Llevo un largo tiempo cansado de la música que propagan artistas del corte y confección de Mary Gauthier; no es un problema de saturación, sino de repetición de esquemas carentes de vigor, de frescura o ingenio. A esta señora de aspecto un tanto hombruno la podemos incluir en el regimiento de americanos ‘americana’ que desde mediados de los noventa vienen rastreando los paisajes de su país y cultura, arrastrándose por sus historias miserables, compartiendo dolor, aspereza e insatisfacciones. Tiene un pasado rico en penurias y desdichas esta chica de New Orleans, materia prima para su discurso musical: nunca conoció a su madre, tonteo con las drogas desde los quince años, pasó por chirona antes de ser mayor de edad y perdió la cuenta de los programas de rehabilitación a los que se sometió para curar su adicción alcohólica. Hasta los 35 años no escribió canciones, pero ya asentada y sin azotes existenciales, empezó a explorar una modesta travesía musical salpicada de dignos trabajos.
Acaba de publicar The foundling (2010), pero antes llegaron Drag Queens and Limousines (1999), Mercy now (2005) o Between daylight and dark (2007), pulido por el oído y el tacto estimulante de Joe Henry. Las canciones de Mary Gauthier surgen de las entrañas y se deslizan erguidas y arropadas por un espíritu de folk rock que, por fortuna, se resisten a caer en la vulgaridad.
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