En poco más de una semana le he cogido un gran cariño a los frikis variopintos que pueblan la telecomedia norteamericana de la cadena CBS The Big Bang Theory. Los 17 episodios de la primera temporada (la tercera comenzará a emitirse en su país en apenas un mes) me han alegrado las horas con sonoras carcajadas en el cuarto de estar de mi casa y no creo que tarde demasiado en ponerme con la segunda entrega de episodios y las nuevas, absurdas, irritantes, desconcertantes y delirantes peripecias diarias de Leonard, Sheldom, Howard, Rajesh y Penny. Así son los frikis, los que presumen de ello por naturaleza y los que en algún momento nos sentimos incluso parientes de su especie: vanidosos, tozudos, intransigentes, ególatras, antisociales, insufribles…
La pluma brillante de los guionistas de la televisión americana vuelve a dejar muestras de su ilimitado talento y de su habilidosa creación de personajes deliciosos. Las actitudes inverosímiles de los personajes de The Big Bang Theory cobran una cotidiana credibilidad tanto por la cercanía, precisión y limitada exageración con la que son dibujados como por la composición que los actores hacen de unos tipos, los frikis, encerrados en sus manías y aficiones nada comunes, en la obsesión por sentirse orgullosos de sus vicios sanos y distintos al resto de los mortales.
Esto es The Big Bang Theory, un regalo para la risa.
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