miércoles, junio 24, 2020

DYLAN Y NADA MÁS

Qué me ocurre, me siento extraño. Raro es el día en el que el vicio y la adicción me dejan sin escuchar música nueva o un disco perdido en la memoria. Pero desde el jueves pasado por la noche no siento ese aguijonazo, parecen haberse acabado las ganas de buscar novedades o descubrir autores o reescuchar buenas canciones entre las rutinas de cada día y en horas libres. Solo he entregado desde entonces mi tiempo para la música a Rough and rowdy days, el álbum con el que Bob Dylan parece querer despedirse de su mundo y del nuestro. El deleite que me produce este disco, con su trascendente hermosura, con canciones tan inmensas como Key West (Philosopher pirate) o Murder most foul, en cambio, me intimida y debilita. Podría decir mucho y callarme todo, abrirme en canal o atar cada descosido. Me repetiría, reproduciría emociones que comparto. No aportaría nada digno más. Ya se ha dicho (y bien) todo y se ha escrito de la mejor manera sobre este disco que uno el envuelve el cuerpo y el alma y de este hombre divino que representa mi única religión.

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