jueves, septiembre 27, 2018

VOLUME TWO 91: OLD ROD

Los discos de Rod Stewart dejan de gustarme a partir de 1977, después de A night on the town. Entonces yo tenía cuatro años, aunque, lógicamente, hubieron de pasar muchos más hasta que escuchase los espléndidos seis álbumes anteriores, el magnífico legado con Faces, su etapa con el grupo de Jeff Beck y, también, gran parte de su mediocre obra posterior hasta el día de hoy. Duele admitirlo de un intérprete excelente atrapado en una larga, muy larga espiral de acomodado pop de la que parece incapaz de escapar. Seguramente no lo quiera, y eso lo convierte hoy en alguien que ya no es digno de confianza. Pese a ello, y porque Rod me sigue cayendo bien y porque guardo como un tesoro sus primeros discos y todo Faces, vuelvo a él cuando está de vuelta.

Desde 2013 ha grabado tres nuevos álbumes, una vez dejada atrás sus aburridas sesiones de standards americanos, en las que en mi opinión no da la talla como animador de casinos y salas de fiesta. Ni Time (2013) ni Another country (2015) ni Blood red roses (2018) son buenos discos. Nada queda para el recuerdo, aunque en el momento digas que un par (como mucho) de canciones en cada uno dan la talla y, bien cerrados los ojos, aún ves al gamberro Rod en sus años de farra. El resto es pop blando y de sonido plastificado, música simple torpemente agitada con espacio para revisiones de melodías tradicionales mal desenterradas y vestigios desconchados del rock, el blues y el soul que una vez, hace mucho tiempo, hicieron grande a Rod Stewart. No puedo evitar pensar en que podría parecerse a aquel que fue si en manos de un T Bone Burnett o un Ethan Johns, y a semejanza de un Tom Jones, se dejase recuperar.

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