martes, mayo 31, 2016
GREATEST HITS 185: LOVE TO LOVE (JONATHAN WILSON)
La canción encajaría entre los cortes de Blonde on blonde. A ratos me recuerda a I want you y a Absolute Sweet Marie. Pero no, no es de su autor ni se compuso en 1966, aunque a mí me suene tan del ambiente que atrapa ese disco gigante e irrepetible y la voz se arrugue como la del autor de esas canciones. Love to love es de Jonathan Wilson, quizá la canción más cercana y convencional del magistral álbum Fanfare (2013). Viene a contar la breve historia de un chico que sale de una vieja ciudad con sus tres guitarras a cuestas y vive un fugaz asunto con una mujer demasiado cool al llegar a la resplandeciente Los Angeles.
sábado, mayo 28, 2016
33 REVOLUCIONES POR MINUTO. HISTORIA DE LA CANCIÓN PROTESTA
La
política y la canción no casan bien. Una ha activado a la otra como
canal de protesta y denuncia, pero la otra no ha logrado cambiar los
vicios y miserias de la una. No, la música, no va a transformar el
mundo. Todo un siglo de agitación, enfado, furia y activismo contra
el poder avaricioso, la corrupción y las injusticias a través de la
música para nada más que para advertir que las causas que encienden
la lucha no dejan de repetirse. Un libro, un libraco excepcional que
edita Malpaso, recoge en más de 900 páginas la historia de esas
canciones protesta y los músicos que las crearon en los turbulentos
ambientes que las motivaron. Dorian Lynskey, periodista del The
Guardian, lúcido cronista y apasionado indagador musical, firma el
magnífico tomo 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción
protesta.
La
grandeza de esta obra voluminosa se encuentra en varios aspectos.
Estos dos resumen todos los aciertos: la explicación precisa del
contexto histórico y social en que se
producen los
acontecimientos que
provocan
la indignación de los músicos y alientan sus respuestas (la
segregación racial, la guerra, el hambre, la pobreza, la crisis, el
poder dictatorial);
la claridad con que el autor expone hechos
y
los enlaza con los
actores de la protesta a través de la música (Woody Guthrie, Bob
Dylan, Nina Simone, Bob Marley, Víctor Jara, John Lennon, Stevie
Wonder, James Brown, Fela Kuti, Public Enemy, Bono, Billy Bragg y
otros con menos literatura como Crass, Manic Street Preachers, Last
Poets o Huggy Bear) Con rigor y magistral
agilidad, Lynskey
condensa historia y legado musical mediante obras y juicios que
evidencian la coherencia de algunos discursos contra el sistema o el
oportunismo y la ambiguedad de otros.
Apasionante.
Imprescindible.
También en El blog de Benjamin Sachs
viernes, mayo 27, 2016
VOLUME ONE 402: ASH & ICE (THE KILLS)
Crees
que hay músicos que no van contigo, pero suelen lanzar anzuelos para
que piques y pruebes. Dejan
sabor
pasado el tiempo. Mordí más de una vez con The Kills, ese dúo
crudo y cool, punk y blues (para orientarnos), ora feos ora molones.
Si su cosa avanza y ya van por el quinto álbum, habrán creído
conveniente desmarcarse un poco de la economía de medios y sonidos
con la que fueron creciendo y aportar nuevas texturas a su trabajo
nuevo, como ya ensayaban en Blood pressures
(2009). Eso hacen VV
y Hotel en
Ash & Ice (Domino, 2016), en el que sus temas arrancan para
descolocar con
efectos y adornos electrónicos y
se
acomodan en terrenos más rockeros con metrallazos guitarreros y
fraseos atrayentes. De la agitación sale un brebaje que enlaza a The
Black Keys y repesca a Cat Power. Bien bien.
Nota:
7/10
lunes, mayo 23, 2016
BONUS TRACK 163: THE RIVER (BRUCE SPRINGSTEEN)
Habría
sido la quinta vez si me hubiera apuntado a verlo. Cada una tuvo su
propia historia, su irrepetible
encanto. Cada vez parece
más
titánico,
Bruce nunca defrauda. Ahí arriba no tiene rival. Él
manda.
