domingo, enero 05, 2020

VOLUME TWO 101: JONI MITCHELL

Ni entonces ni ahora hubo ni hay artistas como Joni Mitchell. Hay una fragilidad de cristal y emocionante en su música, en su forma de cantar y de componer, que se encuentra en muy pocas cantantes. Un ADN extinto bendice a la canadiense. Puedes sentirte arropado en el interior de una cabaña perdida en las montañas cuando Joni habla. Estos días he descansado con el abrigo de algunas de sus canciones, las de sus primeros álbumes, y me he sentido realmente a salvo: Big yellow taxi, Chelsea morning, Help me y sobre todo las geniales y esponjosas Woodstock y River.

Cuanto más envejeces, más aprecias a Joni Mitchell. Incluso en sus osados enfoques a partir de mediados de los setenta, cuando el jazz y el pop, ahogado muchas veces por el frívolo uso de sintetizadores en los ochenta, arruga su música, algo sutil y excitante queda de su delicadeza para componer. Ya no son discos para recogerte en las noches como los de antes, los de Nueva York y Los Angeles, aunque sirven para mirar desde la ventana un paisaje helado.

En un documental que una vez vi, no recuerdo cuál, Joni cantaba en un festival, ella sola con su guitarra, meditaba sobre lo que decían sus letras y el público no iba con ella, no le prestaba atención. Joni se enfadaba, pero sin gritar, guardándose las lágrimas, decepcionada porque el público no llegase a ella o no supiera hacerlo. Una niña indefensa. Sus canciones quedan y protegen.

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