En un par de días tocan Deacon Blue en mi ciudad. Guau, los Deacon Blue. Yo creía que se habían disuelto. El caso es que estuvieron separados un par de periodos de unos cuantos años, pero aún graban discos con cierta frecuencia y siguen girando. Y aquí están tan cerca, y es posible que me acerque a verlos. Porque si agarro una de sus canciones me trae inocentes recuerdos y días empañados. Me gusta mucho aquel disco del 89, When the world knows your name, el segundo de los de Glasgow. Y esta canción, Real Gone Kid, con su vigor luminoso, me encantaba y me sigue encantando. Y es probable que cuando suene en el concierto y Ricky Ross y Lorraine McIntosh salten y se abrecen yo me vuelva a sentir como un niño.
miércoles, febrero 27, 2019
lunes, febrero 25, 2019
SOUNDTRACK 226: VIGGO Y BALE
Dejé hace
tiempo de interesarme por los Oscars, de seguir una gala que me juntaba con
amigos de madrugada, de conceder equivocadamente más valor a las películas que
aspiraban a los premios principales que a muchas otras de las que la farándula
de Hollywood se había olvidado de nominar, y, en definitiva y más allá, de magnificar las evasiones
que el cine nos ofrece desde sus orígenes. Este año tampoco habrá Oscars por mi
parte, aunque no puedo evitar mirarlos de reojo, en los días anteriores, cuando
veo una película en la que actores y actrices que me gustan merecen nominaciones.
Me gustaría mucho que en unas horas ganasen el Oscar al mejor actor Viggo Mortensen o Christian Bale.
A Viggo, con
el paso de las películas, lo sitúo en el grupo de actores mayúsculos que
aparentan esforzarse poco para resultar convincentes y transmitir complicidad con el espectador. Good,
The road, Promesas del Este y Captain Fantastic me parecen
interpretaciones suyas formidables, tanto como la que dibuja a su personaje en
el film Green book. Aquí el actor, que ganó peso y absorbió el habla y los modos de los italianos residentes en el Bronx, vuelve a entusiasmar con una sonrisa, con un giro en la mirada o solo con la manera de caminar. Viggo Mortensen tiene el carisma de quien conduce la película entera para que al final te quede el recuerdo de ella porque él estaba al frente del reparto.
Otro que engordó, todavía más kilos, ha sido Christian Bale, quien me ha asustado más de una vez con las transformaciones a las que somete su cuerpo con esa asombrosa facilidad para en un mismo año ser el fornido Batman o un traumático esqueleto. Bale, de la mano de una habilidosa dirección, la de Adam McKay, se impone admirablemente en El vicio del poder convertido en ese maquiavélico gobernante en la sombra que fue Dick Cheney. El maquinista ofrecía una de sus mejores actuaciones, o American Psycho, o The Fighter, por la que ya ha ganado el Oscar este actor que me seduce tanto como me intimida.
miércoles, febrero 20, 2019
GREATEST HITS 219: SAIL AWAY (DAVID GRAY)
Añoro las grandes canciones que una vez compuso David Gray. Me aparecen a una distancia más lejana de lo que en realidad están: tanto como 1993 (Shine o Birds without wings en su álbum de debut); o 1999 (todo el disco White ladder, que decoraba aquella bonita película que era El amor de este año); incluso en 2005 Life in slow motion contaba con alguna pieza que estaba a la altura de las de aquellos trabajos. Desde entonces el bueno de David se ha agrisado un poco, con discos dignos pero sin pegada. En marzo tendrá otro en el mercado que, me temo, no regresará a aquellos años de jovial inspiración. Hoy rescato Sail away, de 1999, interpretada hace muy poco y todavía emocionante.
martes, febrero 19, 2019
SOUNDTRACK 225: HEARTS BEAT LOUD / RITMOS DEL CORAZÓN
Un padre a punto de cerrar un negocio que es más que un negocio: su tienda de discos. Una hija que se enamora poco antes de marcharse al otro extremo del país para empezar la universidad. La música que los une más allá de las barreras que distancian sus edades, sus gustos y su relación con los instrumentos. Vender música, crear música. Una fuerza junto a la otra, los lazos que hacen hablar las emociones. Con estos dos personajes, un par de secundarios con cierto encanto (no del todo aprovechados) y muy pocos escenarios (esa tienda llena de vinilos que acabará sus días vendidos a dos o tres dólares), se levanta Hearts beat loud (Ritmos del corazón), esta modesta película que nos recuerda que el poder de la música se expresa en acciones y relaciones cotidianas, en situaciones al límite que nos hacen fuertes como personas, ayer cuando mirábamos adelante y mañana cuando añoraremos lo que dejamos atrás. Vedla si podéis.