Decían que ahora tocaría The river entero y no fue así, se dejó
algunos temas en el camerino, aquellos que habrían
rebajado
la
gracia de
la fiesta. Algunos
pusieron reparos
por no
recuperar unas pocas canciones.
¿No saben que nada hay sagrado? Habría
estado bien verlo de nuevo.
The
river (1980) es
de aquellos discos que me supe de memoria. Me metía en las fotos con
la
banda alegre en las calles, y corría por las letras persiguiendo la
voz de Bruce, entraba
en las historias de su gente humilde.
Aún
tengo a mano el vinilo. Me
parecía perfecto. Hoy,
bueno, no diría que es perfecto, sino
un gran disco.
Quizá el sonido, la percusión atrás, los teclados chispeantes que
no se sabe bien qué tienen que decir,
una o dos guitarras que echan en falta a otra, o que simplemente
antes
había un Bruce colosal y después
seguimos escuchando mucho a otro
Bruce casi siempre brillante, y nos lo conocemos demasiado bien.
Fascina y a menudo descoloca
regresar tiempo después a lo
que tanto disfrutamos un día.
Cambia
tanto ello como nosotros aunque una o las dos cosas nos cueste
admitir. Pero no lo bastante como para dejar de gozar con The ties
that bind, Two hearts, Stolen Car, The price you pay, Drive all night
o The river.
jueves, mayo 19, 2016
VOLUME ONE 401: FALLEN ANGELS (BOB DYLAN)
Prefiero (preferimos) otro
Dylan. En Fallen Angels (Columbia, 2016) repite ángulo crooner,
estancia en un pasado de glamour en blanco y negro y noches de voz
susurrada, melodías cálidas y atmósferas de ensueño. La
invitación al cancionero americano enriquecido hace sesenta y
setenta años por temas de Johnny Mercer, Hoagy Carmichael o Harold
Arlen sucede al paseo por el repertorio Sinatra por el que el autor
naufragó el pasado año en Shadows in the night, el peor trabajo de
su vasta producción junto a la broma navideña. Esperaba
(esperábamos) otro tropiezo grabado en un suspiro en el mismo lugar
y con la misma banda que el penoso Shadows, pero Angels, cuyas piezas
interpretó también Sinatra, ya no supone una decepción. Ajeno al
tiempo y a la carcoma, Bob Dylan canta y suena algo mejor, sin forzar
la garganta, en otra noche irreal que sintoniza mejor con la hermosa
música sedosa que lo protege. Al levantarse la aguja seguimos
creyendo que este hombre es único y no dejaremos de amarlo, pero
sabemos, en cambio, que quizá nunca más volveremos a escuchar este
disco. Preferimos (prefiero) otro Dylan.
Nota: 6/10
lunes, mayo 16, 2016
BONUS TRACK 162: INNERVISIONS (STEVIE WONDER)
Conviene
tener presente que los tiempos mediocres de un músico, por los que
inevitablemente pasan casi todos los mejores, no deben ocultar o
hacer olvidar sus días más lúcidos. Pensemos en Stevie Wonder, al
que se le han de reconocer las geniales virtudes de un manojo de
brillantes discos en los años setenta. Innervisions (1973), por
ejemplo. Stevie había dejado atrás sus éxitos juveniles y
adquirido, además de una imagen más sombría, prestigio y poder en
la Motown, tanto como para discutir a Berry Gordy la viabilidad de
sus proyectos. En aquellos años EEUU luchaban consigo mismos,
divididos por furiosas desigualdades de raza y clase y en ciudades
donde hervía el odio y la violencia. Wonder se volcaba entonces en
una música más comprometida con las injusticias en medio de la
falta de esperanza.
En Innervisions él se encargó
prácticamente de todo, tomó el control. Parió una sublime canción
protesta, Living for the city, brutal relato de la crueldad de la
ciudad y la ausencia de futuro prometedor (“Fue a votar, pero para
él no hay solución”, canta Stevie sobre su protagonista negro,
esclavo de New York City), un drama que expresó con una demoledora
descarga musical. A niveles tan altos llega también otra obra
maestra como Higher ground, vibrante colocón sonoro. Bastan estas
dos canciones para convertir este álbum en todo un imprescindible.
