Nota: 8/10
Nota: 8/10
Si veis esta imagen u oís hablar de esta música, no lo dudéis, dadle una escucha, regaladle unos minutos de vuestro tiempo a un trabajo verdaderamente reconfortante, luminoso, alegre, vivo. Yo los acabo de conocer. A Jigsaw, de Portugal. Seguro que si me pongo a hablar con ellos, con Joao Rui, con Susana Ribeiro y con Jorri, acabo construyendo el armazón de una amistad, hermanados unos con otros por nuestro gusto y admiración por Iron & Wine, por Giant Sand, por Mark Lanegan, Calexico, Old Crow Medicine Show, Lambchop, Willard Grant Conspiracy y otros artistas de estilo y generación similares. Me consta que haríamos migas con el lenguaje universal de la música. En Like the wolf (2009), cuya edición uncut (con más temas) ha llegado a mis manos, hay un poco de todo eso. Y todo eso cariñosamente conjuntado, con una pureza que sabe marcar distancias con respecto a las influencias, con la convivencia de violines y armónicas al servicio de una colección deliciosa de canciones, bendecidas algunas por estados de euforia (Red pony) o cubiertas por inquietantes atmósferas (My blood). Me alegra comprobar que todavía puedo disfrutar del placer de descubrir hallazgos exultantes como éste.
Nota: 8/10
Nada de lo que conozca de ella me hace desconfiar de Alicia Keys. Me cae bien para empezar. Con su éxito precoz, su aprendizaje tan evidente, su habilidad compositiva, sus encadenados vocales, su acompasada evolución y su belleza pausada. Me inspira tranquilidad y cierta ternura esta chica, este bombón (no conozco otro piropo contemplativo que le venga mejor) del r&b del siglo XXI.
A los veinte años irrumpió en el mercado, en las listas de éxitos y en las galerías de premios. Pronto demostró que no era una cara bonita, que podía desenredarse las trenzas y ganar algún kilo sin caer en la comodidad ni en los vicios de la popularidad. Se ganó unos cuantos amigos y frecuentó más escaparates con los que agrandó su fama. La tiene, claro, y una creciente fortuna, pero no parece que presuma de ella. Y al correcto Songs in A minor le sucedieron dignas colecciones de temas, arrimadas al funk y al rock también en As I am (2007). No one, una canción antológica de este disco, me enganchó a ella definitivamente. En The element of freedom, su siguiente trabajo (2009), confirmó su mayoría de edad, por si había dudas. Tiene a Stevie Wonder y a Prince en sus código genético. Y tiene además el estilo Alicia Keys bien definido, limpio, sereno, sólido, con emotivos estribillos y sinceras interpretaciones. Así crea canciones, no pocas, que encogen los sentidos.
Nos marchamos del concierto, haciéndonos espacio para avanzar entre unas 40.000 personas, con la impresión de que nos dejan. Que se separan, decían algunos; que se toman un descanso largo pero volverán dentro de unos años, más tiempo esta vez, pensamos otros. Porque Eddie, adorado por la sencillez tan directa con que lidera una banda o hace al público cantar, por cómo lee unas frases en un idioma que no es suyo o por cómo se deja la voz en cada tema, avisó pronto de que el concierto, el último de su última gira, iba a ser también el último en mucho tiempo. “Pero mientras, vamos a pasarlo bien con el rock and roll”. Y claro que lo conseguimos. Imposible no hacerlo.
En mi tercer concierto de Pearl Jam, en el Optimus Alive 2010 en Oeiras, Lisboa, disfruté algo menos que las otras veces (malditas masas de gente), pero no me sentí defraudado y la compañía que tuve fue excelente. Porque eché de menos algunos temas (Crazy Mary, State of love and trust), pero me alegré por escuchar por primera vez otros (Smile, In hiding, Wishlist). Tuvo la función un tono nostálgico, un sabor a despedida que relajó el repertorio y que conmovió al fan, muy dado esta vez a corear demasiado las canciones. Sublimes estuvieron, entre varias, Black, Release, Even flow o Daughter.
