jueves, febrero 14, 2008

LIVE IN 50: QUIÉN ME MANDARÍA…

Las ventajas de la tecnología y el progreso nos acercan a lo que nuestros sentidos no alcanzan en vivo y a lo que nuestra economía no permite cuando el deseo de consumo o conocimiento es excesivo. Unos consumen cine en sobredosis, otros consumen sexo a destajo, otros charlan e indagan por doquier en las vidas ajenas para encontrar amigos y sentirse menos solos, otros escuchan la música que no encuentran en las tiendas y al precio que nunca marcan las etiquetas… Dilemas morales al margen, ahora puedo probar aquello de lo que oía hablar, lo que leía y no me daba buena espina, temía y nunca escuchaba. Con el riesgo, probable, de tropezarme con atentados contra lo que yo concibo por música.

No entro tampoco en conceptos etimológicos y técnicos, no quiero que ningún experto me razone las excelencias (¿lógicas?) del ruido que mi oído percibe como una anarquía dolorosa. Simplemente a mí no me entra en la cabeza que los discos que he escuchado (uno ha bastado, a veces dos para corroborar el fiasco) de Pere Ubu, Hüsker Dü, Dinosaur Jr., Johnny Dowd, Pixies, John Zorn o Daniel Johnston gocen de un aprecio crítico que se escapa de mis cabales, si es que me encuentro en ellos.

Mencionar a Sonic Youth ya es una reiteración, aunque me ha divertido que lo hiciera con enojo en una escena el personaje principal de la película Juno.

Virgin Prunes, semilla de U2 a finales de los setenta y escaparate de pruebas de vanguardia de Gavin Friday, amiguísimo de Bono, hacían algo que ya ni el paso del tiempo le encuentra sentido.

Y ahora, por poner un ejemplo reciente, llaman música a lo que perpetran algunos grupos noveles asentados en Brooklyn, Dirty Projectors, por ejemplo, qué tormento.

De Zappa mejor no hablamos, aunque me quito el sombrero, eso sí, ante Hot rats y Over-nite sensation.

Quién me mandaría…

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