Ella remueve entre los discos y saca Rain dogs, de Tom Waits. "Papá, no puedes desprenderte de esto".
Ella remueve entre los discos y saca Rain dogs, de Tom Waits. "Papá, no puedes desprenderte de esto".
viernes, febrero 15, 2019
BONUS TRACK 204: DISINTEGRATION (THE CURE)
Esta es la cumbre de The Cure, la cima de su popularidad y el compendio de sus mejores canciones. Su creciente eco desde los primeros años ochenta como bandera de un post-punk de mensajes de huida y seductora sordidez crearon una amplia cadena de seguidores por todo el mundo y el culmen creativo de la banda británica se encuentra en Disintegration (1989), un álbum empujado por el pesadillesco tema (y videoclip) Lullaby, la fuerza hipnótica de Pictures of you o el pop adhesivo de Lovesong. El resto del disco se mueve entre la bruma de su arrebatadora ensalada de teclados y el brío misterioso de sus bajos y guitarras, siempre causando la sensación de que la música se va a hacer pedazos o a fundirse con el aire. Wish y The Cure fueron trabajos posteriores que no estaban nada mal, pero para mí el magnetismo de Robert Smith y los suyos ya había perdido atracción.
Este post, motivado por la entretenida lectura de las irregulares memorias de Lol Tolhurst (Cured. The tale of two imaginary boys, publicado por Malpaso), me reencuentra también con una antigua parte de mí, la de aquellos días de vinilos en los que desgastaba sin descanso el tocadiscos de casa, en una adolescencia que perfilaba mis gustos musicales, pasajeros unos, como resultaron ser The Cure, y a las puertas de que me atrapasen muchos otros.
Este post, motivado por la entretenida lectura de las irregulares memorias de Lol Tolhurst (Cured. The tale of two imaginary boys, publicado por Malpaso), me reencuentra también con una antigua parte de mí, la de aquellos días de vinilos en los que desgastaba sin descanso el tocadiscos de casa, en una adolescencia que perfilaba mis gustos musicales, pasajeros unos, como resultaron ser The Cure, y a las puertas de que me atrapasen muchos otros.
miércoles, febrero 13, 2019
VOLUME ONE 494: BOBBIE GENTRY'S THE DELTA SWEETE REVISITED (MERCURY REV)
La esfera de quebradiza psicodelia con que Mercury Rev envuelve su música, como si sus canciones pasaran por una máquina de lavado que las recarga de abalorios ruidosos en lugar de depurarlas, nunca me ha convencido, y eso que he gastado esfuerzos en este grupo. Otro esfuerzo más es el que dedico a su última propuesta, atractiva sobre el papel, frustrante de nuevo en la práctica. Porque aunque trece voces femeninas poco o nada próximas a las esencias evasivas de la banda hayan reinterpretado medio siglo después las doce canciones del estupendo segundo álbum de Bobbie Gentry, The Delta Sweete, de 1968, el experimento empaña cualquier brisa del disco original para que prevalezca la espesa capa en que se diluye la música de Mercury Rev. Uno querría que de algún modo cercano Hope Sandoval, Norah Jones, Marissa Nadler, Laetitia Sadier o Lucinda Williams le devolviesen desde el tributo a la fresca voz y figura que fue Bobby Gentry. Pero no, Mercury Rev lleva la revisitación a sus dominios, digno desde luego pero decepcionante.
(Ejemplo de álbum revisitado que escapa de las fronteras de su modelo sin desmarcarse de su poderosa intensidad interior es en cambio la recuperación que David Rawlings, Gillian Welch, Emmylou Harris, Steve Earle o Kris Kristofferson, entre otros, hicieron del Bitter tears (1964) de Johnny Cash en Look again to the wind, de 2015)
Nota: 4/10
(Ejemplo de álbum revisitado que escapa de las fronteras de su modelo sin desmarcarse de su poderosa intensidad interior es en cambio la recuperación que David Rawlings, Gillian Welch, Emmylou Harris, Steve Earle o Kris Kristofferson, entre otros, hicieron del Bitter tears (1964) de Johnny Cash en Look again to the wind, de 2015)
Nota: 4/10
domingo, febrero 10, 2019
VERSIONES
En estos días de fiebre y exaltación desbordada parece que revivir una vieja canción de amor o desamor con hechuras y esencias cercanas pero distintas, adaptada a nuevos consumos de concepto e imagen y explotada hasta la extenuación, se vende como un hito. Lo nunca oído. Excepcional. Extraordinario. Es gratis convertir una interpretación en magisterio, cuando escasean los maestros. Ayuda y mucho que el derroche de promoción se arroje sobre quien bucea en el pasado para presentarse como monarca del presente. Otros dignos versioneadores no llegan a los telediarios ni a los debates de entendidos, no sacan del olvido a los autores originales en reportajes bien arreglados para que den el beneplácito 'buenrollista' a quien tributa. Penosa la versión, por cierto. Si unos se rinden a sus pies, otros se agachan para contener fugas del estómago.