Quizá se marchen un tiempo, quizá tarden en volver a sacar un disco y echarse de nuevo a la carretera. Llevan veinte años haciéndolo y todo tiene un límite marcado u obligado por el cansancio. Dentro o fuera, en casa o en sobre cualquier escenario, Pearl Jam siguen siendo… enormes.
La verdad no se puede disimular, pero el acto de mentir entraña el arte de engañar, el placer, si cabe, de disfrutar del éxito de una trampa. Contra esas artimañas surge la figura de Cal Lightman, un sagaz e infalible científico y antropólogo que hace de su don para descifrar el significado de la gesticulación humana el oficio al que recurren los gobiernos, las agencias de investigación o las grandes empresas para detectar la mentira o lo que esconden los actos más peligrosos que cometen las personas. Así toma cuerpo cada episodio de Lie to me (Miénteme), una entretenidísima serie de intriga e investigación por la que me he dejado seducir gracias al buen ojo de un buen telespectador.
El esquema narrativo no difiere mucho del que tiene CSI, por ejemplo, es decir, planteamiento impactante, rapidez en el desarrollo y algún que otro giro sorprendente antes del desenlace. Lo que hace muy atractiva la serie Miénteme es, por un lado, la variedad de escenarios en los que se desarrollan los casos (embajadas, altas esferas, el propio gobierno, entornos terroristas, el ejército…); por otra parte, la debilidad del ser humano plasmada en argumentos retorcidos y gestos personales comunes con significados universales (odio, ira, vergüenza, temor, rabia, compasión, afecto…); también la tensión creciente que cubre cada episodio, tanto en las tramas criminales como en las relaciones personales entre los protagonistas principales; y además, el carisma encantador de un tipo como Lightman en los rasgos confiados, perspicaces, sobrados y hasta chulescos de un espléndido Tim Roth. Con su séquito ayudándole, secundado por una bellísima Kelli Williams, este fenomenal personaje, un sabio que juega a ser Dios, hace del estudio del comportamiento humano una intriga apasionante.
Va despejándose de nubes el panorama, será que ha llegado el verano y soplan aires de confortable calidez y se abren cielos limpios. Porque cae en mis manos otro buen disco del año de la mano de Dirtmusic, el trío que hace un par de años crearon Chris Eckman, Hugo Race y Chris Brokaw, y que acaba de publicar su segunda y sabrosa experimentación. Se llama BKO (Glitterhouse, 2010), iniciales de Bamako, la capital de Mali, adonde se han ido a grabar tras entablar amistad y compartir ensayos y sesiones con una joven banda de tuaregs llamada Tamikrest en una edición pasada del conocido Festival del Desierto celebrado precisamente en Mali. El resultado presenta ahora esa camaradería, con Dirtmusic y sus territorios atmosféricos engalanados con apropiados y nunca excesivos ropajes de música africana, guitarras puntiagudas o crispadas y percusión enigmática. El disco se pega a la piel por el calor que transmite, por la adicción que levantan preciosos temas como Collisions o Bring it home o descargas más enfurecidas como Ready for the sign o este inicial Black gravity.
Nota: 8/10
Hablamos. Ese placer. (Empacho sin indigestión). Una vida que se apaga. Otra que no sabe adónde va. O dos. Tuviste tiempo para pensar, postrada en la isla de tu río entre vistazos al libro que siempre llevas. Pero luego, ¿qué? Lo difícil es arriesgarse, dar el paso, el gran salto, aunque no sepamos con seguridad que al otro lado está lo que realmente queremos. Podemos equivocarnos… ah, esa es la cuestión. Mientras, vamos a resistir un poco más. Un mes, dos, puede que hasta que termine el verano. Hacía días que no te veía, por eso me parece que estás para empacharse de ti, para comerte y explotar. Todo tú y nada más.