Pues sí, aquellos irlandeses famosos conquistaron América entrando en sus tripas. Años antes habían clavado la bandera de su domingo sangriento en el desierto de Red Rocks; junto al árbol de Joshua se habían retratado muy serios, encaramados en un éxito envidiable, en alta velocidad; con el álbum aquel, crearon el suficiente barullo como para ganarse a los escépticos, cabalgando en el dólar, a orillas del Mississippi, en los estudios Sun, cantándole a Harlem y sus ángeles, compartiendo micro con Dylan y con BB King. El amor llegaba a la ciudad, y allí estaban U2 en blanco y negro como unos críos dichosos en la misma habitación que ocupaban Lucille y su dueño.
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