El jazz me transporta a momentos y escenarios irreales, a atmósferas remotas o inabarcables (hielo que se derrite en bourbon, sótanos ahogados en humo, vidas castigadas por el vicio y la adicción y relaciones tormentosas). Unos autores y corrientes me invitan a ese crudo viaje más que otros, con su atracción por las intrigas propias de la música que tejen, se ponen encima, encojen y estiran y los riesgos al límite que evoca el clima que la rodea. Miles Davis es de los que me convierten en viajero sobre ese filo resbaladizo en el que se balancea el jazz. En varias de sus etapas, además, con traje de seda o en el fragor de la extravagancia.
Su primer quinteto es responsable de una serie sus maravillosos discos con el gerundio por título grabados en la casa Prestige: Walkin', Cookin', Workin', Relaxin' y Steamin' con John Coltrane en el saxo tenor, Red Garland en el piano, Paul Chambers al contrabajo y Philly Joe Jones en la batería. En una nueva desconexión en los terrenos tan sugerentes del jazz, redescubro agradecido el consolador efecto de la música limpia y liberadora de Miles en Workin' with The Miles Davis Quintet (1956), tercer álbum de la serie, grabado en dos sesiones en distintos meses en el estudio de Rudy van Gelder.
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