No consigo explicar cuál es el origen de esta postura que adopto o esta corriente que me domina. Pasan las cosas, las distracciones preferidas, y yo no encuentro la importancia que otros le conceden. Un libro está bien, o muy bien, vale. Un disco es la leche, sus canciones o su música nos descubren sentimientos que no sabríamos expresar mejor, y lo escuchamos una y otra vez. Una película es estupenda, pensamos en ella después de verla y compartimos impresiones, la volvemos a ver días después. Y eso me pasaba hasta hace poco… ahora no veo sino un producto de consumo rápido de digerir y el doble de rápido de olvidar.
El cine. Será que llevo vistas demasiadas películas. Hubo una época en la que sobrepasaba las 300 por año. Después fui bajando hasta unas 250 y ahora me cuesta llegar a las 200. De todo tipo, de todos los países, de todas las décadas. Ahora me distraigo mientras veo las pelis en casa, dejan de interesarme al poco rato aunque las dirija un tipo de confianza. Me atrapan mías en el cine, claro, pero tras la proyección, hayan sido buenas o malas, bodrios o extraordinarias, ya está, se acabó la romería. Punto. Olvidada (salvo excepciones, cada vez menos).