fracasado, alcohólico, drogadicto, indigente... Ethan Hawke podría llevarla al cine, tras haber rescatado la triste figura de Blaze Foley. Cuando Seegers buscaba alimento y cobijo en una casa de acogida en Nashville, en 2013, se cruzó con una estrella de la música country en un país tan lejano como Suecia, Jill Johnson, y un equipo de grabación que documentaba las odiseas de músicos caídos en desgracia. El encuentro derivó en una canción que cruzó el Atlántico y fue todo un descubrimiento en el país escandinavo, donde el propio músico la interpretó en un programa de televisión. Pronto, Doug salió del pozo. De vuelta en Nashville grabó la canción, y un disco, en los estudios Sound Emporium. El sin techo, encontró un hogar en el templo de la música country.

El año pasado, a los 66 años, grabó su segundo álbum con la producción de Joe Henry, A story I got to tell, donde desnuda los avatares de su vida. Está bien la cosa: amarga, con la vida en el filo, y una brisa de esperanza. No es que sea un gran cantante Doug, pero entre el blues y el folk, el country y el rock, se acomoda para salir a flote hacia su propio crepúsculo.


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