¿Dónde estabas, qué hacías cuando... (el equipo de tu ciudad ganó la Liga, o se le escurrió entre los dedos el billete a la final de la Champions)... cuando Kurt Cobain se salió de este mundo? Nunca me he parado a pensar en ello, aunque sé dónde estaba y qué hacía, hoy que lo pienso. El calendario (y un buen artículo de un periódico) nos recuerda que el hombre se voló la cabeza hace 30 años, se consumió antes de desvanecerse; dejó un cadáver devorado para el club de las leyendas del rock, un recuerdo que décadas después no puedes eliminar de una patada, una huella (él y la música que nació de su banda) que hoy subyace (apagada pero aún viva) como inspiración, como arrebato, como salvación.
Era entonces universitario, a mano para estar informado solo tenía periódicos al llegar cada mañana a la facultad y las noticias en la radio o en la televisión de la residencia de estudiantes. Allí vimos las imágenes, seguimos las crónicas, escuchamos las reacciones, compartimos el luto de quienes adoraban el mensaje de aquel chico desastrado, infeliz. La vida sigue.
No ha vuelto a haber otra banda como Nirvana, ni la habrá capaz de transmitir un estado de ánimo a una amplia audiencia. Como Kurt Cobain sí habrá más, los hubo antes y le sucedieron después, muy pocos con tal poder de pervivencia, de presencia espiritual. Cada cual arrastra su angustia a su manera, su frustración, el nihilismo, la drogadicción, los caminos sin salida, la perdición... hasta anticipar la muerte.
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