Entre nuestros músicos más queridos hay algunos cuya luz brilla en la abundancia y en la escasez, en lo mínimo y en lo máximo, cuando gritan o cuando susurran. Si a ellos les apetece, se enchufan y alcanzan el éxtasis eléctrico o se desconectan para buscar el estremecimiento íntimo. Ese grupo admite a Ben Harper, cuántas veces ensalzado en este cuaderno digital. De nuevo con motivo de Wide open light (Chrysalis, 2023). Su álbum más reciente tiene más parentesco con aquel Winter is for lovers (2020) minimalista e inusual que con el más enérgico (y a la vez reflexivo) Bloodline maintenance (2022). El repertorio, con Harper sentado y la guitarra tumbada sobre sus rodillas, tiene algo más de cuerpo y el músico canta sobre sus letras salvo en dos cortes, aunque con los pocos instrumentos de acompañamiento que suenan pidiendo permiso para dejarse oír. No hace falta mucho más para construir canciones puras y sencillas capaces de llegar a la complejidad de nuestro corazón (Giving ghosts, Masterpiece, One more chance, Love after love). Harper otoñal, sabio una vez más.
Nota: 7,5/10
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