En realidad, visto el resultado se puede concluir que la película es más de su guionista y actor principal, Sam Shepard, que del propio Wenders. Sobre todo por la recuperación en la trama de los temas fetiche en la obra del escritor y dramaturgo norteamericano, traducidos de manera fiel y clara por el director alemán en su primera colaboración, Paris, Texas, esa obra magistral de Wenders. En su nuevo encuentro, pluma y cámara, tono y estilo, se compenetran ajustadamente para volver a enfrentar a un hombre solitario con su incomunicación, con su incapacidad para asentarse y la imposibilidad de encontrarse a sí mismo.
Tan pesimista panorama aparece además ubicado en medio de la nada, o algo parecido: en desiertos perdidos, aburridas ciudades de Nevada donde la única diversión es un gigante y hortera casino o pueblos de Montana donde todo el mundo se conoce pero casi nunca hay nadie en la calle. Por ahí se mueve Howard Spence, el patético personaje al que da vida Sam Shepard: un actor de westerns con un enorme historial de problemas de alcohol, drogas y mujeres a sus espaldas que huye de un rodaje, se reencuentra con su madre (Eva Marie Saint) y parte en busca de un hijo al que desconoce (Gabriel Mann) sin saber en absoluto qué hacer con su miserable y dernortada vida. La mujer a la que embarazó (su esposa en la vida real Jessica Lange), un investigador de una aseguradora (Tim Roth) y una misteriosa joven (Sarah Polley) que va a todas partes con las cenizas de su madre en una urna se le cruzan en su viaje sin destino.
Wenders convierte el argumento compartido con Shepard en un film con sus acostumbradas palpitaciones, donde todo el mundo actúa al margen de todo el mundo y cuyo pasado es tan amargo como el futuro que le espera. Su cámara compone planos hermosísimos y se desliza hipnótica alrededor de los personajes (Shepard sentado durante varias horas en un sofá en plena calle), casi siempre acompañados en sus pasos por una partitura de T-Bone Burnett que remite a las de Ry Cooder para otros films del director alemán, entre ellos Paris, Texas. Shepard está magnífico, Lange fuerte pero desmejorada, Roth conciso, Saint entrañable, Polley frágil y maravillosa. Sólo desentonan los algo caricaturescos Mann y Fairuza Balk como su novia en un film desesperanzador y crepuscular. De lo mejor de Wenders, quien vuelve a llamar a su amigo Bono para cantar a dúo con Andrea Corr la preciosa canción Don't come knocking.
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