BOOTLEG SERIES 49: EL BANJO DE KAIA
Una muestra de pulido
mestizaje. La chica lleva sangre africana y caribeña, vino al mundo
en Canadá y se empapó de la música folk de los Apalaches en West
Virginia. Kaia Kater tiene 22 años y en un solo día grabó en
Toronto Nine pin (2016), su segundo álbum. Percusión mínima, una
voz que ahonda en tradiciones orales para liberar espíritus
ancestrales e historias legendarias y entrega a un instrumento, el
banjo. Pero de aquella manera. Las cuerdas, acariciadas, adoptan un
papel más bien rítmico, un protagonismo rezagado, al dejarse
acompañar las piezas de instrumentos de viento en clave
desenchufada: una trompeta distante, un saxo al trote, o la vibración
de un violín doliente. Si Kaia retorciese un grito diría a veces
que la firma es del Tom Waits más rústico. La música adquiere un
tono misterio, por momentos fantasmagórico. Pesa su desnudez en el
disco, pero lo salpican unos cuantos temas redondos. Un
descubrimiento inquietante.
miércoles, mayo 11, 2016
VOLUME ONE 400: A MOON SHAPED POOL (RADIOHEAD)
Procuro
huir de los extremos. No pierdo la fe en encontrar algún soplo de
aire en la música que me ahoga y asumo que los intocables van a
defraudarme en algún momento, como
así ha ocurrido.
Con Radiohead es fácil dejarse llevar por el extremismo, sobre todo
negativo, como se ha encargado de suscitar en las últimas dos
décadas gran parte de la prensa musical solo por el hecho de
glorificar sus trabajos; también
desde
que empezaron a ser frecuentes, a consecuencia de ese
fervor periodístico y en terrenos de inclinaciones más
rockanroleras, las afirmaciones con intención de sentencia de que
Radiohead es la banda más sobrevalorada que existe. A mí no me
gustan, en general no me gustan, aunque debo decir que sí me agrada
el álbum In rainbows (2007), o al menos el recuerdo que tengo. No
profundizo más, no soy experto en el grupo tras haber escuchado la
mitad de sus discos y de poco vale a estas alturas la opinión de un
blog. ¿Los más sobrevalorados? No me atrevo a decirlo. Si Radiohead
pasa de nuevo por este blog se debe a que no he podido resistirme a
escuchar su último disco por haber estado acompañado de una
sorpresiva fórmula de lanzamiento.
A
moon shaped pool (2016) es un ejemplo perfecto de música a la que le
encaja la etiqueta de 'art rock'. (¿De verdad art rock?, ¿el resto
de rock es cualquier otra cosa menos arte?) Entendamos el concepto
(abierto
a cuantas interpretaciones se quieran) como
elaboración
sofisticada y trascendente de la creación musical desde el punto de
vista estético.
Este disco crea
atmósferas nubladas
y reposadas,
una
continua sensación de incómodo hormigueo y
contiene
piezas musicales que
demandan
paciencia
y entregada
atención.
No
me gusta. Y
si no me gusta es precisamente por aquello
que no me gusta de
la
mayoría de discos de Radiohead que he escuchado: por el profundo
aburrimiento y la sombría sensación de desesperanza que produce su
artística música.
Nota:
sin nota
sábado, mayo 07, 2016
SOUNDTRACK 183: NINA
Nina
Simone se merecía un biopic, pero no uno como Nina (Cynthia Mort,
2015), uno del montón para llenar el cajón de semblanzas
cinematográficas de figuras musicales. La artista era inmensa, la
persona era compleja y desquiciante, y la película que la recuerda,
con Zoe Saldana en las carnes y la voz de Miss Simone, es mediocre.
