Durante
una época, larga, el nombre de Roman Polanski estuvo permanentemente
asociado al escándalo y al morbo. Episodios trágicos y promiscuos
de su vida hicieron de él un personaje envenenado por el malditismo
al que no ayudó su derrochador y libertino estilo de vida, fatal
visto por el juicio inmaculado de sus contemporáneos bienpensantes,
y el atrevido planteamiento de algunas de sus mejores películas,
como Repulsión y La semilla del diablo. Creo que todos estamos al
tanto, aunque sea por medio de sus detalles elementales, del macabro
asesinato de su esposa Sharon Tate a manos del clan Manson en 1968, y
de las denuncias por violación sexual y abuso a una menor una década
después, causa por la que a día de hoy el cineasta sería arrestado
con solo poner los pies en suelo americano. Estos capítulos los
repasa el propio Polanski en Memorias, un libro editado por la
editorial Malpaso recientemente.
El
denso volumen, que Polanski terminó a comienzos de los años
ochenta, son una lectura abierta, sincera y entretenidísima. Los
lectores seguimos sus pasos de supervivencia en Cracovia, cuando
parte de su familia no pudo esquivar el exterminio judío, sus
inquietudes artísticas, su formación como director de cine, los
esfuerzos en crear cada una de sus películas hasta Tess (1979), sus
relaciones con las mujeres, sus vivencias despreocupadas en Londres,
París y Los Angeles y por supuesto, las desgracias personales que
marcaron vida y su propia imagen, episodios estos en los que hoy uno
puede constatar que las peores artes del sensacionalismo informativo
de ahora ya se explotaban despiadadamente décadas atrás.
Hasta
que Polanski terminó de escribir sus memorias había rodado diez
películas, entre ellas las magníficas La semilla del diablo y
Chinatown. Después y hasta hoy, por fortuna, dirigiría otras once,
entre las que destacan las excelentes Frenético, El pianista y El
escritor. Disfrutemos aún con su cine.
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