Grandes películas pequeñas, pequeñas películas grandes. Gran cine, en definitiva. En esta categoría caben joyas que el cine regala a través de historias sencillas y cercanas, con planteamientos alejados de la complicación formal y de efectismos argumentales y con trabajos actorales sobresalientes. Cine natural, real, como la vida misma. Truman es un ejemplo. He tardado en verla, me frenaba -condicionado por circunstancias personales- el tratamiento con el que el film aborda la muerte, pero hoy celebro haber tenido la reconfortante experiencia de haber disfrutado de Truman, la magnífica película de Cesc Gay. Los cinco premios Goya que obtuvo en 2015 (mejor película, director, guión original, actor principal y actor de reparto) son toda justicia, sin discusión.
Los logros
de Truman se resumen en tres nombres: Cesc Gay, Ricardo Darín y Javier Cámara. La
película, la historia, está dirigida con mimo, cuidada como se cuida sin perder
el equilibrio a un ser enfermo, avanza sin sobresaltos con comprensiva humanidad
y no fuerza su dramática situación con dramatismos innecesarios o forzados. La
pareja de actores, esos dos monstruos que son Darín y Cámara, conducen sus personajes
con ejemplar contención, impulsivo uno comedido el otro, viejos amigos que se
reencuentran después de mucho tiempo y que no necesitan hablar mucho para
confirmar que son inseparables.
Cuando Darín
se levanta de la mesa y recrimina a unos amigos que fingieran no verlo para no
saludarlo porque está enfermo, o cuando le pide perdón a un antiguo amigo al
que hace tiempo hizo daño, o cuando Cámara llora después de hacer el amor, o cuando
un perro gira la cabeza mientras se aleja para mirar a su dueño, o cuando un
hijo abraza con fuerza a un padre porque sabe que no lo va a volver a ver más, ahí,
Truman es una película gigante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario