Pequeña
película sobre los sueños sin convertir y la vida en mitad de ninguna parte.
Roadie (2011) no trata sobre los roadies, los responsables en la sombra de que todo
salga bien en un concierto y de que la banda pueda sentirse cómoda con sus rituales, de esos
currantes esclavizados con gusto a la carretera y a las giras, sino que trata del
pasado perdido y el regreso a las raíces.
Jimmy podría
ser cualquiera, pero en este film es un roadie que vuelve a Queens tras 26 años trabajando
para el grupo Blue Oyster Cult. Vuelve porque lo han despedido, y no sabe hacer nada más
en la vida que ser roadie. En las poco más de 24 horas que recoge el metraje, Jimmy se
reencuentra con su anciana madre, con un barrio en el que se siente extraño,
con un antiguo compañero tan imbécil ahora como antes y con una mujer a la que
quiso en el pasado. En el presente que se encuentra, al que mira con ojos
melancólicos de resignación, Jimmy descubre que él, reacio a admitir su
desdicha, no ha caído tan bajo, que los miserables de entonces se han
enquistado en una vida de mierda y que el hogar, aunque asfixiante, puede ser
una tabla a la que agarrarse para evitar perderse en la deriva.
Dirige
Michael Cuesta, firmante de varios episodios de series como Homeland, Dexter o
Six feet under y de films estimables y a la vez incómodos como L.I.E. o Matar
al mensajero. Su cámara es testigo inadvertido de los pasos de un
extraordinario Ron Eldard en su regreso impredecible a sí mismo.
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