El cine de Jim Jarmusch sigue escapándoseme de las definiciones. Y eso me gusta. Me gusta decir que he visto una suya, una película de Jarmusch pura y dura, cuente lo que cuente. Si no leyera los créditos diría sin pensarlo mucho que la peli es de Jarmusch. Porque me sorprende su transparencia fuera de cualquier género, o esa manera tan reconocible de apoyarse en un género y desechar cualquier tópico, llevarlo a un terreno en el que puede bromear con los escenarios comunes e introducir elementos inesperados.
Me fascina esa aparente frialdad con la que se acerca a historias cercanas o lejanas (Flores rotas o Paterson entre las primeras, Ghost Dog o Dead Man entre las segundas) y les extrae una candidez entrañable por medio de interpretaciones pausadas, siempre de actores que parece que pasan por ahí y no necesitan demostrar que están actuando. Esto pasa, vuelve a pasar, con Father Mother Sister Brother, el último estreno de Jim Jarmusch, premiado además con el último León de Oro en el Festival de Venecia.
Me vuelve a fascinar que su historia (tres historias en otro regreso del cineasta al largometraje episódico bendecido con un excelente reparto) incida en contar eso que tan difícil es de contar: el desconocimiento del ser querido, la incomunicación, la distancia entre hermanos y todo aquello que une a la humanidad en cualquier lugar en que nos encontremos, que nos hace tan parecidos los unos a los otros.
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