Defiendo los enfoques
diferentes en la recreación de hechos biográficos, perspectivas que
escapen de lo convencional y de lo que está demasiado triturado. El
que adopta Nina ya está machacado: arranca desde el ocaso y
declive de la
intérprete y su relación con su asistente y posterior
representante, Clifton Henderson. A través de una entrevista que
salpica el metraje como un pegote y los últimos ocho
años de la artista,
irascible, alcoholizada, vetada y casi olvidada, el film navega por
aguas tranquilas y aburridas, con breves, pero muy esquemáticos,
viajes al pasado que supuestamente deberían definir los perfiles del
personaje: la hija abandonada, el asesinato de Martin Luther King, un
encuentro con Richard Pryor, su relación con las Panteras Negras.
Pero falta mucho por conocer (o que debería conocerse). Acaba el
film y aún se puede preguntar quien no haya sabido mucho de Nina
Simone de dónde sale su mala leche o por qué su grandeza la hizo
merecedora de ser llamada la alta
sacerdotisa del soul.
David
Oyelowo parece desganado en todo el metraje y Saldana, mal maquillada
aunque voluntariosa, cumple y
se entrega con su propia voz en cada canción,
pero en ningún momento transmite la vulnerable personalidad ni las
heridas que escondía la imagen imponente de la auténtica Nina
Simone. Flojo guión, insulsa dirección, olvidable biopic.
martes, mayo 03, 2016
BONUS TRACK 161: ANODYNE (UNCLE TUPELO)
Cuentan
que este disco y la banda firmante representan el arranque del género
'americana', del rock y el country americanos conjuntados sobre los
mismos raíles en vagones renovados. Unos dirán que la corriente así
llamada no es más que un invento de la prensa o del mundillo musical
y que el 'americana' ya existía y la irrupción de este álbum y
este grupo no supuso revolución alguna. Otros suscribirán
que Anodyne y Uncle Tupelo encauzaron los elementos naturales del
country y del rock para extraer de su enlace una vertiente
contemporánea con vía libre a la experimentación. Qué importa.
Reniego de las exclusividades. Los muchos discos de música
'americana' escuchados después de 1993 y algunos escuchados antes
dejan hoy en día Anodyne en el terreno de las anécdotas.
Sí. Veintimuchos años
después este disco se revela ahora despojado de cualquier carga de
relevancia, diría que descompensado por inoportunos violines y un
exceso de guitarras que a ratos se tropiezan. Menos de un año
después la banda se disolvía. Jay Farrar y Jeff Tweedy ya no se
llevaban bien y cada uno tomó su propia dirección. Farrar dio más
tumbos que pasos firmes a través de proyectos más bien grises.
Tweedy movió Wilco hacia la dimensión de las grandes bandas. Esa es
otra historia.
lunes, mayo 02, 2016
BOOTLEG SERIES 48: HÉROES DEL BLUES, EL JAZZ Y EL COUNTRY, POR R. CRUMB
Modesto
capricho tener un
ejemplar de estos bien guardado, sin polvo después de abierto y
habiendo pasado las páginas cuidadosamente, con el olor permanente
que libera el papel al
retirar el precinto.
Fenomenal y entrañable idea la de Nórdica Comic por
reunir en un volumen
las más de cien
postales que el dibujante e ilustrador Robert Crumb creó en los
primeros años ochenta con los nombres y
hombres de la música
tradicional americana que tanto amaba: Heroes
of the Blues, Early Jazz greats and Pioneers of the Country
(Héroes del blues, el
jazz y el country). El tesoro incluye un CD con un poco de cada.
El dibujo, grueso y ardiente,
desprende inmediata familiaridad; parece que te mancharás los dedos
al deslizarlos sobre la imagen, el trazado de viejas historietas que
nos compraban siendo niñoz. A cada postal, cada cromo, le acompaña
una breve reseña biográfica. El mayor placer es recrearse en los
colores, las arrugas de los trajes, las sonrisas relucientes o las
miradas ajadas. Tipos que grabaron unos pocos temas en vida,
olvidados la mayoría, legendarios otros; de los que muy poco o nada
hemos oído aunque guardemos su música en unas cuantas colecciones.
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