martes, enero 26, 2010

CONSUMO Y OLVIDO


No consigo explicar cuál es el origen de esta postura que adopto o esta corriente que me domina. Pasan las cosas, las distracciones preferidas, y yo no encuentro la importancia que otros le conceden. Un libro está bien, o muy bien, vale. Un disco es la leche, sus canciones o su música nos descubren sentimientos que no sabríamos expresar mejor, y lo escuchamos una y otra vez. Una película es estupenda, pensamos en ella después de verla y compartimos impresiones, la volvemos a ver días después. Y eso me pasaba hasta hace poco… ahora no veo sino un producto de consumo rápido de digerir y el doble de rápido de olvidar.


El cine. Será que llevo vistas demasiadas películas. Hubo una época en la que sobrepasaba las 300 por año. Después fui bajando hasta unas 250 y ahora me cuesta llegar a las 200. De todo tipo, de todos los países, de todas las décadas. Ahora me distraigo mientras veo las pelis en casa, dejan de interesarme al poco rato aunque las dirija un tipo de confianza. Me atrapan mías en el cine, claro, pero tras la proyección, hayan sido buenas o malas, bodrios o extraordinarias, ya está, se acabó la romería. Punto. Olvidada (salvo excepciones, cada vez menos).


Por eso me causa gracia leer análisis o profundos comentarios de películas recientes en las que escritores, periodistas o blogeros se esfuerzan por disfrazar de importancia un argumento, una idea, una puesta en escena, la verdadera intención de un autor, la trayectoria misma de ese autor, con sus obsesiones y traumas, sus fabulosas debilidades o cualquier patochada. Será por eso que no acierto a comprender la razón por la que todo el mundo ha flipado con El caballero oscuro, por ejemplo; o que de un lado y de otro se sucedan debates contrapuestos sobre Avatar; o que ahora se empapen de baba las páginas y las pantallas con la supuesta maestría de La cinta blanca o el último insulto de los hermanos Coen. Distracciones, ya digo, hasta para las que vale de todo. Hasta una partida de póker merece un estudio.

5 comentarios:

lepetitcaporal dijo...

He pasado tiempo coqueteando con esa especie de desapego cultural (¿en ti también sentimental, o incluso existencial? Confiesa, tú has sacado el tema) al que te refieres. No sé si podrían explicarlo eventuales estados de ánimo en que la indolencia se hace con las riendas o la sospecha perenne de que nos intentan dar gato por liebre en asuntos “artísticos”, donde hace ya mucho que la sociedad de consumo y el teletienda campan a sus anchas. En síntesis: ¿Dicho desdén nace de la apatía y es pernicioso para el espíritu o de un sagaz sexto sentido que nos mantiene alerta ante el continuo engañabobos que nos acecha? Tremendo tostón te estoy largando.
Respecto a lo último que señalas: Creo que no es nada nuevo, nunca han faltado sesudos exégetas de ocasión e intelectos fecundos (uno nunca alcanzará su altura, ¡ay!) que han visto en la recensión y el análisis una oportunidad provechosa, comodona y cobarde, no de conceder más o menos importancia a una obra o bodrio, sino para darse pisto y acreditar el elevado concepto que tienen de sí mismos. Y en algunos casos concretos excluiría otra finalidad. Este comentario sirve de ejemplo.

J Aybar dijo...

Resultas muy convincente ... el truco (puede que imposible) es volver atrás. Ver y oir por el hecho de ver y oir. No por el hecho de acumular. Sin obligacion de recordar. El recuerdo proviene de lo que te marca. Y sino lo hace ... tal vez no merezca el recuerdo. No por sentirte critico (sesudo o no). No por marcar la nueva muesca en el revolver.
A mi me sorprende la voracidad de algunos; capaces de comentar todas las novedades que caen en sus manos. ¿Lo han visto de verdad?. ¿Cuantas veces lo han escuchado?. ¿Como lo hacen?. No lo sé. Hace tiempo que entendí que no compito ahí. Prefiero jugar a ser sesudo ... pero sin presion.

rubén darío dijo...

caporal...
no le entiendo parte de lo que me responde, por lo que no puedo responderle como a lo mejor se espera (podemos dejarlo para otros contextos y momentos, quiza), sera que con los años reclama las cosas bien claritas...

no deja de ser usted una especie de aristoocrata del lenguaje, caballero, se agradece su elegancia.

Saludos.

lepetitcaporal dijo...

Menos mal que no has entendido ni jota de lo que te escribí porque de lo contrario empezaría a preocuparme, ¿acaso crees que yo sabía qué coño quería decir?
Pero ésa era precisamente la idea, en homenaje a la jerga de rufianes (la expresión es de Walter Benjamin) que emplean sin pudor algunos analistas de lo que sea hoy en día. Caraduras que se apartan de lo inteligible para aparentar maestría; pomposos convencidos de que cuanto más difícil de entender parezca el pensamiento de uno, más profundo resulta a los ojos del vulgo y más autoridad confiere al pensador. Además, ¿qué iba a ser de esa caterva de aduladores que viven de ensalzar a los Antonioni, Godard, Lynch... (me voy a ceñir al cine) si no estuviesen allí para descifrar sus palabras?

rubén darío dijo...

Ahora esta todo clarito, aunque ya te ve´´ia las intenciones.

En fin, es lo que hay. Un abrazo.