Puestos a regresar a cuando no nos crispábamos tanto, Matthew y Flo no fueron tan profundos y sí frívolos, con un impulso ingenuo de nostalgia, para reinterpretar Grease, de la película Grease, que incluyeron en su disco de versiones de 2017 Gentlewoman, Ruby man. No es para tanto, desde luego, pero yo sí digo bravo.
Puestos a regresar a cuando no nos crispábamos tanto, Matthew y Flo no fueron tan profundos y sí frívolos, con un impulso ingenuo de nostalgia, para reinterpretar Grease, de la película Grease, que incluyeron en su disco de versiones de 2017 Gentlewoman, Ruby man. No es para tanto, desde luego, pero yo sí digo bravo.
jueves, febrero 07, 2019
BOOTLEG SERIES 71: JESS MORGAN
Ya saben que me gusta remover en todas partes y que más pronto que tarde salen a la superficie, cuando menos te lo esperas, joyas de los baúles de la música. Nombres y sus canciones que ayer nunca había oído y a los que ahora ya puedo seguirles la pista para comprobar si merece la pena continuar más tiempo sobre sus raíles. Me invita a ello esta mujer de Norwich, Jess Morgan, hoy ya conocida gracias a una colección de temas (Everything I did last year, 2019) después de sus cuatro primeros discos y otros tantos EPs. Suena limpia, nada novedosa pero de una cercanía que desprende honradez. Y te deja en suspensión. Prueben.
lunes, febrero 04, 2019
BONUS TRACK 203: STOLEN MOMENTS (JOHN HIATT)
No por sabido deja de sorprender. Rescatas cualquier álbum, ni el más dorado ni el más apagado de entre la extensa discografía de un músico de confianza, y te encuentras con un trabajo que reafirma tu admiración y cariño por ese autor, alguien que hace de su infalibilidad el mayor de los méritos. Con John Hiatt me veo en apuros para desechar obra, porque nada sobra. Puede más en su trabajo el sello de la regularidad que la distinción de sus álbumes sobresalientes. Me paro en un disco que me faltaba, radiante al precio de una libra recién llegado de Londres, y me dejo encarrilar por Stolen moments (1990). Esto es es tan bueno como maravillas que Hiatt dejaba atrás (Bring the family) y que vendrían pronto (Perfectly good guitar) y mucho más adelante (Master of disaster). Este es el segundo álbum de Hiatt producido por Glyn Johns, al que presta percusión y guitarras su hijo y después ingeniero a los mandos Ethan Johns. Y como cada entrega del de Indianápolis hay canciones para correr contra el viento y levantarse para flotar (Real fine love, Seven little indians, Child of the wild blue yonder).
sábado, febrero 02, 2019
VOLUME ONE 493: THE IMPERIAL (THE DELINES)
Desde la tienda y la marca Rough Trade y su selección mensual de tesoros musicales gestados en el ámbito de la independencia, llega esta acertada recomendación. Son The Delines, que celebro conocer en estos tiempos ávidos de conectar con nuevas figuras dignas de atención. The Imperial (Decor, 2019) es el segundo disco de esta formación de Portland, un álbum que tardó en rematarse lo que duró la recuperación de su vocalista, Amy Boon, de un serio accidente de circulación. La acompañan músicos de oficio, entre ellos miembros de Richmond Fontaine. La unión de unos y otros en este trabajo apacible ofrece una sedosa sesión de romance entre folk-rock y soul, con pedal guitars que flirtean sin adornos con serena música de viento, un mensaje de serenidad abrigado por la voz calmosa de Amy. Crece.
Nota: 7,5/10
Nota: 7,5/10
Suscribirse a:
Entradas (Atom)