Nos vemos otra vez, tres en tres años. Ahora nos miramos a los ojos, apenas un segundo en el tiempo en que firma discos y entradas después de la actuación. Se advierte su silencio, la reserva, la incomodidad de tener que estar presente y la profundidad de un aislamiento buscado. Son mis impresiones de Mark Lanegan, imponente en pie, sujeto a su micrófono, distante en la inmovilidad de su cuerpo en reposo e intenso introspectivamente cada vez que balancea sus hombros y mueve de un lado a otro el mentón de guerrero y muestra las grietas de su rostro. Hoy más humano que nunca en otra noche en la Capitol de Santiago, lo justo para agradecer tres veces, asentir con nuestros aplausos y despedirse con un buenas noches.
Descubrió su reciente Blues funeral (abrasadora Quiver syndrome, zigzagueante Grey goes black, envolventes Ode to sad disco y Harborview hospital). Mark y su cuarteto brillaron más reculando varios años hasta Whiskey for the holy ghost, hasta Field songs y I’ll take care of you. Reconocía las piezas escogidas de estos discos pero me confundía al ubicarlas de tan lejanas que tengo sus escuchas. Fueron gratos destellos, pinceladas de otro tiempo (One way street, Hit the city, Carry home, Creeping coastline of lights) a cargo de un tipo que me sigue intimidando, que me sigue entusiasmando, tan solo estando ahí.